Comparto el texto que aparece en
El libro de los remedios como Introducción. Pudiera resultar una buena forma de contextualizar de dónde viene el proyecto y algunas ideas sueltas que lo circundan.
Vuelvo a agradecer la paciencia y generosidad que toda lectura implica.
¡Saludos!
El breve esplendor
Más que famosa
es la idea en la que Julio Cortázar asegura que el cuento debe imaginarse como
una pelea de boz que concluye en los primeros rounds con un fulminante knock
out.
A diferencia de
la novela, pensaba, que puede –y quizá podría decirse—hasta debe diferir la
información, entretenerse con tramas paralelas, hacer surgir a personajes
secundarios, en fin, abrir tantas bifurcaciones como la propia historia y el
talento del escritor lo permitan, el cuento, no, insistía Cortázar.
El cuento es la
brevedad, la contundencia, esa pequeña y exacta pieza de ingeniería que no
admite ni que falte, ni mucho menos que sobre nada. Cada cosa en su lugar, en
el orden perfecto, en la dosis justa, en el momento exacto.
La colección de
“Remedios” que conjunta este libro no
son cuentos. Pero toman de este género los valores que tanto fascinaron y que
con tanta maestría cultivó Cortázar; extraordinario novelista, a la vez, por
cierto.
Estos “Remedios”
son formas breves, divertimentos, si se quiere, esructuras minúsculas, cuya
extensión acotada representa para el autor, y desde luego, para el lector
también, no sólo un gusto por la precisión, sino un desafío técnico pues, antes
que el alarde de discurrir que posibilitan los grandes formatos, en este caso,
una coma, un adjetivo con más caracteres que otro, un sustantivo en un lugar
equivocado, puede echar por la borda todo el esfuerzo.
Mas la brevedad por sí misma no es un arte, es
sólo una exigencia técnica que puede quedar y agotarse en ello. Lo insulso, lo
vano, lo intrascendente lo es; no importa de cuántos caracteres se vista.
Por eso, antes
de que la muerte lo sorprendiera en 1985, y que nos hiciera saber cuán breve
puede parecer siempre la vida de un genio, el escritor y pensador italiano
Italo Calvino, en Seis propuestas para el próximo milenio, el libro que derivó
de las conferencias que preparaba para la Universidad de Harvard, y de las
cuales sólo alcanzó a desarrollar 5, más que de brevedad ponía el énfasis, de
modo visionario, en que la literatura del siglo XXI habría de estar impregnada
de Levedad, Rapidez, Exactitud, Visibilidad, Multiplicidad y (sin haber
alcanzado a desarrollarlo) Consistencia.
Iluminar con
esos valores, hubiera podido decir Calvino, un cosmos entero es la misión
primera y última de esa experiencia humana que enlaza dos vidas, la de aquel
que escribe, la de aquel que lee. Formulados originalmente sobre la base de
esa plataforma del mundo en red llamada tuiter, los Remedios apelan a esta
tradición, para nada nueva, por cierto, que va desde el Haiku hasta el epitafio
pasando por los refranes, las sentencias, y toda forma que ha buscado en la
constricción la contundencia de la revelación.
El tuit es una
centella en un bosque de niebla, un grito entre una multitud, un relámpago a la
mitad de un diluvio. Arde tan pronto aparece, su luz es ceguera. Un laberinto
instantáneo, un río más que veloz, una línea en perpetuo movimiento. Es
fragmento, lo que es más, homenaje al fragmento y un reconocer explícito de que
el mundo es fragmentario y provisional, como todos nosotros, al fin y al cabo.
Fragmento, el
tuit, que sin embargo no se muestra nunca como algo aislado. Es la parte de un
todo, de un intento por narrarnos a nosotros mismos, el mundo y la vida que nos
ha tocado en suerte. Son parte de una sola historia, de nuestra visión del
mundo, de nuestra valoración de las cosas que nos suceden, testimonio de
ánimos, impulsos, centella que permanece de nuestro devenir.
Concebidos
originalmente como una serie que concluyó al llegar al número mágico y mítico
(porque una cosa y otra no es lo mismo) de 666, los “Remedios” fueron
publicados originalmente como tuits. Se sirvieron de la estructura que los
remedios “serios” toman para sí, valiéndose a la vez, de un deseo de
incorporar en ellos relaciones y revelaciones que no necesariamente fueran
causales. Se parecen más a un destello que a una receta médica, por eso deben
leerse con la debida condescendencia, pero también con la debida alegría de que
no curan nada, pero tampoco enferman de cosa alguna.
En su origen, la
serie se llamó “Remedios Insondables”. Entendiendo por insondable lo
misterioso, lo inexplicable, ese punto al que no alcanza a llegar ni la razón
ni la ciencia ni la técnica. Es el misterio por excelencia. El misterio de
estar vivos, de amar, de sentirnos terriblemente tristes o de maravillarnos con
la luz de la tarde. Y fueron “insondables” no sólo porque es un misterio qué
curan, sino porque el misterio abarca incluso si se trata de remedios de qué
cosa.
Mas sean lo que
sean, de lo que no queda duda alguna es que son escritura que covoca, incita,
interpela a provocar ese prodigio que es el cruce de dos vidas, autor-lector,
en esa esquina que forman asombro y encuentro.
Los griegos
tenían incoporada a su vida la expresión de “curar por la palabra”. Narrar
cura, contar historias, saber de ellas y saberse de ellas, nos descarga, nos
libera, nos hace sentir más ligeros.
Acaso sea por
ello que Borges nunca dejó de insistir en que leer era una de las formas de la
felicidad. Y acaso por ello también, estos “Remedios” a lo que más que aspiran
es a esa cura a través de la palabra que revela y sorprende, que regala un
pedazo de un mundo que no se sabía que estaba ahí, a un instante, una centella,
un relámpago, un destello de eso que el propio Borges llamó forma
resplandeciente de la felicidad.
Leánse, por
ello, con la debida prudencia, calma y al ritmo que cada lector sea capaz de
regalarse a sí mismo. Si para los dioses la belleza de Helena fue un peligro,
que la sorpresa de un hallazgo sensible en 140 caracteres no lo sea para
nosotros.
Que sea la
lectura nuestro verdadero “remedio”, que la felicidad, como la vida, nos sean
irremediables.
En tan poquitos
caracteres a esa desmesura aspiraron y aspiran estos Remedios; nada más, nada
menos.
Que los
disfruten, y que despierten en ustedes mismos el breve pero imperecedero
esplendor de la eternidad de la vida breve que nos ha sido dada como regalo,
como aventura.
¡Gracias y buen
viaje!
San Ángel, una tarde de domingo del mes de
abril de Dos Mil Trece