Memoria iluminada, galería donde vaga
la sombra de lo que espero. No es verdad
que vendrá. No es verdad que no vendrá.
Alejandra Pizarnik
De acuerdo con la mitología, Mnemosyne, fue la mujer con quien Zeus
procreó las nueve musas, luego de seducirla vestido de pastor.
De esta unión nacieron, según su nombre y campo al cual están abocadas a
dar protección: Caliope: poesía épica; Clío: historia; Erato: poesía lírica y
cantos sagrados; Euterpe: música de flauta y algunos otros instrumentos de
viento; Melpómene: tragedia; Polimnia: arte mímico; Talía: comedia; Tersícore:
música general y baile.

Las nueve estaban dedicadas a divertir a los dioses del Olimpo, estaban
bajo la dirección de su padre, Zeus, y eran veneradas por todo aquel que se
dedicaba a labores intelectuales, filosofía, diálogos, etc. Mnemosyne, su
madre, es presentada como hija de Cronos y Rea, y se cuenta que parió a sus hijas, las musas en el monte
Pierius.Por su parte, atribuye Cicerón en su De oratore al poeta Simónides la
invención de la memoria. Lo hace en una mezcla de leyenda y mito en el que
intervienen, además, los gemelos Cástor y Pólux.
Lo relatado por Cicerón da cuenta de una reunión
convocada por un noble de la ciudad de Tesalia llamado Scopas.
Ahí, luego de que el poeta recitara sus versos y de que
al hacerlo hubiera dicho que los dedicaba por igual al anfitrión y a los dioses
gemelos, Scopas se negó a darle la paga completa arguyendo que la otra parte,
la mitad, debía cobrárselas a los gemelos con quienes él, el noble, había
tenido que compartir la dedicatoria de los poemas.

Desconcertado ante tal actitud el poeta recibió un
mensaje de la puerta de la casa. Afuera lo esperaban dos personas que le pedían
saliera con premura. Simónides accedió y fue al encuentro de los desconocidos
que lo llamaban. Grande fue su sorpresa cuando al llegar ala puerta descubrió
que no había nadie.
Mientras tanto, en el interior de la casa, se desplomó
el techo de la estancia en la que la fiesta tenía lugar. Todos quienes estaban
ahí murieron aplastados por el tejado.
Muertos todos, Simónides, sin embargo fue capaz de
recordar el lugar exacto en el que cada uno de los invitados y el anfitrión se
hallaban en la sala. De ese modo pudo indicar, en medio de cuerpos mutilados e
irreconocibles, el lugar en el que cada deudo debía recoger el cadáver de su
familiar.

De los visitantes, se dice, que no fueron otros si no
Cástor y Pólux quienes, salvándole la vida, retribuyeron al poeta. A partir de
ahí, subraya Cicerón queda clara, al reparar en la utilidad de que Simónides
hubiera podido recrear el lugar de cada invitado, la importancia de una memoria
ordenada.Se trata, instruye Cicerón al tocar
el punto de la memoria como una de las cinco partes de la retórica, de
adiestrar a la mente para tener la capacidad de seleccionar lugares y
aparejarlos con imágenes mentales de las cosas que se deseen recordar, para
luego almacenar esas imágenes en esos lugares.

El orden de los lugares habrá de
preservar, según esta instrucción, el orden de las cosas. Las imágenes de las
cosas, por su parte, habrán de denotarlas. Lugares e imágenes, respectivamente,
jugarán el papel de una tablilla de cera y de letras escritas sobre de ella.Presente el nuestro en el que
caminamos, navegamos es mejor decir, ya no como en la vida, sino a partir de
vínculos que lejos de continuar se bifurcan de modo infinito.Una cosa y después otra, no es más,
en el mundo de todo a la vez, el modo en que se camina. Las imágenes son
difusas y los lugares idóneos que proclamó Cicerón, no están más cuando se
intenta regresar a ellos.
La vida sin donde poner los objetos
que no son objetos y que solemos llamar: memoria.
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