El viaje comienza con el regreso
“Decía mi madre que la
memoria es un don elusivo,
a menudo infernal.
Cuando trato de acordarme de ella,
no logro detener una imagen fija
sino un torbellino de figuras superpuestas.”
Daniel, en El
común olvido
Sylvia Molloy
Decidir
volver a casa. A esa casa que habitamos con nuestra madre. A esa casa que es
nuestra madre. Volver a casa, solo para saber que no hay manera de hacerlo, que
no hay más casa, que no nuestra madre es sino un conjunto de recuerdos, de
casas y cuartos, que se superponen en el tiempo y el espacio diluido. Querer
volver a casa, solo para saber que nosotros, que esa casa, que esa madre,
tampoco pueden volver de su propia disolvencia.
Pero antes de querer regresar, la decisión de
irse como decisión vital que lo funda y comienza todo. Todo comienza en un
irse, en un salir, en un desprendimiento del adentro hacia el afuera.
Irse de la madre, y que ella nos deje ir,
desprenderse, uno del otro, desde esa fusión originaria que es el cuerpo único;
nacer es el primer viaje. Aquel que nos enseña para siempre que todo regreso es
imposible.
Regresar luego de 30 años, a cumplir la
última voluntad de la madre. Reconocer que, como bien sentencia Claudio Magris,
el viaje comienza, siempre con el regreso. El viaje es la memoria. la memoria
del viaje. La memoria como el retorno mismo. La memoria que reconoce,
desconoce, desea, inventa, añora, recupera.
El
común olvido, de la argentina Sylvia Molly, no es una
novela sobre la madre de Daniel, el protagonista, pero a la vez, sin la figura
de la madre y el secreto que por tanto tiempo ella guarda, la novela no es
imaginable. El silencio de la madre de Daniel, es el ansía de él de encontrarla
en la voz del pasado, en el eco de la memoria y en el reecuentro con la
Argentina con la que se topa tres décadas más tarde. La madre está muerta, todo
lo demás está, a su modo, vivo.
Al tiempo que, la madre no estará
verdaderamente muerta, fuera de él, se mantendrá viva a costa de él, si no
consigue no sólo enterrar el cuerpo que guardó el secreto, como lo guardo a él
en el vientre, sino además apagar su silencio con su propia voz, vuelta la voz
del presente que recuerda y renombra. Él es ahora la voz. La voz del doble filo
del tiempo. La voz de su madre silenciosa. La voz de él mismo, buscándola a
ella, hablante.
Una
historia para recordar. Porque la historia de Daniel lo es, porque la novela es
en sí un gran ejercicio de escritura y
reflexión. Una novela para recordar porque El
común olvido es una lúcida exploración por los recovecos de la memoria y el
olvido.
Publicada
originalmente en 2002, es reeditada en Argentina por Eterna cadencia. En el
marco de la recuperación y reimpresión de la tan escasa como interesante obra
de Molloy. Este esfuerzo de revaloración incluye la redición hace poco de En
breve cárcel por parte del Fondo de Cultura Económica. Novela que había sido
también reditada hace un par de años por Alfaguara y la Universidad del
Claustro de Sor Juana, con toda seguridad bajo el aliento de la poeta y
novelista de origen argentino, Sandra Lorenzano, vicerectora de esa
institución.
Argentina
con más de 30 años de residir como
académica en los Estados Unidos, Sylvia Molloy construye un personaje con
algunos rasgos que la recuerdan a ella misma, Daniel. Que tiene como ella, a
decir de Edgardo Scott, una relación con la lengua materna dada por la
ausencia, sí, pero esencialmente por la discontinuidad.
Rasgo que vierte en la construcción de Daniel. Y que lo subraya, al colocarlo en el momento en que regresa a Argentina para esparcir los restos de su madre en el Río de la Plata, última petición de ella.
Rasgo que vierte en la construcción de Daniel. Y que lo subraya, al colocarlo en el momento en que regresa a Argentina para esparcir los restos de su madre en el Río de la Plata, última petición de ella.
