miércoles, 4 de marzo de 2015

Cuerpos en tránsito: Vestimentos y desvestimentos

La irrupción del cristianismo hizo en las artes figurativas que éstas incorporaran, vía a la acción del desnudamiento o del vestirse, una representación completa del erotismo. 
El despojamiento, está ligado a la erótica de la Reforma; mientras que la segunda, el revestimiento, se nutre de las ansías de la erótica de la Contrarreforma y el Barroco. En una y en otra el punto tensional está puesto en el tránsito entre un estado y otro; mas si es tránsito lo que se puede percibir representado es porque subyace una acción. Esta es, en la dirección que se quiera, de ida o de vuelta, la acción de desnudarse.
El des(a)nudamiento es la acción determinante del tránsito erótico. Ya habíamos anotado al hablar de Bataille como para este pensador, el deseo erótico y la pulsión al desnudamiento tiende redes de atracción continua.
El ser que desea salir de sí mismo, ofrece al otro y reclama de ese mismo otro un cuerpo desnudo como mensaje y medio, es la negación, dice Bataille, del ser encerrado en sí mismo. Perniola nos hace ver cómo Bataille se mueve en una tradición que otorga al desnudarse un gran valor espiritual. “Durante la Reforma.... la cruz, el martirio, la agonía de Jesús son considerados como el ápice de la experiencia cristiana. De ahí que la perdición, el desgarramiento, la aniquilación, el abismo, la confusión, el desorden, el estupor, el temblor, el vértigo y la muerte se impongan también como modelos de experiencia erótica”.
Dice Perniola, basándose en el nuevo tipo de desnudo femenino en el cual el ritmo dominante deja de concentrase en la cadera, como sucedía con el desnudo griego, y pasa a descansar sobre el vientre ligeramente curveado, que se observa una tendencia a recuperar para el cristianismo el significado de la fealdad mediante la representación de los cuerpos, más que en su estado ideal desnudez en su verdad desnuda. 
Los pintores de la Reforma se enfrentan sin embargo a la disyuntiva de presentar personajes que aspiran a la santidad, misma que para el protestantismo no es dada al hombre. Los pintores echan mano de un recurso interesante: el velo. El velo señala un espacio intermedio entre vestimenta y desnudez. Este no tiene nada más la función de obstáculo de la visión, sino, más bien, instaura, justamente, ese tránsito del que tanto hemos venido hablando como condición de lo erótico.
Estructurado como la respuesta contumaz del arte de la Reforma, su contra parte católica, establece el tránsito entre vestidura y cuerpo de modos maneras especialmente: en el uso erótico del drapeado (esto es, el uso de pliegues); y en la ilustración del cuerpo humano como despojo viviente, tal como se ve la “fiebre” por el diseño anatómico. 
 Históricamente debe reconocerse que en el uso de los tejidos que cubre-descubren el (otro) cuerpo, el aporte de las órdenes religiosas es fundamental. 
Ellas son quienes encargan a los pintores celebrar a sus santos, imponiendo un modelo de figura humana envuelto en una túnica. Perniola hace notar que “el lugar que el cuerpo desnudo de la crucifixión ocupaba en la espiritualidad reformista pasa ahora a ocuparlo el cuerpo vestido de la resurrección triunfante” (253). La sensibilidad erótica que con ello se impone proviene de la idea que considera a las vestiduras como la simbolización de un nuevo cuerpo redimido del pecado y finalmente inocente.
El juego de pliegues que marcan los tejidos de la tela de los vestidos, deja muy claro el tránsito del cuerpo humano, por ejemplo, de la Santa Teresa en éxtasis de Bernini, pintada para adornar la iglesia romana de Santa María de la Victoria, al cuerpo glorioso, como si la túnica fuera ese otro objeto sobre el cual ocurre la transubstanción desde un cuerpo humano hacia otro cuya santidad habita, precisamente, en la propia túnica.
Sin embargo, Perniola no deja de hacer una acotación que explora una ruta inquietante: La celebración del cuerpo como vestidura. “La erótica barroca no se agota... en la túnica de santa Teresa, sino que recorre de nuevo el sendero que, desde las vestimentas, conduce hasta el cuerpo. Los desnudos barrocos dejan de ser el punto de llegada de un despojamiento: resplandecen como “túnicas de piel” a las que nada distingue de las “túnicas de luz” de las que hablaban los Padres de la iglesia” (255). 
Esta cultura cristiana ha dejado su marca, sin duda, en la erótica del revestimiento que subsiste hasta nuestros días. Tanto en las fantasías más comunes y masificadas por el mercado; ya, ni qué decirlo, en las más sofisticadamente complejas.

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