martes, 24 de febrero de 2015

El manjar de los sentidos

El mundo es un manjar sabroso para los sentidos, bien ha sentenciado la ensayista norteamericana Diane Ackerman. Nuestros sentidos definen la frontera entre nuestra conciencia del mundo y nosotros.
Podemos expandir nuestros sentidos, y con ello incrementar nuestras sensaciones y nuestras referencias de lo que la vida nos ofrece. 
O podemos contraerlos, parcialmente.  Podemos dejar en suspenso nuestra capacidad para oler,  mirar, escuchar, palpar o degustar. Pero la supresión de uno de ellos sólo logrará agudizar los demás.
Ahí están. 
En nosotros y a la vez en el mundo. En lo más íntimo, incluso. Más allá del tiempo, tienden puentes entre un aroma en el aquí y el ahora, y un recuerdo de la infancia en el allá y entonces. 
Los sentidos se convierten en fuentes de información a través de las cuales nuestro cerebro se sumerge tanto en nuestro interior como en la realidad que lo circunda.
Del mismo modo, aquello que de los sentidos extraemos, son huellas de nuestra pertenencia cultural. 
Más allá de eso, sin embargo, no es extraño que estas herramientas privilegiadas de la existencia que son los sentidos queden relegados a un segundo plano, cual si representaran la experiencia de una vida auténtica.
Nos hemos olvidado de los sentidos, como de muchas maneras nos hemos olvidado que la vida reside en el corazón de la vida. 
No en su versión previsible, descafeinada y angustiada de que el manjar que es el mundo pueda engordarle demasiado.

El olvido de los sentidos, un olvido imperdonable, ni duda cabe.

domingo, 22 de febrero de 2015

Oliver Sacks: La vida, una convicción

Comparto un breve fragmento de la Conferencia a la que gentilmente fui invitado hace un par de días por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. 
El tema de la charla eran las perspectivas de la radio actual. Es un texto largo, del que ahora extraigo solo un par de cuartillas que decidí dedicar al gran neurólogo inglés Oliver Sacks y su idea de la vida.


Ha circulado profusamente en redes el vínculo, o link como solemos llamarle, de un texto, ya en su versión original en inglés, ya en la traducción en español, en el que el muy reconocido neurólogo y escritor inglés Oliver Sacks, anuncia que se encuentra en la etapa terminal de un cáncer y, en los hechos, se despide públicamente del mundo que se conmovió y maravilló de su práctica médica en torno al cerebro y sus enfermedades, pero sobre todo, que aprendió, a través de los relatos de sus casos más célebres, a mirar de un modo distinto la profesión médica, la relación con la enfermedad y, si me lo permiten, la vida misma en tanto proceso permanente de acompañamiento de otros y de nosotros mismos en el común afán de luchar contra la muerte, de sobrevivir a la enfermedad.
Nacido en 1933, el nombre de Sacks, cuya reputación ya era sólida entre sus colegas neurólogos, comenzó a ser reconocido ampliamente a partir de la adaptación de uno de sus libros más conocidos, en la película Despertares, que protagonizada por Robin Williams y Robert de Niro. Cinta en la que se narra la historia del entonces joven médico enfrentando un trastorno que dejaba en una suerte de estado de catatonia profunda a sus pacientes. A los cuales, logra hacer despertar, de ahí el título, aunque finalmente retornan a ese estado de honda ausencia y muerte en vida.
Sacks encontró en el antiguo género de las historias clínicas, fundado según el propio Sacks por el mismísimo Hipócrates, una forma no solo de propagar el sentido de compasión, en su acepción más amplia y profundamente humana, sobre lo que representan las enfermedades del cerebro, sino una manera dice él de entender la neurología como una ciencia “personalista” e incluso, por qué no, reclama Sacks, hasta romática que se acerque al paciente desde el yo, que lo aleja de ser qué, y lo constituye como un quién.
Tarea nada menor en un mundo donde el abultado número de pacientes que se deben atender, en particular en la práctica pública, suele ahondar el abismo entre lo físico y psíquico, entre los procesos fisiológicos y la biografía, eso que hace a cada sujeto un sujeto irrepetible, una forma única de estar en el mundo, para decirlo con palabras tomadas a préstamo de la filosofía.
Por encima de todo, he sido un ser sintiente, un animal pensante en este bello planeta, afirma Sacks en la carta de despedida publicada ayer. Ese animal pensante, sobre el que ya había reflexionado cuando escribió su famoso libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, diciendo que a diferencia de los demás animales, que también contraen enfermedades, el hombre es el único que cae radicalmente enfermo. Nuestra enfermedad radical e incurable es la conciencia de que moriremos, y los demás también. El dolor vuelto conciencia es lo que llamamos sufrimiento. Cierto que la gran mayoría de los pacientes que Sacks vio se hallaban ya en un estado donde la expansión de la enfermedad sobre las zonas del cerebro no les permitía darse cuenta de su propio padecimiento, pero quedaban las familias, los amigos, los seres amados que de pronto miran al otro deteriorarse, irse desmoronando y diluyendo como si fuese no más que una acuarela en medio de un río furioso e inclemente.
A acompañar ese sufrimiento producido por la conciencia de la enfermedad dedicó su escritura Oliver Sacks. Y lo hizo con la apasionada convicción de que transmitir la experiencia de una persona mientras afronta la enfermedad y lucha por sobrevivir a ella, que el relatar, que el narrar como quien cuenta vidas enteras, el padecer del paciente, contribuiría, lo cito: “a que otros puedan aprender y comprender y ser capaces, quizás un día, de curar”.

