martes, 8 de agosto de 2017

Margaret Atwood: límite


Un plato detrás de cada puerta




Anteriores a las ventanas, son las puertas.

Documentado está que la casa prototípica de los sumerios constaba de habitaciones en forma de rectángulo, acomodadas alrededor de un patio, por cuyo techo dejaba entrar luz y aire.

No había ventanas. Mas sí una abertura que, a modo de puerta, comunicaba la vivienda con la calle.

Innumerables tablones de cedro, asegura por su parte la Biblia, conjuntó el Rey David para construir el gran Templo.

El mismo cuya edificación sería obra de su hijo Salomón, y cuya destrucción es un eco de lo que parece, hasta nuestros días, un conflicto inextinguible.

Metáfora de lo que se traspasa, lo es asimismo de aquello que se resguarda. Puertas tienen las viviendas y los templos.

Puertas tienen también las tumbas y las bóvedas. Simples, ornamentadas. Protegen y encierran. Acceso. Cerrojo. Límite.

Están ahí, las puertas, en recuerdo tanto de lo que está al alcance, como de lo que no.

Hace justo cien años, en 1917, Rodin accedió a ver culminada su majestuosa Puerta de los infiernos. Había comenzado a trabajar en ella en el ya para entonces lejano 1880 para la gran Exposición Mundial de 1889 en París.

Mientras preparaba la obra magna, Rodin trabajó más de 200 piezas que combinan personajes de Dante, Baudelaire y Ovidio, y que nutrirían durante muchos años su imaginario. 

Al final, desistió de ver terminada su puerta monumental.

Acaso en 1917, sin saber que moriría pronto, aceptó la idea de una fundición de la Puerta del infierno, que tampoco alcanzó a ver realizada.

Noventa años más tarde, más conocida como novelista, la canadiense Margaret Atwood elige la amplia metáfora de la puerta para dar título a una de sus compilaciones poéticas.

Desde la infancia hasta la vejez, Atwood se adentra, traspasa la puerta de la escritura, cierta de que cruzar ese umbral es indagar entre luces y sombras, un andar formulado desde el cuestionamiento perenne, antes que desde las certezas inamovibles.

“La puerta se abre: 
Oh, dios de los goznes, 
dios de los largos viajes,
 has cumplido tu palabra…”
 escribe Atwood.

Nadie ha de querer un deseo muerto, traza la canadiense en esa sección que dedica justo a la vejez y sus aprendizajes.

Ve, la poeta. 

Ve, como ella dice, la oscuridad, sin miedo, con gratitud existencial. En una era en la que nadie es viejo. Nadie quiere serlo; nunca.

Así su deseo de eterna juventud sea una puerta que esconde, detrás, un plato de deseo frío y muerto.


Infernal.

@atenoriom
antoniotenorio.com

1 comentario:

  1. Hay puertas que deben quedar cerradas a piedra y lodo, otras que es forzoso abrir para seguir viviendo y otras que al abrirse invitan a abrir otras y otras y otras...gracias Toño

    ResponderEliminar