sábado, 23 de julio de 2016

Robert Louis Stevenson: creer

¿Es el mundo la isla del tesoro?



Eiffel. Su torre. Emblema del progreso. La misma que fue vendida dos veces. No una, sino dos. El estafador encontró dos víctimas. De ese engaño, porque en realidad llevó a cabo con éxito muchos más.




Se llamaba Víctor Lestig y nació en Hostinné, hoy República Checa, en 1890. Era un granuja profesional. Se diría que abusaba de la buena fe de las personas, si no fuera porque eso que se nombra “inocencia”, nunca lo es tanto.
Y sí, prueba de lo que el psicoanalista Rodolfo Marcos-Turnbull advierte como “nuestra, en muchas ocasiones, increíble y loca necesidad de sólo oír lo que queremos escuchar”.

Lestig era un bribón.



Mas lo de fondo realmente es cómo el asunto toca los linderos de lo que Turnbull describe como la disposición plena de quien ha de ser “mentido”. No hay engaño sin quien, de antemano, y quizá sin saberlo, se ha colocado en el lugar del “engañado”.
Es ahí donde el pillo, el demagogo, el embaucador lo encuentra. En ese sitio que la propia “víctima” ha reservado para sí misma.

 No hay inocencia pues en no sospechar. Es engañado quien quiere/necesita serlo.

De tal cosa, de semejante y extraña condición de lo humano, da cuenta con sutileza e inteligencia sin par Robert Louis Stevenson, en una obra menos conocida que sus clásicos: La historia de una mentira.

Relato muy breve sobre el amor entre dos jóvenes, en el que uno miente a la amada sobre la real naturaleza del carácter de su padre.
Cuando ésta reclama acremente haber sido engañada, Stevenson deja correr el velo que nos permite ver que, lo dijera o no la joven, ella pedía/necesitaba que le mintieran.  

Es increíble, se afirma en algún momento de la narración, qué pocas mentiras se necesitan siempre.

El arte de la escritura, enunciaba Broch, consiste en divisar lo que está ahí, detrás de la apariencia, y ponerlo a la luz. Porque el asunto no es sólo de tener sentimientos sensatos, que es a lo que invoca el Agamenón de Esquilo, sino en comprender la contradictoria complejidad que constituye lo humano.

En sentido inverso, el maniqueísmo glorifica la simplificación.
Nunca nadie es sólo víctima sin responsabilidad. Jamás hay sólo dos opciones.
El maniqueo miente. A conciencia se inventa como mártir. A conciencia engaña. De doble modo. Con doble malicia.

Sabe que de algún modo, encontrará siempre quien necesite creer.



@atenoriom

antoniotenorio.com


viernes, 15 de julio de 2016

Johan Huizinga: barbarie

La tarea principal de la cultura

 
 
 

Bosquejo. Trazo incompleto. Vista general. Toda biografía es un boceto.

Cuantimás si, como en el caso de Erasmo, la vida se ha vaciado con fervor en diez tomos de escritura ardiente. En el genio del no conformismo y de la contestación. Y no menos, en el tormento de las feroces contradicciones, como bien apunta Bataillon.

De modo extenso y formas variadas, a Erasmo lo empuja sin embargo una convicción esencial. La misión principal de la cultura es evitar el triunfo de la barbarie. Abocado a humanizar a la humanidad, escribe Sweig en su célebre ensayo: “Erasmo: triunfo y tragedia”, resiste a lo común y lo trivial, revelándose glorioso en su desprecio a la gloria, tal cual escribiera él mismo sobre Juan Bautista.



Holandés al igual que Erasmo, de quien escribiera una brillante biografía, Johan Huizinga dictaen 1935, en Bruselas, una conferencia que a la postre será parte de su legado fundamental.

Diestro radiógrafo de su época, Huizinga intentará advertir sobre la dimensión de la tragedia que se avecina. Así, apenas un par de meses más tarde, concluye un libro a partir de las ideas básicas de aquella conferencia. El título del volumen es largo y certero: “Entre las sombras del mañana: diagnóstico de la enfermedad cultural de nuestro tiempo”.



