jueves, 11 de febrero de 2016

Rubén Darío: El corazón en un vaso, cien años



El poeta que todo lo cambió



En 1915, Rubén Darío decidió volver a su patria, Nicaragua. Un año después, aquella vida agonizaba tras recibir de último momento la extrema unción. 


Cuentan las crónicas de la época que a su muerte, en el sepelio hubo de todo: flores, dolor, gritos e incluso quien buscaba tocar al amortajado como si se tratara de los despojos de un santo.

Punto nodal en la construcción identitaria americana, después de Darío, se sabe bien, la poesía Iberoamericana jamás volvió a ser la misma. 

Se trata, aún, antes que de una influencia, de un límite a alcanzar o traspasar, usando la expresión de Octavio Paz. 

Es ese tipo de poeta, dice Borges, que cuando ha pasado por una literatura todo en ella cambia.


A decir de Aníbal Sánchez-Reulet, quien en 1967, centenario del nacimiento del poeta, organizara en la Universidad de California un magno homenaje, Darío no alcanzó nunca a comprender él mismo, la trascendencia de ese “extraño sincretismo que oscilaba entre lo pagano y lo cristiano; que yuxtaponía el Oriente y el Occidente; que, para mayor escándalo, poblaba la selva americana de deidades exóticas”.

De vida al filo del garete, Darío fue nombrado por el gobierno de Nicaragua como Enviado Especial para las fiestas del Centenario en México, mas en el trayecto de Francia a nuestro país, el poeta se entera que el Presidente de su país ha sido depuesto. 

Ante ello, el gobierno de México se niega a recibirlo oficialmente. Alcanza a visitar Xalapa, donde le regalan una piña, y en Veracruz se realiza una velada literaria en su honor. 

Alfonso Reyes recordará conmovido: “Noche hubo en que el pueblo en masa  esperó la llegada de Rubén Darío, en la Estación del Ferrocarril Mexicano”.


Años más tarde, hace un siglo exactamente, apenas fallecido, se cuenta que al cuerpo se le arrancó el cerebro y el corazón, para estudiarlos. 

El cerebro fue entregado poco después a la viuda, la célebre Rosario Murillo. Pero el corazón, que había sido extirpado y puesto en un vaso por el Dr. Luis H. Debayle, permaneció con éste por años. 
 

 
Al final, Debayle lo devolvió, convencido tal vez ya que cual escribiera el propio Darío: las vidas de palpitantes corazones...son águilas con las alas extendidas/(que)se contemplan en el centro de una/atmósfera de luces y de vidas.

www.antoniotenorio.com





Texto aparecido originalmente el 10 de febrero de 2016 en el Diario La Crónica de Hoy, editado en la Ciudad de México.

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