La belleza reside en creer
El azar. Portento
y enigma. Aquel que en su forma de
belleza nos sitúa en el lugar preciso. Al lado de quien se debía estar ya desde
antes. El mismo Lucas, imagina y narra Emmanuel Carrère, fue llevado por obra
del destino a conocer la historia del milagro en voz de un testigo. Porque son
ellos, los testigos, los que no solo habrán de dotar de explicación a lo
fortuito, sino además darán sentido al futuro.
Según la
tradición cristiana, camino al pequeño pueblo de Emaús dos discípulos se encuentran
a Jesús la misma tarde de su resurrección. El primero es Cleofás. Del segundo nada se sabe. Bajo la licencia de
la ficción, Carrère se atreve a postular que es Filipo. Quien relata a Lucas
los hechos. Lucas no ha sido testigo de la vida del salvador. Pero ello no
obsta para que crea. Cree y lo escribe, para que otros crean.
La
resurrección, pues, no es el verdadero milagro. Confirma lo que debía ocurrir.
El milagro genuino es creer. Ese es el enigma mayor. Identificar el signo de lo
intangible, vital y fatalmente inaprensible. Siendo así, nada extraña que Alessandro
Baricco haya titulado Emaús a su
breve y vibrante novela centrada en el misterio de la belleza.
De la
belleza, como de la vida, postula Baricco, sólo sabremos a ciencia cierta,
hasta que de algún modo sea demasiado tarde. “Se trata de que avanzamos a base
de destellos, el resto es oscuridad. Una tersa oscuridad llena de luz, oscura”,
se lee en Emaús. A nuestras vidas las
guía un no saber que se torna en intuición. “Escrituras cuya clave se ha
perdido”.
Agradecidos
a la niebla, sostiene Baricco, es que somos capaces de encontrar la centella;
guardar en la memoria su fulgor. Creer en la belleza. Reconocer en su destello,
la belleza de creer.
Así, hay un
momento en el relato de Lucas en que el extraño que se ha aparecido en el
camino a Emaús parte el pan. Es él. Cleofás y su compañero lo saben, es él. Lo han
reconocido en un solo gesto. Un ademán. Tal cual con la belleza. Prodigio que
se desata de sí. También en un solo gesto. Azar y misterio. Cual si fuera
respirar el aire común y milagroso de una primavera templada.
Sí,
traducido de su raíz más antigua, Emaús significa: primavera templada.