lunes, 2 de febrero de 2015

Introducción a El libro de los remedios: El breve esplendor

Comparto el texto que aparece en El libro de los remedios como Introducción. Pudiera resultar una buena forma de contextualizar de dónde viene el proyecto y algunas ideas sueltas que lo circundan.
Vuelvo a agradecer la paciencia y generosidad que toda lectura implica.
¡Saludos!



El breve esplendor

Más que famosa es la idea en la que Julio Cortázar asegura que el cuento debe imaginarse como una pelea de boz que concluye en los primeros rounds con un fulminante knock out.
A diferencia de la novela, pensaba, que puede –y quizá podría decirse—hasta debe diferir la información, entretenerse con tramas paralelas, hacer surgir a personajes secundarios, en fin, abrir tantas bifurcaciones como la propia historia y el talento del escritor lo permitan, el cuento, no, insistía Cortázar.
El cuento es la brevedad, la contundencia, esa pequeña y exacta pieza de ingeniería que no admite ni que falte, ni mucho menos que sobre nada. Cada cosa en su lugar, en el orden perfecto, en la dosis justa, en el momento exacto.
La colección de “Remedios” que conjunta este libro  no son cuentos. Pero toman de este género los valores que tanto fascinaron y que con tanta maestría cultivó Cortázar; extraordinario novelista, a la vez, por cierto.
Estos “Remedios” son formas breves, divertimentos, si se quiere, esructuras minúsculas, cuya extensión acotada representa para el autor, y desde luego, para el lector también, no sólo un gusto por la precisión, sino un desafío técnico pues, antes que el alarde de discurrir que posibilitan los grandes formatos, en este caso, una coma, un adjetivo con más caracteres que otro, un sustantivo en un lugar equivocado, puede echar por la borda todo el esfuerzo.
 Mas la brevedad por sí misma no es un arte, es sólo una exigencia técnica que puede quedar y agotarse en ello. Lo insulso, lo vano, lo intrascendente lo es; no importa de cuántos caracteres se vista.
Por eso, antes de que la muerte lo sorprendiera en 1985, y que nos hiciera saber cuán breve puede parecer siempre la vida de un genio, el escritor y pensador italiano Italo Calvino, en Seis propuestas para el próximo milenio, el libro que derivó de las conferencias que preparaba para la Universidad de Harvard, y de las cuales sólo alcanzó a desarrollar 5, más que de brevedad ponía el énfasis, de modo visionario, en que la literatura del siglo XXI habría de estar impregnada de Levedad, Rapidez, Exactitud, Visibilidad, Multiplicidad y (sin haber alcanzado a desarrollarlo) Consistencia.
Iluminar con esos valores, hubiera podido decir Calvino, un cosmos entero es la misión primera y última de esa experiencia humana que enlaza dos vidas, la de aquel que escribe, la de aquel que lee. Formulados originalmente sobre la base de esa plataforma del mundo en red llamada tuiter, los Remedios apelan a esta tradición, para nada nueva, por cierto, que va desde el Haiku hasta el epitafio pasando por los refranes, las sentencias, y toda forma que ha buscado en la constricción la contundencia de la revelación.
El tuit es una centella en un bosque de niebla, un grito entre una multitud, un relámpago a la mitad de un diluvio. Arde tan pronto aparece, su luz es ceguera. Un laberinto instantáneo, un río más que veloz, una línea en perpetuo movimiento. Es fragmento, lo que es más, homenaje al fragmento y un reconocer explícito de que el mundo es fragmentario y provisional, como todos nosotros, al fin y al cabo.
Fragmento, el tuit, que sin embargo no se muestra nunca como algo aislado. Es la parte de un todo, de un intento por narrarnos a nosotros mismos, el mundo y la vida que nos ha tocado en suerte. Son parte de una sola historia, de nuestra visión del mundo, de nuestra valoración de las cosas que nos suceden, testimonio de ánimos, impulsos, centella que permanece de nuestro devenir.
Concebidos originalmente como una serie que concluyó al llegar al número mágico y mítico (porque una cosa y otra no es lo mismo) de 666, los “Remedios” fueron publicados originalmente como tuits. Se sirvieron de la estructura que los remedios “serios” toman para sí, valiéndose a la vez, de un deseo de incorporar en ellos relaciones y revelaciones que no necesariamente fueran causales. Se parecen más a un destello que a una receta médica, por eso deben leerse con la debida condescendencia, pero también con la debida alegría de que no curan nada, pero tampoco enferman de cosa alguna.
En su origen, la serie se llamó “Remedios Insondables”. Entendiendo por insondable lo misterioso, lo inexplicable, ese punto al que no alcanza a llegar ni la razón ni la ciencia ni la técnica. Es el misterio por excelencia. El misterio de estar vivos, de amar, de sentirnos terriblemente tristes o de maravillarnos con la luz de la tarde. Y fueron “insondables” no sólo porque es un misterio qué curan, sino porque el misterio abarca incluso si se trata de remedios de qué cosa.
Mas sean lo que sean, de lo que no queda duda alguna es que son escritura que covoca, incita, interpela a provocar ese prodigio que es el cruce de dos vidas, autor-lector, en esa esquina que forman asombro y encuentro.
Los griegos tenían incoporada a su vida la expresión de “curar por la palabra”. Narrar cura, contar historias, saber de ellas y saberse de ellas, nos descarga, nos libera, nos hace sentir más ligeros.
Acaso sea por ello que Borges nunca dejó de insistir en que leer era una de las formas de la felicidad. Y acaso por ello también, estos “Remedios” a lo que más que aspiran es a esa cura a través de la palabra que revela y sorprende, que regala un pedazo de un mundo que no se sabía que estaba ahí, a un instante, una centella, un relámpago, un destello de eso que el propio Borges llamó forma resplandeciente de la felicidad.
Leánse, por ello, con la debida prudencia, calma y al ritmo que cada lector sea capaz de regalarse a sí mismo. Si para los dioses la belleza de Helena fue un peligro, que la sorpresa de un hallazgo sensible en 140 caracteres no lo sea para nosotros.
Que sea la lectura nuestro verdadero “remedio”, que la felicidad, como la vida, nos sean irremediables.
En tan poquitos caracteres a esa desmesura aspiraron y aspiran estos Remedios; nada más, nada menos.
Que los disfruten, y que despierten en ustedes mismos el breve pero imperecedero esplendor de la eternidad de la vida breve que nos ha sido dada como regalo, como aventura.
¡Gracias y buen viaje!


San Ángel, una tarde de domingo del mes de abril de Dos Mil Trece

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