miércoles, 24 de febrero de 2016

George Steiner: Vitalidad del pensamiento


La estoica confianza en la razón

 
 
Umberto Eco, In Memoriam.

El mundo era otra cosa, claro. En parte, porque la radio también lo era. 15 años antes de la caída del Muro de Berlín, la Radio Nacional de Canadá invitó a George Steiner a dar cinco conferencias para ser transmitidas en vivo. Profesor distinguido en Cambridge, y al mismo tiempo colaborador habitual en The New Yorker desde 1967, Steiner era ya para entonces eso que Bourdieu llamaría un Homo Academicus.


Publicadas en conjunto bajo el título de Nostalgia del absoluto, las conferencias proponen una idea central: el quiebre de los sistemas de verdad imperantes. La transmisión tuvo lugar en el otoño de 1974. Diez años más tarde, una buena parte del mundo, conmemoraría la llegada del año con el que míticamente George Orwell marcó el título de su célebre novela: 1984.

El propio Steiner escribiría por esas fechas para The New Yorker cómo "para cientos de millones de hombres y mujeres del planeta, el por desgracia célebre clímax de la visión de Orwell, ´si queréis una imagen del futuro, imaginad una bota pisoteando una cara humana´, no es tanto una profecía como una imagen banal del presente".


En el paisaje austriaco de su infancia, recuerda Steiner en Errata, “el odio a los judíos flotaba en el ambiente. De ese respirar en “un mundo convertido en col hervida”, proviene quizá la capacidad de Steiner para encontrar en el aire las señales de su tiempo. Enredados constantemente en una urdimbre de crisis que nos flagela, para usar sus palabras, Steiner fue capaz de sospechar el ansia de absoluto que aguardaba. Así no alcanzara a ver, en aquel lejano 1974, la magnitud de la barbarie que hoy asola al mundo entero.
 

1984 fue terminada en noviembre de 1948. De hecho, el título es un juego de números. "Conforme trabajaba con su novela, Orwell llegó a ver el mero acto de escribir como una de las postreras posibilidades de resistencia humana", cuenta Steiner, en lo que bien pudiera ser aplicado sobre él mismo. Sobre alguien que, como dijera alguna vez Levinas sobre Husserl, sigue representando, aun  en días aciagos como los que corren, la estoica confianza en la razón.

Un profesor. Un genuino rabinonim. Raíz hebraica, recuerda Steiner, de la palabra profesor. “La profesión más enorgullecedora y, al mismo tiempo, la más humilde que existe".

 

Este texto apareció originalmente en el Diario La Crónica de Hoy, editado en la Ciudad de México, el miércoles 24 de febrero de 2016.

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jueves, 18 de febrero de 2016

María Zambrano: El sueño insomne


La voluntad de ser




Una caja de música. Lo primero que quise ser fue una caja de música, y así, cuenta María Zambrano, con sólo levantar la tapa, escuchar el sonido venir de adentro. Ya entonces, a la futura filósofa rondaba el insomnio, terco compañero desde la primera infancia. Cuando se convenció que no sería caja de música, sigue contando Zambrano, decidió entonces que sería “centinela de la noche”, fascinada por el eco del grito de los vigilantes nocturnos que pasaban junto a su ventana en Madrid: Centinela alerta, gritaba uno. Alerta está, respondía el otro.



La filosofía vino después. Al darme cuenta, narra, que no podía ser de hecho nada, encontré el pensamiento”. Con la guerra civil vino el desgarramiento y con él llegó el exilio. A su modo, cautelar y perenne, condición del otro insomnio que hasta su muerte en 1991 acompañó a María Zambrano.  
Presente en toda su obra, el sueño, o su envés, la ausencia de éste, toma el lugar central en su indagación sobre El sueño y el tiempo. Adentrarse en la noche permanente del que no duerme. Alcanzar las luces de esa obscuridad creadora en la que la reflexión se torna la orilla sobre la que camina el sueño insomne. El insomnio cual sueño creador, “vivencia de los tiempos y experiencia en sí del tiempo”, le llama Zambrano.

