Globalidad cultural en tiempos contra lo universal
Dispersión. Poesía. Inmortalidad. Verdad. Insustancial.
1832. Goethe. Año de su muerte.
Habla, escribe a Seret, el botánico. Lo que
otros han sembrado. La cosecha. Eso es la obra. Ser colectivo.
De otro modo, quizá, años antes en “Poesía y verdad”, categórico
Goethe afirmaba ya que “todo lo disperso es desdeñable”.
Convicción que se
encadena con el establecimiento del término “welterliterature”, que aparece por
primera vez como parte de lo que Eckermann recoge.
Aunque pudiera ser que,
siguiendo a Kundera, estemos más bien frente al hombre atormentado por la
inmortalidad, capaz de hacer de la contradicción una estratagema, diría D´Ors.
Donat y Birus resuelven tal condición de otra manera.
Hay un Goethe temprano, uno clásico y uno tardío.
Fórmula para armar el
rompecabezas de quien a su juicio pudiera haber sido el último genio universal.
“El amplio abanico temático que despertaban el interés de Goethe tardío es
asombroso y comprendía áreas cognitivas y prácticas que se han separado”,
argumentan al referirse al modo continúo en que el poeta se ocupó tanto del
ámbito de la naturaleza como del espíritu.
Más hacia acá en nuestro tiempo, y sin referirse a
Goethe en concreto, aunque aludido siempre esté, Ulrich Beck se recarga en la
tradición de la sociología cultural, tras la huella de lo global.
En sentido
operativo, dice, las más de las veces la globalización “conduce a una
intensificación de dependencias recíprocas más allá de las fronteras
nacionales”.
Mas, en una condición doble, pudiera, acaso, contener la
posibilidad, también, de una “atención inteligente” a eso que Robertson
califica como la “percepción consciente del mundo como lugar singular”.
Universalismo y particularismo. Ligaduras y fragmentaciones. Centralización y
descentralización.
Conflicto y conciliación. Globalidad cultural. Dialéctica
cifrada en un neologismo: “glocalización”.
Nada se habrá de comprender culturalmente desde lo
estático, axioma del presente raudo, orienta Beck.
“La cultura global no puede
entenderse estáticamente sino sólo como un proceso contingente y dialéctico…y
en modo alguno reducible de manera economicista a su lógica del capital
aparentemente unívoca”.
Signo de su complejidad, antes que el flujo, atender la
paradoja.
Así, y moriríais de hambre, si no fueran locos llenos
de esperanza los niños y los mendigos, hace decir Goethe a su Prometeo
dirigiéndose a los dioses.
Esperanza pues, cifrada en que desposeídos
universales de lo material, encuentren en la cultura cosecha, alimento de una
vida posible para ellos, no sólo para los dioses; no sólo.