Sentido de un legado
Imaginar. Los molinos. La
belleza. El ejército que sólo cabras era. El jamelgo vuelto corcel. El yelmo y
la lanza. Es cierto, a nadie se le ocurriría afirmar que Cervantes haya
inventado la imaginación. Mas no cabe duda que luego de El Quijote, jamás se volvió a escribir y leer del mismo modo. El
mundo se ensanchó tanto como cada individuo, desde el espacio personal, privado
e íntimo, sea capaz de imaginar.
Tocó a la Lengua Española, en el
longevo trayecto de lo humano, ser continente y contenido de una nueva forma de
enunciar la existencia. La obra mayor de Cervantes, como bien lo estableciera
Kundera hace tiempo, marca un doble punto de no retorno. Inaugura la forma de
la novela como género en el que todas las verdades son posibles a la vez, y
avizora los inconmensurables caminos de la imaginación como compañera de viaje
del mundo moderno.
De Aristóteles que la considera
en su De ánima, uno de los sentidos
internos que funge como intermediaria entre los sentidos externos y el
intelecto, pasando por Hobbes, que le reconoce la capacidad de engendrar deseos
y emociones, la imaginación nos hace más humanos, al constituir un resorte insustituible
en el reconocimiento del otro. Imaginamos no sólo en el sentido de la fantasía
que evade, sino también, y cuán deseable sería que fuera lo que predominara, en
cuanto nos otorga la capacidad de desdoblamiento que posibilita sentir(nos) en
el otro, como el otro, siendo el otro sin serlo.
Mas no se crea que la imaginación por siempre
ha gozado de tal aprecio. Condenada por largo tiempo, se llegó a llamar “uomos
morosus” a aquellos que se mostraban demasiado propensos a imaginar, según
cuenta Elemire Zolla en su Historia de la imaginación viciosa. El
animal con el que se asociaba al hombre imaginativo era el grillo que, como los
topos, hace galerías subterráneas y destruye a las plantas: lo opuesto a la
abeja laboriosa y tenaz, sabia.
Aun hoy para no pocos, imaginar
significa lo opuesto al acto serio de
pensar. La imaginación es un modo particular de (re)conocer la realidad y
transformarla.
Si Nietzsche tenía razón y es cierto “que la verdad puede
tenerse sobre una pata, pero con dos, andará y vendrá a rondarnos”, fue
Cervantes quien vislumbró en la imaginación esa segunda pata. Tal es su legado.
Celebrarlo no será nunca cosa menor.