Esta
encomienda es la punta de una madeja que va llevando a Daniel a quedarse en la
busqueda de más y más datos que le ayuden a reconfigurar su propia memoria. Daniel,
retorna al país del que salió a los doce años, como quien regresa al pasado en
pos de encontrar las huellas, el rastro que ha dejado en su camino. Un viaje
personal y sentimental a través de recuerdos que se presentan sueltos,
desperdigados.
Como
si todos fuéramos frente a nosotros mismos una realidad que se forma en nuestra
memoria y en la memoria de los demás. Somos nuestros recuerdos y a la vez somos
parte del recuerdo de los demás, como los demás son parte de nuestro recuerdo.
La
memoria es ese viaje hacia lo que sucedió, pero que no deja de estar presente,
como se dice en el libro, la sensación permanente de lo que hubiera podido ser.
Por eso, recordar es confirmar, pero es también dudar, desatibilizar. Traer del
pasado al presente y llevar del presente al pasado.
La
novela de Sylvia Molloy hace ver de qué manera hay recuerdos falsos, cosas que
estamos seguros que ocurrieron de determinada manera. Recuerdos falsos que
ayudan a que el pasado sea soportable en el presente.
Pero
hay también olvidos verdaderos. Cosas que nuestro yo omite, borra, diluye para
hacernos la vida posible. Recordamos y olvidamos por instinto de sobrevivencia.
Revelamos secretos y guardamos dolores cuando es necesario. Y lo hacemos con
una buena causa: Poder vivir
Todo
ejercicio de la memoria, nos dice Molloy, es una investigación sobre nosotros
mismos. Quienes somos y cómo hemos llegado a serlo.
La
memoria. Es un regreso a casa. A una primera casa, reducto, esfera, fortín y todas sus metáforas sucesivas. Una casa en
la que habitan por igual recuerdos, olvidos, secretos, silencios, fantasmas e
invenciones. Una casa a la que además de nuestros recuerdos, olvidos y
fantasmas llegan de visita los de otros, los de aquellos que a través de su
memoria también nos recuerdan, nos olvidan, nos inventan.
Sylvia
Molloy es una de las voces más poderosas e inteligentes de la narrativa actual
en español. Tiene la capacidad para situarnos, ya sea en El común olvido o En breve cárcel frente a historias que
presenciamos como si estuviéramos ahí. O aun mejor, de hacer de la memoria de
los personajes parte de nuestros recuerdos. De hacer de nuestros recuerdos y
olvidos, parte de sus personajes.
Una
escritura, dice Ricardo Piglia, que se instala en el tiempo del recuerdo o el
tiempo de la pasión de manera tan nítida que parece que estamos espiando. Pero
no espiamos perseguidos o avergonzados, sino poseídos por el imán de las
palabras, de la belleza y la intensidad de quien descubre en otras vidas,
recuerdos de su propia vida.
"En palabras de Leonardo Sciascia: cuando
uno ha cometido el error de irse, afirma Molloy, no debe cometer el error de
volver. El tema me toca muy de cerca, tanto en la ficción como en la llamada
vida real: es el tema de El común olvido , y es, desde luego, la vida que me ha
tocado vivir." Los regresos nunca son como se han planeado. Los regresos
nunca son. No hay más que afuera. En algún punto de la vida, no hay más que
afuera. “siempre me ha llamado la atención la expresión ‘vivir afuera’, dice la
autora de El común olvido, tanto el
inglés como el francés recurren a una noción espacial, la de ‘otra parte’ (
ailleurs o elsewhere ). El español, más tajante, condena al que se va a una
intemperie contundente."
Sí, no hay, aun dentro de la memoria, más que
intemperie. Intemperie, pura y nada más; huérfanos a la intemperie, a orillas
del gran Río, con nada más que cenizas entre las manos, sí. De la madre de cada
cual somos todos, y cada uno, su epitafio viviente.
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