Un plato detrás de cada puerta
Anteriores
a las ventanas, son las puertas.
Documentado
está que la casa prototípica de los sumerios constaba de habitaciones en forma
de rectángulo, acomodadas alrededor de un patio, por cuyo techo dejaba entrar
luz y aire.
No
había ventanas. Mas sí una abertura que, a modo de puerta, comunicaba la
vivienda con la calle.
Innumerables
tablones de cedro, asegura por su parte la Biblia, conjuntó el Rey David para
construir el gran Templo.
El
mismo cuya edificación sería obra de su hijo Salomón, y cuya destrucción es un
eco de lo que parece, hasta nuestros días, un conflicto inextinguible.
Metáfora de lo que se traspasa, lo es
asimismo de aquello que se resguarda. Puertas tienen las viviendas y los
templos.
Puertas
tienen también las tumbas y las bóvedas. Simples, ornamentadas. Protegen y
encierran. Acceso. Cerrojo. Límite.
Están
ahí, las puertas, en recuerdo tanto de lo que está al alcance, como de lo que
no.
Hace
justo cien años, en 1917, Rodin accedió a ver culminada su majestuosa Puerta de
los infiernos. Había comenzado a trabajar en ella en el ya para entonces lejano
1880 para la gran Exposición Mundial de 1889 en París.
Mientras
preparaba la obra magna, Rodin trabajó más de 200 piezas que combinan
personajes de Dante, Baudelaire y Ovidio, y que nutrirían durante muchos años
su imaginario.
Al final, desistió de ver terminada su puerta monumental.
Acaso
en 1917, sin saber que moriría pronto, aceptó la idea de una fundición de la
Puerta del infierno, que tampoco alcanzó a ver realizada.
Noventa
años más tarde, más conocida como novelista, la canadiense Margaret Atwood
elige la amplia metáfora de la puerta para dar título a una de sus
compilaciones poéticas.
Desde
la infancia hasta la vejez, Atwood se adentra, traspasa la puerta de la
escritura, cierta de que cruzar ese umbral es indagar entre luces y sombras, un
andar formulado desde el cuestionamiento perenne, antes que desde las certezas
inamovibles.
“La
puerta se abre:
Oh, dios de los goznes,
dios de los largos viajes,
has
cumplido tu palabra…”
escribe Atwood.
Nadie
ha de querer un deseo muerto, traza la canadiense en esa sección que dedica
justo a la vejez y sus aprendizajes.
Ve,
la poeta.
Ve, como ella dice, la oscuridad, sin miedo, con gratitud
existencial. En una era en la que nadie es viejo. Nadie quiere serlo; nunca.
Así
su deseo de eterna juventud sea una puerta que esconde, detrás, un plato de
deseo frío y muerto.
Infernal.
@atenoriom
antoniotenorio.com
Hay puertas que deben quedar cerradas a piedra y lodo, otras que es forzoso abrir para seguir viviendo y otras que al abrirse invitan a abrir otras y otras y otras...gracias Toño
ResponderEliminar