sábado, 4 de abril de 2015

Acordes de lo inexpresable


Sábado, en la espera

(En ocasión de las celebraciones del Sábado santo en el mundo católico)



Selección de música para Sábado Santo:


Réquiem, de W.A. Mozart

Réquiem, de Jean Gilles






Notas sobre Sábado Santo


El sábado Santo se ha de consagrar a las misas de muerto. Es el Réquiem por el Redentor.
De la multitud de Requiems y oficios de difuntos, recomendamos el Réquiem de Mozart, con su extraordinaria y conmovedora Lacrymosa; el de Jean Gilles (Versión de 1774), con sus portentosos y solemnes golpes de timbal y el sereno Réquiem para voces masculinas y órgano de Don Lorenzo Perosi. 
Puede concluirse la noche con la Sinfonía al Santo Sepulcro de Vivaldi, con el Cuarteto para ser tocado al final de los tiempos de Olivier Messiaen, o con la espeluznante obra et expecto resurrectionen mortuorum, para gran orquesta de instrumentos de maderas, bronces y percusión del mismo compositor, que prepara el espíritu para la alegría del Domingo: La Resurrección. 

Extracto del artículo Música para los días de Cuaresma y Semana Santa de Celso A. Lara Figueroa del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela




Nota sobre Messiaen y el Cuarteto para el fin de los tiempos

El 15 de enero de 1941 en punto de las 6 de la tarde, se llevó a cabo en la barraca 27 del Stalag VIII A el estreno mundial, para usar una fórmula, de El Cuarteto para el fin de los tiempos, de Olivier Messiaen. Pieza para chelo, violín, clarinete y piano, tuvo como sus primeros ejecutantes a los prisioneros: Etienne Pasquier, en el chelo; Jean Le Boulaire, violín; Henri Akoka, clarinete, y el propio compositor en el piano.
Así lo narra Messiaen. “El Stalag estaba rodeado de nieve. Éramos alrededor de 30 mil prisioneros (la mayoría franceses, pocos polacos y belgas). Los cuatro músicos tocábamos instrumentos arruinados: el cello sólo tenía tres cuerdas, las piezas de mi piano se pegaban. Así, con ese piano, al lado de estos tres grandes músicos, vestidos muy extrañamente, yo con un uniforme de un soldado checo y zuecos de madera. Así toqué por primera vez mi Cuarteto para el fin de los tiempos. Frente a una audiencia de cinco mil personas de todas clases: soldados, médicos, sacerdotes, comerciantes, intelectuales...Nunca había sido escuchado con tanta atención y entendimiento como aquella vez.”[1]

El Cuarteto está compuesto por ocho movimientos. Liturgia de cristal; Vocalización para el ángel que anuncia el fin de los tiempos; Abismo de pájaros; Intermedio; Alabanza a la eternidad de Jesús; Danza de la furia por las siete trompetas; Encrucijadas para el ángel que anuncia el fin de los tiempos; Alabanza a la eternidad de Jesús.
Esa tarde, poco antes de comenzar a tocar, Messiaen hizo una breve introducción, refiriéndose en particular a los elementos teológicos que acompañan la obra, y que quedan muy entendidos en la siguiente cita que corresponde al Apocalipsis: “Vi un ángel lleno de fuerza descendiendo del cielo revestido de una nube y con un arco iris sobre la cabeza. Su rostro era como el sol, sus piernas como columnas de fuego. Posó su pie derecho sobre el mar, su pie izquierdo sobre la tierra y, de pie sobre el mar y la tierra, elevó la mano hacia el Cielo y juró por quien vive por los siglos de los siglos, diciendo: ‘ya no habrá tiempo, apenas se escuche el sonido de la trompeta del séptimo ángel, se ha cumplido el plan misterioso de Dios.”[2]
Lejos de ser yo un especialista, un crítico musical y mucho menos un ejecutante, me remito de manera sucinta a algunas consideraciones sobre aspectos técnicos que suelen subrayarse del Cuarteto:
 Compuesto no en el orden que finalmente se adoptó, la parte tercera se escribió en Verdun y tuvo en mente la amistad con Akoka, lo que responde a por qué se trata de un solo de clarinete. Luego, ya en la prisión el primer movimiento escrito fue el cuarto, Intermedio, mismo que tampoco usa los cuatro instrumentos, pues es un trío. Las dos Alabanzas proponen dúos, la primera de chelo y piano, la segunda, de violín y piano. La parte séptima alterna la participación de los instrumentos, con diferentes secciones en las que se presenta un dúo, chelo y piano, y un trío, violín, clarinete y piano.
Por cierto, valga decir que este instrumento, el piano llegó al campo no mucho antes del estreno. Mientras compuso el Cuarteto, Messiaen no sólo se enfrentó a sus continuos desmayos por falta de alimento, sino a la ausencia de un piano en el campo. Los desmayos, se cuenta, sumados al implacable frío del invierno de 1940, que llegó a los 30 grados bajo cero, hicieron que Messiaen permaneciera en un estado de semi inconsciencias, en las que se alternaban sueños vívidos con francas alucinaciones. Cuenta Christopher Dingle que existen testimonios sobre cómo para Messiaen prisionero era comunes vibrantes imágenes de los ángeles rodeados de arco iris, anunciando el fin del mundo. Cuenta también que “un día, antes del amanecer, Messiaen presenció cómo el cielo se iluminaba con inmensas cortinas moradas y verdes y fue ahí donde sintió que las profecías estaban por cumplirse, en medio de la desolación y el miedo”[3].