La radio acompaña. Su función radical, aquella que apela al primer sentido que el cerebro en gestación en el vientre de la madre, primero desarrolla, el oído, no sea otra que confirmar los versos del gran poeta español Antonio Gamoneda, quien dice, casi a la misma edad que hoy tiene Sacks: Conocerás tu destino y crecerá tu paz... al ir sabiendo que la vida es una inmensa, profunda compañía. 

martes, 17 de febrero de 2015

Las delicias de la crueldad, ¿y luego?

 “El libertinaje colinda en uno de sus extremos, con la crítica y se transforma en una filosofía; en el otro, con la blasfemia, el sacrilegio y la profanación, formas inversas de la devoción religiosa” (Paz, La llama... 24).
Sin embargo, a pesar de este aparente callejón sin salida, es posible delimitar, por el camino de la filosofía, la frontera entre el anacoreta y el libertino. Es cierto que Sade mantiene a lo religioso como centro gravitacional de su proceder, pero también lo es que detrás de su acción hay una reflexión práctica sobre el mundo que le rodea. 
Lo que Sade y el siglo XVIII no es ni la blasfemia ni tampoco el libertinaje como tal, es decir, como simple expresión del deseo estallado por la imaginación enfebrecida. Lo que hace a Sade moderno es que vincula su experiencia erótica a una filosofía explícita. Una filosofía que, además, tiene un componente histórico propio del siglo XVIII y sus preocupaciones éticas y estéticas. 
Esta concepción, bañada por las aguas de lo religioso, contiene, adicionalmente, un elemento revelador, sobre todo para una época fascinada por el embrujo de la revolución y su promesa, modernizadora, de tornarse en un adelante-atrás de una Edad de oro perdida, de un ir hacia el origen. 
Sade, y es esa la conclusión a la que llega la biografía que Raymond Jean ha escrito sobre este personaje, es un convencido de la inconveniencia de la violencia como una forma de resolver el avance de la historia. 
Si consideramos que su vida corre a la par de la Revolución francesa, sus embrujos y sus horrores, la afirmación de que “habiendo dedicado la mayor parte de su obra a “pintar” “las delicias de la crueldad” y a hacer apología del crimen, se haya mostrado en la realidad de su conducta enemigo resuelto de la violencia histórica” (Jean 276) es sorprendente, y da cuenta de la complejidad de su pensamiento. Lo que hace ofensivo para la inteligencia que se le rebaje al nivel de un amoral. 
El problema es más complejo y tiene que ver, como ya Paz hacía notar, con un discurso de orden filosófico de los que, sobra decir, los exabruptos pornográficos de nuestra época carecen por completo.
El paradigma de la expresión radical de la filosofía libertina es, en muchos sentidos todavía hasta nuestros días, las novelas de Sade. En su talante de denuncia sin cortapisas se forma una tríada: es cierto que a la religión se le hace ver como un elemento execrable de la condición humana, pero no lo es menos la forma como enfoca sus baterías para denostar al alma y al amor. 
Este defenestrar a la par de alma y amor deriva de la presunción, llevada a certeza por parte del libertino, de que él, en tanto único sujeto del encuentro erótico, goza de una libertad y un poder sin límites. Dicho de otra forma, si bien a diferencia del anacoreta para quien la relación erótica es una sublimación solitaria, el libertino requiere de la cómplice o, para decirlo en términos más de lo que  Sade implica, una víctima, no parece haber duda respecto a la indiferencia que la suerte de esta pareja pueda correr. El encuentro entre un libertino y su pareja(s) entraña la complacencia que ésta(s) dispense(n) al sujeto, el único. 
En esa medida, el otro sujeto se torna rápidamente en un objeto erótico al servicio de la capacidad del sujeto único para llegar hasta los límites, no del sujeto convertido en objeto, porque éste ya no tiene, por ser objeto, límites que explorar, sino hacia los límites de acción del sujeto que por único se ha condenado a ser solitario. 