Conocido básicamente por dos libros,“El otoño de la Edad Media” y “Homo Ludens”, Huizinga lanza un llamado casi profético: “Vivimos en un mundo enloquecido. Y lo sabemos. A nadie sorprendería que, huido el espíritu, la locura estallase de repente en frenesí, dejando embrutecida y mentecata a esta pobre humanidad europea…”.

Pocos quisieron entender entonces la magnitud de lo que se asomaba. El propio filósofo será apresado años más tarde por los nazis, confinado y desterrado hasta su muerte en 1945.



De Donato y Diómedes, Erasmo retomó una fórmula denominada adagios. Mezcla de proverbios y alegorías, dice, útiles en la educación de la vida, en darle sentido.

Miembro por derecho de esa legión de antibárbaros, Huizinga advertía hace 80 años, sobre el peligro de menospreciar “la creciente indiferencia crítica”, la debilitación generalizada del juicio, el rápido y letal contagio de una enfermedad cultural llamada barbarie.



Es posible, quiso alertar, que vayamos andando por un camino en el que sin percatarnos se ha abierto una grieta.

Frente a la barbarie del presente, pareciera que, quizá, caminemos ya no sobre la grieta, sino dentro de ella.

Quizá.

sábado, 2 de julio de 2016

Tanazaki: raudo espesor

A la luz, sombra y contorno



 
 
Un color cada vez. Primero. Cuenta Plinio. Uno sólo. Y antes, ni siquiera uno. Nada más que unas líneas. Suficientes sin embargo para marcar el contorno de la sombra de un hombre. Tal hubiera sido el inicio de la pintura. Un cerco. Marcas para delimitar, por ausencia, aquello que estuvo a la luz. A eso hubiese quedado reducida la pintura, “a trazar el contorno de la sombra proyectada por los cuerpos expuestos al sol”, completa la hipótesis Quintiliano.

La sombra es, pues, ni más ni menos, que el dibujo del tiempo. Conforme el sol se mueve, ella también. Conforme éste se desplaza, todo va siendo lo que es y, de modo simultáneo, lo que va dejando de ser, lo que será. Hay un instante, en la sombra, entonces, en que el tiempo se desdobla y repliega, retiene y expande.
 
 

Huella en negativo, sostiene Stoichita en su erudita Breve historia de la sombra, tanto en Plinio como en Platón, en que arte y conocimiento hallan su origen común en la sombra. Esquiva como la luz, rauda como el tiempo, el imaginario juega a la posibilidad de contener en ella lo que (ya) no está.

Al modo en que dos cuerpos se entrelazan, línea de sombra entre dos mundos que se sobreponen, sobresale la experiencia vital transformada en literatura de Junichiro Tanizaki. No sólo por la reiterada presencia de la pintura en sus escritos.
 
 
 
Ni tampoco de manera exclusiva debido al derrotero de conocimiento sensorial que abre el talante erótico de sus cuentos y novelas. Hay en él, además de lo ya dicho, un asumir que es la sombra memoria de la luz, y viceversa. Crear belleza es hacer “nacer sombras en lugares que en sí mismos son insignificantes”, asevera.

Mundo el nuestro perdido en el empeño de negar la muerte y el deterioro, alecciona el japonés: “Al contrario de los occidentales que se esfuerzan por eliminar radicalmente todo lo que sea suciedad, los extremo-orientales la conservan valiosamente tal cual, para convertirla en un ingrediente de lo bello”, contorno y color que no es, para el pensar y el sentir, sino el eco el tiempo.
 
 

Una claridad tenue, incierta. Entre el ensueño y el parpadeo. Intermitente y nítida, añade Tanizaki. Que ya es penumbra, línea, borde, mancha. Que sin negar acompaña ese desasosiego, esa ausencia de espesor, que quizá como ninguna otra cosa, la sombra nos evoca.
 
 
Texto aparecido originalmente en el Diario La Crónica de Hoy, de la Ciudad de México, el 27 de abril de 2016.
 

@atenoriom

antoniotenorio.com