No se piense, sin embargo, por ningún motivo, que estamos frente a un creador que desarrolló una de las grandes obras musicales del siglo XX poseído por la fiebre, las alucinaciones o, aún menos, como un panfleto de sus profundas creencias religiosas. Desde mucho antes de caer preso, Messiaen profesaba convicciones estético musicales muy claras. Reconocía como sus influencias básicas no sólo a Debussy sino también al gran músico Hindú del siglo Sarangandeva. Christopher Dingle asegura que Messiaen no nada más “redescubrió o resucitó modalidades antiguas, sino que descubrió en ellas nuevas e inconfundibles modalidades sonoras modernas con sus propias cualidades creativas. Con su música, -continúa Dingle-, Messiaen creaba no un estallido de sensibilidad, sino algo mucho más profundo. Una experiencia simultánea de movimiento y quietud”[4]. Esta última cualidad, por cierto, íntimamente ligada con la noción de tiempo y eternidad en Messiaen, punto al que volveré hacia el final de esta charla.
“Lo que Messiaen verdaderamente rechazaba”, -diría años más tarde Jean Le Boulaire, el violinista en el estreno del Cuarteto-, “era ser un prisionero de lo que dicta el ritmo convencional”[5] . “No me gusta ser binario. No me gusta caminar en dos pies, en pasos, en ritmos”, confirmaba el propio Messiaen cuando hablaba de su música y sus afanes por crear algo que expresara plenamente su visión del mundo y de la vida.
Mas, si por un lado le entusiasmaba esta ruptura de lo binario, o se emocionó al conocer el generador de ondas Martenot, un instrumento electrónico armado por primera vez en 1928; por el otro, a pesar de todo, o justamente por eso, es capaz de adjuntar una nota en la partitura original del Cuarteto en la que señala que el primer movimiento, Liturgia de cristal corresponde al despertar de los pájaros, específicamente a su modo de canto entre las tres y las cuatro de la mañana. Y en el caso del último, el octavo, remite al quinto movimiento al no usar más que el violín y el piano. Intenta, explica el compositor, subrayar “el segundo aspecto de Jesús, Jesús-Hombre, el Verbo hecho carne, resucitado inmortal para comunicarnos la vida”. Un mensaje de confianza y fe, sí, de confianza y fe, aun en esas condiciones, o justamente por eso, de confianza y fe en el hombre, sí, en el hombre.


Réquiem, de W.A. Mozart

Réquiem, de Jean Gilles






[1] Dingle, Christopher, op. cit., p.72.
[2] Rischin, Rebecca. Fort the End of Time. The Story of the Messiaen Quartet. 2003.  Ithaca, Cornell University Press, p.50.
[3] Dingle, Christopher. The life of Messiaen. 2007. Cambridge University Press. Pp.70
[4] Dingle, Christopher. The life of Messiaen. 2007. Cambridge University Press. Pp.22
[5] Rischin, Rebecca. Fort he end of time. The story of the Messiaen Quartet. 2003. Cornell University Press. Pp.39

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