sábado, 14 de febrero de 2015

Amor: El dios de la dualidad eterna

Comparto con gusto un par de cuartillas de un libro en preparación que borda a manera de ensayo la relación entre la literatura de Mario Vargas Llosa, el erotismo y la memoria. 
Nada como la lectura que suscita nuevas lecturas; nada como el encuentro que deviene en nuevos encuentros.
Gracias por leer.


Los antiguos griegos asociaban los asuntos del amor y el erotismo a Eros. Llamado por los romanos Cupido y por los griegos Eros, este dios de origen incierto es, quizá, el icono más (re)conocido en Occidente. Representación del amor, el enamoramiento y la pasión erótica, Eros, según quien lo cuente, tiene distinta procedencia en los relatos mitológicos. Hijo para algunos de Afrodita, diosa de la fertilidad y la belleza, a la que se designa por lo común como diosa del amor en un claro ejemplo de cómo las concepciones helénicas pueden distanciarse de nuestra idea cotidiana acerca de los alcances tanto de amor como de erotismo. Entre los diferentes mitos que se entrecruzan con el origen de Eros, encontramos que Hesíodo asegura apenas al comenzar su Teogonía que: “Antes que todas las cosas fue Caos: y después Gea la de amplio seno, asiento siempre sólido de todos los Inmortales que habitan las cumbres del nevado Olimpo y el Tártaro sombrío enclavado en las profundidades de la tierra espaciosa; y después Eros, el más hermoso entre los Dioses Inmortales, que rompe las fuerzas y de todos los hombres domeña la inteligencia u la sabiduría de sus pechos” (4), lo que haría a Eros descendiente directo de esa suerte de esencia, materia prima existente desde toda la eternidad bajo la cual estuvieron en un principio (con)fundidos todos los seres, que es el modo como suele concebirse a Caos en el pensamiento mitológico clásico.[i]

NOTAS

Entre los relatos más difundidos sobre este dios dual, se encuentra aquel que cuenta cómo, insisto en los apelativos romanos, desde que nació, habiendo descubierto Júpiter en su apariencia cuanto desorden de la naturaleza se podía concebir, intentó obligar a Venus a deshacerse de él. La diosa, a fin de protegerlo contra la cólera de aquél, lo escondió en un bosque donde Cupido se alimentó de la leche de las fieras. Al poco tiempo se hizo de un arco de fresno y su volvió un hábil arquero. Tomó el ciprés para hacer las flechas e hizo de los animales sus blancos de entrenamiento. Pasado el tiempo, el arco y las flechas se tornaron de oro.
Noël observa que
Se representa ordinariamente a Cupido desnudo, designando con esto que el amor no tiene nada suyo, y bajo la figura de un niño de siete u ocho años, con aire ocioso pero maligno; armado con un arco y aljaba llena de flechas ardientes, símbolo de su poder sobre el alma. Algunas veces con una antorcha encendida o con un casco y una lanza; coronado de rosas, emblema de los placeres deliciosos, pero rápidos que él procura; píntasele también ciego o vendado, porque el amor no ve los defectos en el objeto amado... (403)
 
