Hoy,
que hablamos de la era digital, no pocos se preguntan qué es lo que realmente
ha cambiado. La portabilidad de la comunicación, el acceso casi inmediato a datos
y hechos, la modificación de esos mensajes, y su multiplicación exponencial,
son a no dudarlo indicadores de las nuevas formas en las que nos relacionamos,
conocemos e interactuamos con el mundo y con otros individuos.
Roto
el monopolio de la publicación, y aun más: de la supervisión de lo que se
publica, cualquier individuo con una instrucción digital básica está en
posibilidades de ser partícipe de la producción de contenidos de manera
directa. Para quienes proceden del orden del mundo anterior, esta producción es
desdeñada porque no son “especialistas”, o se escandalizan de la forma en que se
toma un fragmento de un contenido previo y a partir de él se (re)produce se
(de)produce, para decirlo derrideanamente.
La
escritura como implosión es incomprendida o vilipendiada desde una lógica que
no es la suya. Es decir, la lógica del “texto completo y cerrado como el mundo
del saber mismo”. La escritura del instante y la (de)producción el fragmento es
el todo. Y eso que los antiguos llamaban contexto, un encadenamiento sin fin de
fragmentos (al fin) así reconocidos.
Todo
discurso, en todo caso, es el fragmento de una circunstancia elocutiva
anterior. Y si se trata de descalificar a quienes intervienen contenidos dados
a partir de un fragmento y del uso (e incluso abuso) paródico, habría que decir
que ese contexto al que se alude es el “texto con” todo aquello que adereza lo
que se dijo.
El
elogio al fragmento, que supone la producción de contenidos desde la sociedad,
ya sea como intervención de un mensaje dado o como una enunciación original, se
debe entender como espejo de una realidad escritural en la que es el lector
quien, sin intermediarios, determina cuál es la cadena causal y casual de
significantes de lo que antes era un contexto dictado desde el púlpito del que “sabe”
o “entiende”.
En
el mismo tiempo que pueden durar dos comerciales de televisión, en el mundo se
habrán producido, en tan solo un minuto cerca de 300 mil mensajes de tuiter, se
habrán publicado 2 millones y medio de mensajes en Facebook, 100 horas de video
en Youtube y más de 400 millones de correos electrónicos habrán sido enviados.
Todo,
todo ello en tan solo un minuto. Cada 60 segundos la humanidad produce más
información que toda aquella que el más arriesgado de los visionarios del futuro
de hace apenas 20 años pudo haber imaginado.
No
se trata solo de aparatos cada vez más potentes, versatiles y accesibles para
el gran consumo. No es solo la velocidad a la que ocurren las comunicaciones.
El paradigma ha cambiado. Hoy, la sociedad consume información, pero sobre todo
es la principal productora de contenidos mediáticos.
La sociedad produce, intercambia, colabora, crea
contenidos como nunca antes en la historia. Ante ello, el reto para los medios
con vocación de servicio público es, en definitiva, aun antes que el desafío
tecnológico mismo, saber incorporar esos contenidos con un sentido social. Ir
al encuentro diverso y plural de estas nuevas voces.
Enriquecerse con ellas. Comprender que en el fragmento, reside el elogio del todo.
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