sábado, 2 de julio de 2016

Tanazaki: raudo espesor

A la luz, sombra y contorno



 
 
Un color cada vez. Primero. Cuenta Plinio. Uno sólo. Y antes, ni siquiera uno. Nada más que unas líneas. Suficientes sin embargo para marcar el contorno de la sombra de un hombre. Tal hubiera sido el inicio de la pintura. Un cerco. Marcas para delimitar, por ausencia, aquello que estuvo a la luz. A eso hubiese quedado reducida la pintura, “a trazar el contorno de la sombra proyectada por los cuerpos expuestos al sol”, completa la hipótesis Quintiliano.

La sombra es, pues, ni más ni menos, que el dibujo del tiempo. Conforme el sol se mueve, ella también. Conforme éste se desplaza, todo va siendo lo que es y, de modo simultáneo, lo que va dejando de ser, lo que será. Hay un instante, en la sombra, entonces, en que el tiempo se desdobla y repliega, retiene y expande.
 
 

Huella en negativo, sostiene Stoichita en su erudita Breve historia de la sombra, tanto en Plinio como en Platón, en que arte y conocimiento hallan su origen común en la sombra. Esquiva como la luz, rauda como el tiempo, el imaginario juega a la posibilidad de contener en ella lo que (ya) no está.

Al modo en que dos cuerpos se entrelazan, línea de sombra entre dos mundos que se sobreponen, sobresale la experiencia vital transformada en literatura de Junichiro Tanizaki. No sólo por la reiterada presencia de la pintura en sus escritos.
 
 
 
Ni tampoco de manera exclusiva debido al derrotero de conocimiento sensorial que abre el talante erótico de sus cuentos y novelas. Hay en él, además de lo ya dicho, un asumir que es la sombra memoria de la luz, y viceversa. Crear belleza es hacer “nacer sombras en lugares que en sí mismos son insignificantes”, asevera.

Mundo el nuestro perdido en el empeño de negar la muerte y el deterioro, alecciona el japonés: “Al contrario de los occidentales que se esfuerzan por eliminar radicalmente todo lo que sea suciedad, los extremo-orientales la conservan valiosamente tal cual, para convertirla en un ingrediente de lo bello”, contorno y color que no es, para el pensar y el sentir, sino el eco el tiempo.
 
 

Una claridad tenue, incierta. Entre el ensueño y el parpadeo. Intermitente y nítida, añade Tanizaki. Que ya es penumbra, línea, borde, mancha. Que sin negar acompaña ese desasosiego, esa ausencia de espesor, que quizá como ninguna otra cosa, la sombra nos evoca.
 
 
Texto aparecido originalmente en el Diario La Crónica de Hoy, de la Ciudad de México, el 27 de abril de 2016.
 

@atenoriom

antoniotenorio.com

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