Ambigüedad en la figura de un niño que, con inocencia, y no menos maldad esbozada, toma forma en el personaje que desencadena la tensión dramática, primero del conflicto, y luego de la reconciliación de Rigoberto y Lucrecia, es, por supuesto, Fonchito, pieza clave de Los cuadernos de don Rigoberto, no lejos, en su configuración como personaje de la propia descripción y formas de representación del dios del claroscuro, el “que tiene dominio sobre todo lo animado”: Eros.
Es interesante también resaltar que a los dioses a los que se asocia Eros son tan variados como las leyendas sobre su propio origen. Así, se le puede ver entre Hércules y Mercurio, simbolizando con esto su vinculación con el valor y la elocuencia. O bien, puede ser (re)presentado cerca de la Fortuna, para significar que detrás de lo que a los amantes les suceda estará esta diosa. Tiene alas para recordar que no hay nada más fugaz que la pasión que hacer nacer en los amantes, y por ello se le mira saltar, correr, volar, en perpetua huida. No tiene un lugar fijo de residencia, lo mismo en la tierra que el mar, que el aire o en el cielo. Juega, ya con su madre, Venus, ya a domar leones o delfines. Se le representa tañiendo la flauta de Pan, el dios de la naturaleza, o se le mira meditabundo, planeando alguna fechoría. Puede estar adormilado o sentado junto a un león o sobre los hombros de Hércules. Tiene dominio sobre todo lo animado.
Refiere Noël, por último, sólo para remarcar esta condición dual y esquiva en la (re)presentación del dios que persiste hasta nuestros días, que en una de las más antiguas imágenes de Eros, atribuida a Frigilo, el dios no está investido de la imagen de un niño, sino es un joven con las alas desplegadas. Personificación que se repetirá, a veces, con alas de buitre. Aun así, no faltan elementos para pensar en que este dios encarnó parte de lo más granado de los antiguos para construir alegorías sobre la ambigüedad de los hechos de la existencia. Un último ejemplo, de su piel, aunque se piensa en general que es blanca, el mundo de los relatos originales, el mundo del mito, prefería pensarlo color de fuego.


[i] Sin embargo, Simónides se acoge a la versión de que Eros es hijo de Marte, el Ares griego, y de Venus, llamada antes Afrodita. La multiplicidad de orígenes no para ahí. Siguiendo a Noël, quien prefiere los nombres romanos para las deidades, éste hace ver cómo Alceo afirma que Eros proviene de la unión entre Céfiro y Eris; mientras que Safo insiste en la maternidad de Venus, pero esta vez unida con Celo. Para Séneca, en cambio, el dios de las pasiones encontradas, Eros, es producto de los amoríos entre Venus y Vulcano. Otros se avienen a la idea de que la noche puso un huevo y, una vez empollado bajo sus negras alas, lo hizo nacer con la forma de Eros-Amor, quien de inmediato, a su vez, desplegó sus propias alas doradas y emprendió el vuelo a través del reciente mundo. Cicerón, por su parte, confirma una distinción que ya venía presentándose antes. Afirma que el Amor era hijo de Júpiter y de Venus, mientras que Cupido lo era de la noche y el Erebo. Ambos, Amor y Cupido, formaban parte de la corte de Venus y estuvieron a su lado tan luego ésta se incorporó a la corte de los dioses inmortales. Esto confirmaría, dice Noël, que los griegos suponían una diferencia entre Cupido y Amor. El primero sería designado como Imero, y el segundo como Eros. El primero estaría asociado a lo dulce y moderado, inspiración de sabios; el segundo, furioso y violento, hacía presa de los locos.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Elogio del fragmento


