Saber. Sin saber
O
mejor, saber sabiendo que no se sabe. Claudicación casi imposible. Así, sin más,
aceptarlo.
Porque a excepción hecha de Dios, se dice que profetizó Sócrates al
momento de tomar la cicuta, a nadie le es dado conocer si quién queda en mejor
rumbo, si el que muere o el que se mantiene vivo.
Dijera así el filósofo a modo
adiós y sentencia irrevocable: “Ahora es tiempo de irnos. Yo a morir, y ustedes
a vivir. Pero cuál de nosotros tenga la mejor perspectiva, es algo que nadie
puede saber, a excepción hecha de Dios”.
No hay accidente vital
mayor, paradojas de paradojas, que la muerte. Pero no es el único.
El nacimiento
mismo, se cuenta entre ellos, qué duda cabe. Despertar, volver del sueño, una más
de las contingencias que pueblan toda existencia.
Dar con el otro, reconocerse
en él. De lo imperioso y sus leyes; de lo fortuito y sus devaneos, está hecha
nuestra condición.
Seres de lo imprevisible y lo mesurable; por igual.
Reconocido en 1965 con el
Premio Nobel de Medicina y Fisiología, no es exagerado atribuir a Jacques Monod
reinventa la biología molecular.
Lo hace a partir de que descubre una molécula
específica que hace las veces de mensajera.
A partir de ese punto, propone que ésta tiene como
misión “desatar” la información codificada en el ADN y las proteínas.
Es decir,
una molécula a la que debemos en buena medida aquello que se transmite de
generación y generación, y que da forma a lo viviente.
Explicables, sí;
previsibles, no, lanza Monod, cual dardo al centro de lo que él mismo llama la
ilusión antropocéntrica.
“Nos queremos necesarios, inevitables, ordenados desde
siempre. Todas las religiones, casi todas las filosofías, incluso una parte de
la ciencia, atestiguan el incansable, heroico esfuerzo de la humanidad negando
desesperadamente su propia contingencia”, asevera Monod.
La vida y lo viviente, se
esparce entonces, en su explicación extrema, entre el juego y rejuego de las
posibilidades infinitas, entre el azar y la necesidad, Demócrito tenía razón.
Ciencia
y verdad, corresponde al campo de las grandes preguntas humanas, postulaba
convencido Monod.
Nuestras sociedades,
alertaba ya en 1970 Monod, intentan aún vivir y enseñar sistemas de valores
arruinados.
Aceptar no saber, no significa desentendernos de la necesidad de
reconciliar eticidad y verdad.
A más de 40 años de su muerte, su llamado ético sigue
vigente.
Puede que la vida sea contingente; los valores, no.
@atenoriom
antoniotenorio.com
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