Colores del cielo
Ovoide. Ácido. Corteza. Cáscara. Aroma. Leñoso vegetal. Sembrar.
Reproducir lo que quedará.
Persistencia del aroma, la memoria entera.
Mucho más antigua de lo que suponemos es la idea de que
es en las cosas, y no en quien las mira, donde residen los valores de éstas.
Forma de la existencia convencida que todo deviene de afuera.
Para los platónicos, como se sabe, de los objetos
emanaban “partículas” a las que nombraban llamas.
Éstas, a su vez, encendían
las llamas propias de nuestro ojo, generando el flujo visual del que era
posible reconocer los colores.
Los nombres de Newton y Young, siglos más tarde, darán
un vuelco a este planteamiento y pondrá el acento en la luz.
Es en ella, y no
en la cosa misma, donde el color existe y se reconoce.
Para quienes aún empeñan sus esfuerzos en construir
castillos sobre la arena de las dicotomías, blanco y negro, irreductibles, es
una en la que más cómodos se sienten.
El pensamiento complejo, en cambio, ama,
siembra, ara y cosecha sobre el surco de los matices.
La policromía del arte, bajo ese tenor, no es cosa de
los colores que le componen, sino de los sutiles pliegues de la existencia que
es capaz de dejarnos avizorar.
Diestro homenaje a esa capacidad para comprender
el color como sino de un vivir hondo, es la pequeña obra maestra de Marguerite
Yourcenar titulada, justamente, al amparo de un color: Cuento azul.
Yourcenar tiene
el privilegio de reconocer muy joven cuál es su vocación. No es un quehacer; es
una postura.
No es un hacer, sino un mirar, una toma de postura. La renuncia a
lo monocromático de la tozudez que insiste en que sólo hay dos caminos.
Al artista verdadero, en cambio, le acompaña la
fascinación por las certezas parciales, múltiples, fragmentarias.
Diseminadas
por aquí y por allá como polvo de color.
Escrito durante los años treinta, Cuento azul, trenza el destino de un grupo de comerciantes europeos
en su ir y venir a Oriente, con un mundo de olorosos humos coloridos.
Mezquitas
deslumbrantes; cuerpos tan blancos que sirven de fanales a un barco.
Relato envuelto en lo que Keats llamara “la belleza
matinal”, Cuento azul es a su modo, muchos años antes, también, narración de un
mundo en común entre Oriente y Occidente.
Se mueven mercancías a la par que
personas, lenguas, verdades y sueños.
No es quien no tiene nada, el que perece, traza
Yourcenar.
Lo pierde todo, aquel que entre la ceguera del negro que lo habita, extravía
el recuerdo del color del cielo.
Los colores del cielo.
En plural.
@atenoriom
antoniotenorio.com