Un corazón cual abismo
Cuando oprima la piedra tu carne temblorosa,
y le robe a tus flancos su dulce rendimiento,
acallará por siempre tu corazón violento,
detendrá para siempre tu andanza vagarosa.
y le robe a tus flancos su dulce rendimiento,
acallará por siempre tu corazón violento,
detendrá para siempre tu andanza vagarosa.
Baudelaire
¿Cómo
funciona el vértigo de la violencia? ¿Qué clase de emoción construye lo que se
destruye? El resorte físico y emocional que supone la planeación, la ejecución,
la huida. La existencia como una forma del absoluto. Como tentación metafísica
en la que todo, todo lo que se hace y se es, constituye la fusión insondable
entre vida y muerte.
Se
sueña con lo absoluto, como parte de él, cual si se fuera una pieza de esa
maquinaria perfecta y circular: la muerte que da vida. La vida al servicio de
la muerte que da vida que sirve a la muerte...
Borís
Sávinkov, poeta, novelista, pero sobre todo, personaje de sí mismo, militar
disidente de cuanto hubiera que disentir, agente del terror convencido de la
necesidad de la violencia como motor de la historia, es el terrorista más
legendario de principios del siglo XX.
Autor
de innumerables atentados, entre ellos el que costó la vida a los personajes más
notables del último periodo zarista en Rusia, Sávinkov nación en lo que hoy es
Ucrania en 1879, y murió, según versiones oficiales, luego de lanzarse desde el
último piso desde el edificio donde la policía política del gobierno
bolchevique lo interrogaba en 1925.
Sávinkov
es dirigente del ala más radical del Partido Socialrevolucionario, participa
del gobierno de 1905, conspira en el fallido golpe de estado y tiempo después
toma partido por el bando contrarrevolucionario que intentera sin éxito echar
abajo del poder a Lenin.
En
1920 abandona Rusia, y desde el exterior, tras la mascara de más de 17 personalidades
distintas, se esconde, recauda fondos, huye, redacta propaganda, recluta y
organiza atentados contra el gobierno comunista de su país; todo a la vez.
En
nombre de la Madre Rusia, esa figuración tan enraizada en el imaginario histórico
de su pueblo y de su nación, Sávinkov escribe. En 1923 aparece en París, y al
año siguiente en Moscú, su novela última: El
caballo negro, nouvelle en la que se entrecruza la voz del implacable
comandante de las fuerzas contrarrevolucionarias, que al mismo tiempo desliza
su sentimiento de añoranza amorosa y deseo por retornar a los brazos de la
mujer amada que le aguarda.
Se lee así en la estupenda Introducción a El caballo negro, firmada por Marta Rebón
y Ferrán Mateo: Si para los pintores románticos el
paisaje es el escenario donde está representada la tensión entre la naturaleza
y el espíritu humano y es donde se constata la soledad existencial del hombre
de la modernidad, Sávinkov desplaza esa tensión hacia el paisaje en medio de la
batalla.
Disponible hoy en español gracias a Impedimenta Libros, El caballo negro, es de algún modo, la secuela de su obra anterior, El caballo amarillo, de 1909, aunque en ésta última predomina ya la clara noción de que la guerra es una máquina que termina por devorar al propio hombre.
Disponible hoy en español gracias a Impedimenta Libros, El caballo negro, es de algún modo, la secuela de su obra anterior, El caballo amarillo, de 1909, aunque en ésta última predomina ya la clara noción de que la guerra es una máquina que termina por devorar al propio hombre.
“Sigo
el camino de la vida como un caballo desbocado”, escribe Sávinkov, apocalíptico
e iluminado, desbordado de sí, carcomido por una luz que lo ciega y lo hace ver
más allá, la historia que supone le aguarda. La bomba y la pluma, la pericia técnica
lo es poética; y en sentido inverso: todo verso, toda imagen, implosiona y hace
recomenzar el mundo desde el estado oscuro y primigenio del caos.
Apasionante, resulta pues, esta mirada de la
historia desde el pensar de estos hombres para los que, como Sávinkov, la guerra
resultaba una necesidad histórica, y para quienes la actividad terrorista más que un arma de lucha política, constituía
todo el mundo en el que vivían.
Sávinkov
pudo haber tenido éxito cuando planeó el asesinato de Lenin. Solo que la bala,
del arma que el proveyó, no fue mortal. El hombre que induce la violencia, que
la controla, la imagina, la mira llevarse a cabo desde algún punto: la historia
toda como posibilidad reunida en él. Puede que sea ahí, en esa sensación
irresistible de encarnar la historia entera, en lo que descanse la fascinación
por la violencia.
Escritura
que rebela y se rebela en el mundo, como bien pretendía Albert Camus, quien por
cierto, años despues del supuesto suicidio de terrorista, toma la figura de Sávinkov
como inspiración para su deslumbrante obra de teatro Los justos, sobre los
dilemas éticos de la violencia.
Escritura
como que revela y se revela como el mundo. El mundo que no es otra cosa, en el
caso paradigmático de Sávinkov, que el cruce exacto, la convergencia luminosa y
oscura, del absoluto individual con la presencia del devenir de lo histórico y
social. Una época en un hombre. El sentir y sentido de una éppoca en una
emocionalidad. Contenida y expansiva.
“Estamos
todos condenados”, sentencia Sávinkov. Y se lanza al vacío. Como dicen que fue
su muerte. Aunque bien pudiera ser empujado, que es lo más probable. Escribe y
se rebela y se revela. Rabia, tristeza, desolación. La caligrafía de la
violencia. De su violento amor doble, dos mujeres, a cual más de distintas. También
esa violencia cuenta.
De Sávinkov,
Churchill, hipnotizado por su arrojo, su astucia, dijo “me pareció que llevaba
impresa la marca del destino”. Ese solo hombre, ese hombre que termina solo,
volando entre el piso del que se lanza o es lanzado, despide un perfume
seductor, el de la violencia, el de la fuerza implosiva y explosiva, el que
oferta el nuevo comienzo y lo infalible del caos.
Perfume difícil de resistir por su aroma doble. Perfume de flores, vivas en tanto su aroma se esparce y permanece, marchitas en tanto no hay perfume que no esté hecho de flores muertas, que hayan tenido que serlo, para que el aroma nazca. Veneno de la destrucción y obsesión del nuevo principio. Abjuración de los demonios, que antes se han desatado, de ello da cuenta, con violenta intensidad, la escritura, que parte de su estar absoluto en el mundo.
Al fin podré descansar, dice Sávinkov,
cuando es detenido. Al fin. Sometido al vértigo extenuante de la violencia, hay
una cárcel peor que la cárcel misma: la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario