Entre lo sagrado y lo profano
Igual.
Disímbola forma de lo propio. Indivisible tarea individual. Mas no menos
colectiva. Poetizar. Decir lo mismo.
Sobre lo mismo. El “mismo objeto”. Indagación común, entonces. Troncos vecinos,
llamó Heidegger a cantar y pensar, formas convergentes del acto poético. El
pensar auténtico crea. La creación no puede serlo si no es pensamiento.
La
experiencia de pensar-actuar-crear, establece Xirau en el ensayo que dedica al
alemán y su relación con lo sagrado, no puede entonces sino entenderse como un
acto en el que la condición múltiple y dispersa del mundo, vuelve a estar
ligada, unida. Como un acto de religación, dice textualmente.
Aquello
que identifica como “el pensamiento religioso” en el siglo XX, conducirá a Xirau
a indagar sobre la sombra de lo sagrado en cuatro pensadores fundamentales de
aquella centuria. En Heidegger, en particular, a su lectura de Hölderlin. Y de
allí a hablar de pensamiento y creación como posibilidad de “religar” la unidad
de la vida.
En
tiempos recientes, religare participa
de una renovada disputa vinculada al origen y sentido de la palabra religio, es decir: religión. Ligar, unir
lo humano con lo celestial, sería la misión de lo religioso como experiencia.
Mas,
todo apunta que una buena parte de quienes se miran como resguardas de lo
“verdaderamente religioso”, seguirán afanándose en dar la razón a quienes como
Giorgio Agamben advierten la manera en que relegare,
separar al hombre de lo divino, se ha asentado y ganado la disputa por el alma
de nuestra época.
De
la mano de la acción de relegar al sujeto, de separarlo de lo divino, asoman
los guardianes del “orden religioso original”, aquellos para quienes religio tiene lugar si y sólo si se
mantienen intactas lo que Agamben llama “las formas que es preciso observar
para respetar la separación entre lo sagrado y lo profano”.
Religar,
vincular, unir. Relegar, dividir, segregar. Antes que un entresijo semántico,
se trata de una divergencia radical.
Vacuidad de las formas y ritos. Puerilidad
de la norma. La policía de la sacralidad dispuesta a evitar que el sujeto
“común” traspase el valladar de lo que “debe de ser”.
Tiempos
de penuria, prefiguró el verso de Hölderlin. No la hay, como falta tampoco, sin
embargo, en quien al profanar, religa, vincula, une. Sí, en cambio, en los que
al perseguir, o relegar, encarnan “falta” de todo.
Penuria
irremisible la de quien divide; la de quien segrega.
antoniotenorio.com