Guárdame junto a ti, cerca de tu ombligo en que principia
el aire
César Moro
Frota
la puerta doce veces con el clavo que hay en mi ombligo, ella le dijo. El
ombligo, quizá el mismo, quizá el único, el de todas y todos, en el que se
puede vertir o sorber hasta una onza de almizcle. El perfume, se puede saber o
no, pero sentir de cualquier forma, de fuerte aroma segregado por una glándula
del ciervo.
Mientras,
en el tiempo anterior posterior del mito se hace saber que, siendo por entonces
la Tierra plana y circular, el dios de dioses, Zeus, quiso determinar el centro
exacto de aquella extensión bajo su mando y cuidado.
Lanzó
dos águilas, dos, y les ordenó que volaran a la misma velocidad desde cada uno
de los extremos del díametro del círculo que ocupaba la Tierra. Las águilas,
quizá por estar exhaustas, quizá porque en algún sitio hubo de ser, se
encontraron en Delfos.
Razón
suficiente para que ahí, exactamente ahí, se erigiera el imponente Tempo de
Apolo, y para que en el centro justo de ese centro, en el interior del
magnífico templo se colocara una piedra de mármol que nadie habría de mover
jamás.
Piedra
a la que de haber sido este nuestro tiempo se le hubiese llamado, ombligo; en
aquella lejanía cercana nuestra, sin embargo se le nombró Ónfalo, quedando en
ella fijado el centro del mundo.En
celo el dios de saber, en celo mayor aun el ciervo aquel, puede suponerse con
posabilidad de errar. Pues ya sea en el cuento de cuentos, Las Mil y una noches, de donde proceden las referencias iniciales,
o el canto poético al cuerpo desde El
Cantrar de los cantares, o el mito, el ombligo es centro de muchos centros,
y hueco cuyo vacío derrama miel del ensueño y ecos de la adivinación del otro.
Púdicamente cubierta o a la vista de quien
se quiera aventurar, sobre el vientre de ese territorio de lo real y lo
simbólico que es el cuerpo humano, asoma una pequeña cavidad que nos recuerda
que hemos nacido.
Cicatriz, huella, llaga, evocación del
origen, indicio en sueños de vigor o de calamidades, el ombligo es el sitio
donde todo converge. Centro del cuerpo y, por extensión, centro del universo.
A su modo, cada cultura ancestral estableció
el nexo metafórico entre el ombligo y sus preguntas acerca del sitio donde se
halla la explicación primera y última de las cosas.Si para los griegos uno de los significados
de la palabra omphalós fue “centro del timón”, los romanos llamaron umbilicus
a una pequeña concha blanca y plana, como de la que debió haber nacido Venus,
ilustra Gutierre Tibon, que usaban como remedio mágico contra el dolor de
cabeza; al tiempo que en el mundo azteca, la propia palabra México, da cuenta
de una ubicación excepcional: “el ombligo de la luna”.
Babilonia reclamó para sí el nombre de
“puerta del cielo”, pues representaba el centro del mundo; al monte Meru, en la
antigua Persia, se le reconoció como “el ombligo de los mares”; y en latín
Jerusalén era llamada umbilicus mundi, siendo representada en los mapas
medievales como punto central del universo.En Delfos, apunta Platón, Apolo se había
establecido en “el ombligo de la tierra para guiar al género humano”. Desde
entonces, quizá, como se hacía en el antiguo santuario de la adivinación, en
Delfos, proseguimos intentando encontrar el centro desde el cual se construye
el sentido de los designios divinos y los afanes humanos.Así, como si se tratara de un jeroglífico
marcado en la piel, el ombligo ha sido cubierto o develado según la época. En
los sesenta, bikinis y las blusas ombligueras, hoy de vuelta, se sumaron al
caudal de colores chillantes y pantalones ceñidos en lo que fue una nueva
manera de asumir el cuerpo y sus fronteras.
Vestidos con arracadas, piercings y
tatuajes, es difícil determinar si los ombligos del presente mantienen vigentes
las simbologías del pasado.Bastará, sin embargo, con recordar la
primera vez que nuestra mirada se escabulló hasta el ombligo de la persona
amada, para saber que por debajo de esa leve hendidura, cual si fuera la
disimulada entrada al corazón de un volcán, habita una voz que no deja de
pronunciar nuestro nombre, de llamarnos al encuentro.Al encuentro en esa cavidad del mundo, en
ese hueco de la existencia en que habiendo sido uno, tornamos en dos, para en
algún instante, ombligo con ombligo, retornar al estado primigenio de la
unicidad, dos que son, vuelve a ser, uno solo.
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