Hoy, que hablamos de la era digital, no pocos se preguntan qué es lo que realmente ha cambiado. La portabilidad de la comunicación, el acceso casi inmediato a datos y hechos, la modificación de esos mensajes, y su multiplicación exponencial, son a no dudarlo indicadores de las nuevas formas en las que nos relacionamos, conocemos e interactuamos con el mundo y con otros individuos.
Roto el monopolio de la publicación, y aun más: de la supervisión de lo que se publica, cualquier individuo con una instrucción digital básica está en posibilidades de ser partícipe de la producción de contenidos de manera directa. Para quienes proceden del orden del mundo anterior, esta producción es desdeñada porque no son “especialistas”, o se escandalizan de la forma en que se toma un fragmento de un contenido previo y a partir de él se (re)produce se (de)produce, para decirlo derrideanamente.
La escritura como implosión es incomprendida o vilipendiada desde una lógica que no es la suya. Es decir, la lógica del “texto completo y cerrado como el mundo del saber mismo”. La escritura del instante y la (de)producción el fragmento es el todo. Y eso que los antiguos llamaban contexto, un encadenamiento sin fin de fragmentos (al fin) así reconocidos.
Todo discurso, en todo caso, es el fragmento de una circunstancia elocutiva anterior. Y si se trata de descalificar a quienes intervienen contenidos dados a partir de un fragmento y del uso (e incluso abuso) paródico, habría que decir que ese contexto al que se alude es el “texto con” todo aquello que adereza lo que se dijo.
El elogio al fragmento, que supone la producción de contenidos desde la sociedad, ya sea como intervención de un mensaje dado o como una enunciación original, se debe entender como espejo de una realidad escritural en la que es el lector quien, sin intermediarios, determina cuál es la cadena causal y casual de significantes de lo que antes era un contexto dictado desde el púlpito del que “sabe” o “entiende”.
En el mismo tiempo que pueden durar dos comerciales de televisión, en el mundo se habrán producido, en tan solo un minuto cerca de 300 mil mensajes de tuiter, se habrán publicado 2 millones y medio de mensajes en Facebook, 100 horas de video en Youtube y más de 400 millones de correos electrónicos habrán sido enviados.
Todo, todo ello en tan solo un minuto. Cada 60 segundos la humanidad produce más información que toda aquella que el más arriesgado de los visionarios del futuro de hace apenas 20 años pudo haber imaginado.
No se trata solo de aparatos cada vez más potentes, versatiles y accesibles para el gran consumo. No es solo la velocidad a la que ocurren las comunicaciones. El paradigma ha cambiado. Hoy, la sociedad consume información, pero sobre todo es la principal productora de contenidos mediáticos.

  La sociedad produce, intercambia, colabora, crea contenidos como nunca antes en la historia. Ante ello, el reto para los medios con vocación de servicio público es, en definitiva, aun antes que el desafío tecnológico mismo, saber incorporar esos contenidos con un sentido social. Ir al encuentro diverso y plural de estas nuevas voces. 
Enriquecerse con ellas. Comprender que en el fragmento, reside el elogio del todo. 

jueves, 5 de febrero de 2015

Remedio del día: Sombrero

La relectura propia es, a no dudarlo, un ejercicio de reencuentro con una parte de nosotros mismos. Ahora que he estado recuperando algunas centellas de El libro de los remedios, encuentro ecos y sombras de aquellos tiempos en que aparecieron originalmente cada semana a través de tuiter.

El que Starbucks México e I-Tunes lo hayan seleccionado el libro del mes y permitan su descarga gratuita mediante 50 mil en todas las cafeterías de la cadena, ha sido un buen motivo para este reencuentro con la escritura, al fin y al cabo, una parte de cada cual que va quedando como huella del camino.

Sombrero

Para quien siente que con los años olvidó dejar volar su imaginación, se recomienda rebuscar bajo el ala de algún sombrero arrumbado

(Texto que forma parte del Libro de los remedios, publicado por editorial Ink

miércoles, 4 de febrero de 2015

Remedio del día: Antojos

Agradecido con Starbucks México, Editorial Ink e I-Tunes, invito a conocer El libro de los remedios, cuya descarga gratuita está disponible en todas las tiendas Starbucks del país. Es mi deseo que su lectura nos acerque. Aquí una pequeña muestra de los textos que los componen.

Antojos

Guarde en la parte más remota de usted mismo esos antojos malignos; así, de quererlos, al menos tendrá que caminar hasta allá por ellos

(Texto que forma parte del Libro de los remedios, publicado por editorial Ink

lunes, 2 de febrero de 2015

Introducción a El libro de los remedios: El breve esplendor

Comparto el texto que aparece en El libro de los remedios como Introducción. Pudiera resultar una buena forma de contextualizar de dónde viene el proyecto y algunas ideas sueltas que lo circundan.
Vuelvo a agradecer la paciencia y generosidad que toda lectura implica.
¡Saludos!



El breve esplendor

Más que famosa es la idea en la que Julio Cortázar asegura que el cuento debe imaginarse como una pelea de boz que concluye en los primeros rounds con un fulminante knock out.
A diferencia de la novela, pensaba, que puede –y quizá podría decirse—hasta debe diferir la información, entretenerse con tramas paralelas, hacer surgir a personajes secundarios, en fin, abrir tantas bifurcaciones como la propia historia y el talento del escritor lo permitan, el cuento, no, insistía Cortázar.
El cuento es la brevedad, la contundencia, esa pequeña y exacta pieza de ingeniería que no admite ni que falte, ni mucho menos que sobre nada. Cada cosa en su lugar, en el orden perfecto, en la dosis justa, en el momento exacto.
La colección de “Remedios” que conjunta este libro  no son cuentos. Pero toman de este género los valores que tanto fascinaron y que con tanta maestría cultivó Cortázar; extraordinario novelista, a la vez, por cierto.
Estos “Remedios” son formas breves, divertimentos, si se quiere, esructuras minúsculas, cuya extensión acotada representa para el autor, y desde luego, para el lector también, no sólo un gusto por la precisión, sino un desafío técnico pues, antes que el alarde de discurrir que posibilitan los grandes formatos, en este caso, una coma, un adjetivo con más caracteres que otro, un sustantivo en un lugar equivocado, puede echar por la borda todo el esfuerzo.
 Mas la brevedad por sí misma no es un arte, es sólo una exigencia técnica que puede quedar y agotarse en ello. Lo insulso, lo vano, lo intrascendente lo es; no importa de cuántos caracteres se vista.
Por eso, antes de que la muerte lo sorprendiera en 1985, y que nos hiciera saber cuán breve puede parecer siempre la vida de un genio, el escritor y pensador italiano Italo Calvino, en Seis propuestas para el próximo milenio, el libro que derivó de las conferencias que preparaba para la Universidad de Harvard, y de las cuales sólo alcanzó a desarrollar 5, más que de brevedad ponía el énfasis, de modo visionario, en que la literatura del siglo XXI habría de estar impregnada de Levedad, Rapidez, Exactitud, Visibilidad, Multiplicidad y (sin haber alcanzado a desarrollarlo) Consistencia.
Iluminar con esos valores, hubiera podido decir Calvino, un cosmos entero es la misión primera y última de esa experiencia humana que enlaza dos vidas, la de aquel que escribe, la de aquel que lee. Formulados originalmente sobre la base de esa plataforma del mundo en red llamada tuiter, los Remedios apelan a esta tradición, para nada nueva, por cierto, que va desde el Haiku hasta el epitafio pasando por los refranes, las sentencias, y toda forma que ha buscado en la constricción la contundencia de la revelación.
El tuit es una centella en un bosque de niebla, un grito entre una multitud, un relámpago a la mitad de un diluvio. Arde tan pronto aparece, su luz es ceguera. Un laberinto instantáneo, un río más que veloz, una línea en perpetuo movimiento. Es fragmento, lo que es más, homenaje al fragmento y un reconocer explícito de que el mundo es fragmentario y provisional, como todos nosotros, al fin y al cabo.
Fragmento, el tuit, que sin embargo no se muestra nunca como algo aislado. Es la parte de un todo, de un intento por narrarnos a nosotros mismos, el mundo y la vida que nos ha tocado en suerte. Son parte de una sola historia, de nuestra visión del mundo, de nuestra valoración de las cosas que nos suceden, testimonio de ánimos, impulsos, centella que permanece de nuestro devenir.
Concebidos originalmente como una serie que concluyó al llegar al número mágico y mítico (porque una cosa y otra no es lo mismo) de 666, los “Remedios” fueron publicados originalmente como tuits. Se sirvieron de la estructura que los remedios “serios” toman para sí, valiéndose a la vez, de un deseo de incorporar en ellos relaciones y revelaciones que no necesariamente fueran causales. Se parecen más a un destello que a una receta médica, por eso deben leerse con la debida condescendencia, pero también con la debida alegría de que no curan nada, pero tampoco enferman de cosa alguna.
En su origen, la serie se llamó “Remedios Insondables”. Entendiendo por insondable lo misterioso, lo inexplicable, ese punto al que no alcanza a llegar ni la razón ni la ciencia ni la técnica. Es el misterio por excelencia. El misterio de estar vivos, de amar, de sentirnos terriblemente tristes o de maravillarnos con la luz de la tarde. Y fueron “insondables” no sólo porque es un misterio qué curan, sino porque el misterio abarca incluso si se trata de remedios de qué cosa.
Mas sean lo que sean, de lo que no queda duda alguna es que son escritura que covoca, incita, interpela a provocar ese prodigio que es el cruce de dos vidas, autor-lector, en esa esquina que forman asombro y encuentro.
Los griegos tenían incoporada a su vida la expresión de “curar por la palabra”. Narrar cura, contar historias, saber de ellas y saberse de ellas, nos descarga, nos libera, nos hace sentir más ligeros.
Acaso sea por ello que Borges nunca dejó de insistir en que leer era una de las formas de la felicidad. Y acaso por ello también, estos “Remedios” a lo que más que aspiran es a esa cura a través de la palabra que revela y sorprende, que regala un pedazo de un mundo que no se sabía que estaba ahí, a un instante, una centella, un relámpago, un destello de eso que el propio Borges llamó forma resplandeciente de la felicidad.
Leánse, por ello, con la debida prudencia, calma y al ritmo que cada lector sea capaz de regalarse a sí mismo. Si para los dioses la belleza de Helena fue un peligro, que la sorpresa de un hallazgo sensible en 140 caracteres no lo sea para nosotros.
Que sea la lectura nuestro verdadero “remedio”, que la felicidad, como la vida, nos sean irremediables.
En tan poquitos caracteres a esa desmesura aspiraron y aspiran estos Remedios; nada más, nada menos.
Que los disfruten, y que despierten en ustedes mismos el breve pero imperecedero esplendor de la eternidad de la vida breve que nos ha sido dada como regalo, como aventura.
¡Gracias y buen viaje!


