Caber en la Palabra
Tu decir. Exceso.
Habla tú también. Carencia. No el último. El primero. ¿Dónde está tu ojo?
Pavoroso. Mirar ir a
la muerte a los que se ha amado. Al tendero de la esquina. A la maestra del
hijo. Al propio hijo.
Y si aun aquello no fuera
poco, se cuenta, sobre cómo podía ser uno mismo, cualquiera, el músico que
acompañara a los condenados a la cámara de gas.
Vecinos, amigos,
familiares que hacían tocar sus instrumentos, que antes hubieron de sonar para
el Klezmer. Formados ahora para que aquellos acordes “cavasen tumbas en el
aire”.
Un tango, sí, un tango
en medio de aquella demencia criminal. Precisamente aquel que a Hitler tanto le gustaba.
Y cuyo autor lo había tocado para
el Führer en Berlín, en 1939. ¿Su título?, Plegaria.
Infinita la capacidad de lo macabro para desdoblarse en algo aun peor.
De
semejante crueldad, da cuenta la inteligencia acuciosamente luminosa de José Ángel
Valente, conocedor como pocos de quien es quizá el poeta mayor del siglo XX,
Paul Celan.
“Bajo el cielo
sombrío”, húmeda aún de lo oscuro, la Palabra de Celan, dice Valente, “se
abandonan a la esperanza”, habiendo brotado, paradójicamente, de un tiempo sobre
el que pareciera que todo decir resulta insuficiente, inútil, impronunciable.
Asesinados sus padres
por los nazis, el joven poeta, llamado todavía Paul Antschel, publica en 1947,
su primer poema bajo otro nombre.
“…sonad con más tristeza sombríos violines y
subiréis como humo en el aire/y tendréis una tumba en las nubes”, traduce
Valente.
“Negra leche del alba
te bebemos de noche/ al medio día y la mañana y al atardecer/ bebemos y
bebemos”. El nombre. El que se nos da. El que elegimos.
El lugar, Bucarest.
1947. El título del poema, “Todesfuge”. En rumano aparecerá como “Tangoul
Mortii”, (“Tango de muerte”, en español).
Lo firma, ya no Paul Anstchel, sino
un tal Paul Celan.
A contraflujo del
tiempo nuestro, reino de la verborrea, sobresale, inmenso, el rigor con que
Celan atendía qué poemas eran publicables.
Desechaba mucho de lo escrito,
cuenta José Ángel Valente, o bien porque le parecía inacabado, o por ser “excesivamente
personales”.
Ahogado de estulticia,
el presente torna lo “excesivamente personal” en atributo.
Narcisista festín
del no tener nada (más) qué contar. Un desparramarse; cual si lo vacío pudiera
ser vaciado.
Evidencia, trágica, de
un no caber en la Palabra; mucho menos en sí.
La audacia de la escritura concisa impacta, revela al lector asuntos se perderían en la palabrería. Gracias querido Toño.
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