Ten
siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te
brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la
halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.
Constantino
Cavafis
Ha
sido el propio Claudio Magris, en ocasión de recibir el Premio Príncipe de Asturias,
quien ha dejado establecida con toda claridad su idea de que escribir es
transcribir.

“Incluso
cuando inventa –asegura Magris—un escritor transcribe historias y cosas de las
que la vida le ha hecho partícipe: sin ciertos rostros, ciertos eventos grandes
o pequeños, ciertos personajes, ciertas luces, ciertas sombras, ciertos
paisajes, ciertos momentos de felicidad y de desesperación, no habrían nacido
muchas páginas. Por tanto debería compartir este premio con todos los coautores
de lo que he escrito, hombres y mujeres que han compartido mi existencia y
forman parte de mí. Solamente mirando esos rostros –advierte Magris—puedo ver
el mío, como en un espejo que de lo contrario estaría vacío…”La
transcripción del mundo no es, por tanto, un acto idílico que surge de algo
mal nombrado inspiración o peor aún de la nada. Se transcribe ese pequeño
fragmento de la existencia transfigurada en parte de un diálogo atemporal que
se construye cruzando tiempo y espacio, insertándose en la vida de los otros y
permitiendo que la vida de éstos se inserte en la nuestra.

Un
ejercicio de la mirada que se torna palabra y que resignifica las relaciones
que las cosas que pueblan el mundo, que las voces que lo habitan, tienen entre
sí. “Tiende el
poeta su abierta mirada sobre el mundo que habita, señala el mexicano Rubén
Bonifaz Nuño, y lo recoge en ella, lo reúne; lo comprende y lo comunica,
comprensible. Gracias a él, nosotros, hombres comunes, columbramos ese mundo en
un instante inmóvil; lo columbramos iluminado y a salvo de la muerte.”
De una muerte que
no es otra que el olvido. Un olvido del mundo que pronto se torna para quien lo
padece en un olvido de sí. Si Magris debe a quien él ha leído; nosotros le
debemos a él. Es su escritura ese caudal bajo cuya fuerza y lucidez se forja un
espejo, antes que del mundo como algo abstracto y ajeno, como una realidad
susceptible de ser vivida.

Porque es la
escritura en Claudio Magris, en él, a través de él, la trascripción antes que
de una realidad con pretensiones de objetividad, el despliegue de una
experiencia interior en la que el mundo propio se ensancha en la medida en que
vamos siendo capaces de interpolar, de hacer dialogar, de construir analogías,
entre las situaciones abiertas por un texto y la situación particular de quien
lee.

Así, la lectura
nos lleva de lo desconocido a lo familiar y de ahí a lo entrañable, a lo
luminoso, a lo que diciéndonos del mundo nos dice de nosotros mismos. Viajero
en el sentido literal y en cuanto posibilidad del pensamiento, Magris es un
incitador del viaje. Un instigador para que nos movamos de nuestros lugares
comunes y nuestras certezas predispuestas.
Viajamos con
Magris, cruzando a Magris, paseando la imaginación como quien desliza un dedo
sobre el mapa de un territorio que se abre al asombro. Emprendemos el camino
para encontrar y encontrarnos. Una marcha cuyo sentido no es, como quisiera el
mundo de lo pragmático, la llegada, sino el trayecto. Demorémoslo, pues; tal
cual llama Cavafis.
ClaudioMagris
ConstantinoCavafis
Imágenes:
Valéria Dénes
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