San Ángel, una tarde de domingo del mes de abril de Dos Mil Trece

Remedio del día: Feo

Acompañamos recuperando algunos destellos escriturales que conformaron en su momento El libro de los remedios, la presencia de este título como libro del mes en las tiendas Starbucks de México.
Durante febrero estarán disponibles 50 mil tarjetas para descargar de forma gratuita El libro de los remedios.
¡Ojalá les guste!

Feo

La clara de huevo ayuda a hacer madurar un furúnculo, que si ya de por sí es feo, las conductas infantiles lo vuelven insoportable

(Texto que forma parte del Libro de los remedios, publicado por editorial Ink

domingo, 1 de febrero de 2015

Remedio del día: Emociones

Comienza febrero.
Starbucks México, I-Tunes y la editorial Ink ha elegido a El libro de los remedios, de mi autoría, como el título del mes. Y para festejarlo dispondrán de 50 mil tarjetas para descargar gratuitamente el libro.
Con tal motivo, este blog sigue recogiendo algunos de aquellos destellos escriturales que primero en tuiter y luego ta como libro fueron conformando entre 2011 y 2012 el Libro de los remedios.
¡Qué los disfruten!

Emociones
Use los impulsos de la inspiración para abrazar a sus más intensos pensamientos invisibles, llénese los oídos de emociones inaudibles


(Texto que forma parte del Libro de los remedios, publicado por editorial Ink