A la luz, sombra y contorno
Un color cada vez. Primero. Cuenta
Plinio. Uno sólo. Y antes, ni siquiera uno. Nada más que unas líneas.
Suficientes sin embargo para marcar el contorno de la sombra de un hombre. Tal
hubiera sido el inicio de la pintura. Un cerco. Marcas para delimitar, por
ausencia, aquello que estuvo a la luz. A eso hubiese quedado reducida la
pintura, “a trazar el contorno de la sombra proyectada por los cuerpos
expuestos al sol”, completa la hipótesis Quintiliano.
La sombra es, pues, ni más ni
menos, que el dibujo del tiempo. Conforme el sol se mueve, ella también.
Conforme éste se desplaza, todo va siendo lo que es y, de modo simultáneo, lo
que va dejando de ser, lo que será. Hay un instante, en la sombra, entonces, en
que el tiempo se desdobla y repliega, retiene y expande.
Huella en negativo, sostiene
Stoichita en su erudita Breve historia de
la sombra, tanto en Plinio como en Platón, en que arte y conocimiento
hallan su origen común en la sombra. Esquiva como la luz, rauda como el tiempo,
el imaginario juega a la posibilidad de contener en ella lo que (ya) no está.
Al modo en que dos cuerpos se
entrelazan, línea de sombra entre dos mundos que se sobreponen, sobresale la
experiencia vital transformada en literatura de Junichiro Tanizaki. No sólo por
la reiterada presencia de la pintura en sus escritos.
Ni tampoco de manera
exclusiva debido al derrotero de conocimiento sensorial que abre el talante erótico
de sus cuentos y novelas. Hay en él, además de lo ya dicho, un asumir que es la
sombra memoria de la luz, y viceversa. Crear belleza es hacer “nacer sombras en
lugares que en sí mismos son insignificantes”, asevera.
Mundo el nuestro perdido en el empeño
de negar la muerte y el deterioro, alecciona el japonés: “Al contrario de los
occidentales que se esfuerzan por eliminar radicalmente todo lo que sea
suciedad, los extremo-orientales la conservan valiosamente tal cual, para
convertirla en un ingrediente de lo bello”, contorno y color que no es, para el
pensar y el sentir, sino el eco el tiempo.
Una claridad tenue, incierta. Entre
el ensueño y el parpadeo. Intermitente y nítida, añade Tanizaki. Que ya es
penumbra, línea, borde, mancha. Que sin negar acompaña ese desasosiego, esa
ausencia de espesor, que quizá como ninguna otra cosa, la sombra nos evoca.
Texto aparecido originalmente en el Diario La Crónica de Hoy, de la Ciudad de México, el 27 de abril de 2016.
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