La irrupción del cristianismo hizo
en las artes figurativas que éstas incorporaran, vía a la acción del desnudamiento o del vestirse, una
representación completa del erotismo.
El despojamiento, está ligado a la
erótica de la Reforma; mientras que la segunda, el revestimiento, se nutre de
las ansías de la erótica de la Contrarreforma y el Barroco. En una y en otra el
punto tensional está puesto en el tránsito entre un estado y otro; mas si es
tránsito lo que se puede percibir representado es porque subyace una acción.
Esta es, en la dirección que se quiera, de ida o de vuelta, la acción de
desnudarse.
El des(a)nudamiento es la acción determinante del
tránsito erótico. Ya habíamos anotado al hablar de Bataille como para este
pensador, el deseo erótico y la pulsión al desnudamiento tiende redes de
atracción continua.
El ser que desea salir de sí mismo, ofrece al otro y
reclama de ese mismo otro un cuerpo desnudo como mensaje y medio, es la
negación, dice Bataille, del ser encerrado en sí mismo. Perniola nos hace ver
cómo Bataille se mueve en una tradición que otorga al desnudarse un gran valor
espiritual. “Durante la Reforma.... la cruz, el martirio, la agonía de Jesús
son considerados como el ápice de la experiencia cristiana. De ahí que la
perdición, el desgarramiento, la aniquilación, el abismo, la confusión, el desorden,
el estupor, el temblor, el vértigo y la muerte se impongan también como modelos
de experiencia erótica”.
Dice Perniola, basándose en el nuevo tipo de desnudo
femenino en el cual el ritmo dominante deja de concentrase en la cadera, como
sucedía con el desnudo griego, y pasa a descansar sobre el vientre ligeramente
curveado, que se observa una tendencia a recuperar para el cristianismo el
significado de la fealdad mediante la representación de los cuerpos, más que en
su estado ideal desnudez en su verdad desnuda.
Los pintores de la Reforma se
enfrentan sin embargo a la disyuntiva de presentar personajes que aspiran a la
santidad, misma que para el protestantismo no es dada al hombre. Los pintores
echan mano de un recurso interesante: el velo. El velo señala un espacio
intermedio entre vestimenta y desnudez. Este no tiene nada más la función de
obstáculo de la visión, sino, más bien, instaura, justamente, ese tránsito del
que tanto hemos venido hablando como condición de lo erótico.
Estructurado como la respuesta contumaz del arte de la
Reforma, su contra parte católica, establece el tránsito entre vestidura y
cuerpo de modos maneras especialmente: en el uso erótico del drapeado (esto es, el uso de pliegues);
y en la ilustración del cuerpo humano como despojo viviente, tal como se ve la
“fiebre” por el diseño anatómico.
Históricamente
debe reconocerse que en el uso de los tejidos que cubre-descubren el (otro)
cuerpo, el aporte de las órdenes religiosas es fundamental.
Ellas son quienes
encargan a los pintores celebrar a sus santos, imponiendo un modelo de figura
humana envuelto en una túnica. Perniola hace notar que “el lugar que el cuerpo
desnudo de la crucifixión ocupaba en la espiritualidad reformista pasa ahora a
ocuparlo el cuerpo vestido de la resurrección triunfante” (253). La
sensibilidad erótica que con ello se impone proviene de la idea que considera a
las vestiduras como la simbolización de un nuevo cuerpo redimido del pecado y
finalmente inocente.
El juego de pliegues que marcan los tejidos de la tela
de los vestidos, deja muy claro el tránsito del cuerpo humano, por ejemplo, de
la Santa Teresa en éxtasis de
Bernini, pintada para adornar la iglesia romana de Santa María de la Victoria,
al cuerpo glorioso, como si la túnica fuera ese otro objeto sobre el cual
ocurre la transubstanción desde un cuerpo humano hacia otro cuya santidad
habita, precisamente, en la propia túnica.
Sin embargo, Perniola no deja de hacer una
acotación que explora una ruta inquietante: La celebración del cuerpo como
vestidura. “La erótica barroca no se agota... en la túnica de santa Teresa,
sino que recorre de nuevo el sendero que, desde las vestimentas, conduce hasta
el cuerpo. Los desnudos barrocos dejan de ser el punto de llegada de un
despojamiento: resplandecen como “túnicas de piel” a las que nada distingue de
las “túnicas de luz” de las que hablaban los Padres de la iglesia” (255).
Esta
cultura cristiana ha dejado su marca, sin duda, en la erótica del revestimiento
que subsiste hasta nuestros días. Tanto en las fantasías más comunes y masificadas por el mercado; ya, ni qué decirlo, en las más sofisticadamente complejas.
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