¿Es el mundo la isla del tesoro?
Eiffel.
Su torre. Emblema del progreso. La misma que fue vendida dos veces. No una,
sino dos. El estafador encontró dos víctimas. De ese engaño, porque en realidad
llevó a cabo con éxito muchos más.
Se
llamaba Víctor Lestig y nació en Hostinné, hoy República Checa, en 1890. Era un
granuja profesional. Se diría que abusaba de la buena fe de las personas, si no
fuera porque eso que se nombra “inocencia”, nunca lo es tanto.
Y sí, prueba de
lo que el psicoanalista Rodolfo Marcos-Turnbull advierte como “nuestra, en
muchas ocasiones, increíble y loca necesidad de sólo oír lo que queremos
escuchar”.
Lestig
era un bribón.
Mas lo de fondo realmente es cómo el asunto toca los linderos de
lo que Turnbull describe como la disposición plena de quien ha de ser
“mentido”. No hay engaño sin quien, de antemano, y quizá sin saberlo, se ha
colocado en el lugar del “engañado”.
Es ahí donde el pillo, el demagogo, el
embaucador lo encuentra. En ese sitio que la propia “víctima” ha reservado para
sí misma.
No hay inocencia pues en no sospechar. Es
engañado quien quiere/necesita serlo.
De tal cosa, de semejante y extraña
condición de lo humano, da cuenta con sutileza e inteligencia sin par Robert
Louis Stevenson, en una obra menos conocida que sus clásicos: La historia de
una mentira.
Relato
muy breve sobre el amor entre dos jóvenes, en el que uno miente a la amada
sobre la real naturaleza del carácter de su padre.
Cuando ésta reclama
acremente haber sido engañada, Stevenson deja correr el velo que nos permite
ver que, lo dijera o no la joven, ella pedía/necesitaba que le mintieran.
Es increíble, se afirma en algún momento de la
narración, qué pocas mentiras se necesitan siempre.
El
arte de la escritura, enunciaba Broch, consiste en divisar lo que está ahí,
detrás de la apariencia, y ponerlo a la luz. Porque el asunto no es sólo de
tener sentimientos sensatos, que es a lo que invoca el Agamenón de Esquilo,
sino en comprender la contradictoria complejidad que constituye lo humano.
En
sentido inverso, el maniqueísmo glorifica la simplificación.
Nunca nadie es
sólo víctima sin responsabilidad. Jamás hay sólo dos opciones.
El maniqueo
miente. A conciencia se inventa como mártir. A conciencia engaña. De doble
modo. Con doble malicia.
Sabe
que de algún modo, encontrará siempre quien necesite creer.