Pareciera una obviedad, lo sea acaso. No hay modo de escribir, de actuar y ser, que no sea desde lo que se es. Pero a la vez, lo supo con nítida precisión el pensamiento de María Zambrano, a lo que se es, acompaña de modo inseparable, cual engrane de lo complementario, la pujanza de la voluntad de ser. En un movimiento simultáneo que apunta al mundo y su horizonte de posibilidad, toda vida es lo que es y lo que está dispuesta a ser. Soledad del árbol; espesura del bosque. Es la encarnación de eso que la filósofa denominó la razón poética, razón que buscando al otro, nos encuentra, experiencia mediadora entre el mundo, que está fuera, y el sueño del insomnio que nos habita. 




“Hemos de pensar desde nosotros mismos”, convoca Zambrano; vivir, también. Tránsito, sueño, nunca vacuo. Cual aquella música de la infancia, experiencia del tiempo. Alerta, se lee en Delirio y destino, en la unidad del pensar con la vida, alerta.

Este texto se publicó originalmente en el Diario La Crónica de Hoy, de la Ciudad de México, el 17 de febrero de 2016.

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jueves, 11 de febrero de 2016

Rubén Darío: El corazón en un vaso, cien años



El poeta que todo lo cambió



En 1915, Rubén Darío decidió volver a su patria, Nicaragua. Un año después, aquella vida agonizaba tras recibir de último momento la extrema unción. 


Cuentan las crónicas de la época que a su muerte, en el sepelio hubo de todo: flores, dolor, gritos e incluso quien buscaba tocar al amortajado como si se tratara de los despojos de un santo.

Punto nodal en la construcción identitaria americana, después de Darío, se sabe bien, la poesía Iberoamericana jamás volvió a ser la misma. 

Se trata, aún, antes que de una influencia, de un límite a alcanzar o traspasar, usando la expresión de Octavio Paz. 

Es ese tipo de poeta, dice Borges, que cuando ha pasado por una literatura todo en ella cambia.


A decir de Aníbal Sánchez-Reulet, quien en 1967, centenario del nacimiento del poeta, organizara en la Universidad de California un magno homenaje, Darío no alcanzó nunca a comprender él mismo, la trascendencia de ese “extraño sincretismo que oscilaba entre lo pagano y lo cristiano; que yuxtaponía el Oriente y el Occidente; que, para mayor escándalo, poblaba la selva americana de deidades exóticas”.

De vida al filo del garete, Darío fue nombrado por el gobierno de Nicaragua como Enviado Especial para las fiestas del Centenario en México, mas en el trayecto de Francia a nuestro país, el poeta se entera que el Presidente de su país ha sido depuesto. 

Ante ello, el gobierno de México se niega a recibirlo oficialmente. Alcanza a visitar Xalapa, donde le regalan una piña, y en Veracruz se realiza una velada literaria en su honor. 

Alfonso Reyes recordará conmovido: “Noche hubo en que el pueblo en masa  esperó la llegada de Rubén Darío, en la Estación del Ferrocarril Mexicano”.


Años más tarde, hace un siglo exactamente, apenas fallecido, se cuenta que al cuerpo se le arrancó el cerebro y el corazón, para estudiarlos. 

El cerebro fue entregado poco después a la viuda, la célebre Rosario Murillo. Pero el corazón, que había sido extirpado y puesto en un vaso por el Dr. Luis H. Debayle, permaneció con éste por años. 
 

 
Al final, Debayle lo devolvió, convencido tal vez ya que cual escribiera el propio Darío: las vidas de palpitantes corazones...son águilas con las alas extendidas/(que)se contemplan en el centro de una/atmósfera de luces y de vidas.

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Texto aparecido originalmente el 10 de febrero de 2016 en el Diario La Crónica de Hoy, editado en la Ciudad de México.