El cielo y la roca
Un aguacero. Una tormenta. Un imparable
vendaval en el que cada gota de lluvia mantiene en su interior el destello del
conjunto.
Tal es la imagen que usa Butterfield para describir aquello que
produce el pensamiento de Arthur Koestler. Un disidente nato, como él se llama
a sí mismo.
Mente luminosa, subyugada a su vez
por desentrañar de qué manera procede el intelecto.
Koestler se mantiene firme
en la idea de indagar sobre el misterio que reside en las intimidades de
ciertas mentes y el método que les llevó a recomponer los vínculos entre las
piezas del rompecabezas de la existencia.
Cómo “cada nuevo punto de
partida, cada recomposición de lo que se había separado, comporta la
destrucción de los rígidos y osificados modelos de comportamiento y pensamiento
anteriores”.
De ahí que la vida no pueda ser comprendida, pensaba Koestler,
sino como una suerte de libro escrito en tinta invisible.
Un testimonio del cual, asegura en Euforia y utopía, “sólo en raros momentos
de gracia, conseguimos descifrar algún pequeño fragmento”.
La obsesión del científico y el
artista está ahí: descifrar.
De las “almas inflexibles”, como las nombra Vargas
Llosa en su Prólogo a El cero y el finito,
la novela que Koestler escribió para tratar de explicarse de qué manera operó
la mente de los héroes soviéticos para aceptar absurdas acusaciones de Stalin y
resignarse a la muerte.
Hasta Newton, quien “con el auténtico paso firme de
los sonámbulos”, describe, consiguió percibir que los fragmentos
dispersos, que las ideas contradictorias de Galileo y Kepler, eran piezas de un
mismo cuerpo.
Si aceptamos que los cambios en la
manera de pensar, funcionan para un colectivo o para una persona, a manera de
mutaciones, asevera Koestler.
No puede dejar de sorprender, así, que mientras los
cambios físicos entre el hombre primitivo y el actual no son demasiados, la
evolución de la mente es incalculable.
No suficiente, eso sí, para haber
previsto el saldo social que las cuentas del siglo XX y década y media del XXI
arrojan.
O para eludir, dice Koestler, la manera en que la esclavitud hipnótica
ante los aspectos numéricos de la realidad ha embotado nuestra percepción de
los valores no cuantificables.
Desnudo, pues, frente al espejo de
un “cielo abstracto sobre una roca desnuda”, el espíritu no tiene hoy más
camino que buscar nuevas cosmologías de su destino y sentido.
@atenoriom
antoniotenorio.com
El pensamiento humano, comprometido en una eterna exégesis, nos induce a redescubrir y redescubrirnos en el descampado de un entramado social incomprensible. Gracias por esta extraordinaria invitación a leer a Koestler
ResponderEliminarIndagar el pensamiento como forma de la existencia, su ritmo, sus preguntas, su forma de construir devela a la vez de qué estamos hechos. Koestler era, en el mejor sentido, un sonámbulo, reflejo de las mentes cuya complejidad le apasionó. Gracias por leer, querida Sara. Seguimos en el camino. Abrazo!!!
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