La voluntad de lo invisible
Aturdimiento.
Habitual. Útil, incluso. Necesario, tal vez. Una condición en la que se puede
creer que no se está solo. Llegar a sentirse acompañado. Mirarse en la imagen
de aquel que no deja de confeccionar cosas, ideas, visiones. Soñarse,
despierto, dormido, planeando, elaborando. Sin parar; nunca.
Qué
difícil es en cambio no hacer nada, escribe sensible e inteligente, Clarice
Lispector. Negación explícita y voluntaria del homo faber. Silueta humana
idealizada con la que el mundo moderno se instaló en el imaginario occidental.
Adentrarse
en la voluntad de lo invisible. Tolerar desaparecer. Diluir lo que está a la
vista. Despejar el camino hacia uno mismo. No solo. Únicamente a solas. “Lo más difícil es no hacer nada: quedarse a
solas frente al cosmos. Trabajar es aturdimiento. Quedarse sin hacer nada es la
desnudez final”, en palabras de Lispector.
Unir
puntos. Luminoso trabajo de editores. Al consistente proyecto editorial que camina
bajo la tutela de Adriana Hidalga y Fabián Lebenglik, le debemos tanto la publicación de
las peculiares crónicas que Lispector publicó en el Journal do Brasil, como un
libro singular cuyo tema es una pasión humana desde tiempo inmemorial: Historia
de la nada, del filósofo Sergio Givone.
Ni
Lispector ni Givone, habrá que advertirlo, se asoman al nihilismo. No radica
ahí su interés. Es una fuerza de atracción mayor la que los mueve. No indagan sobre una escuela de pensamiento, pues al fin y al cabo,
el pensar mismo puede acabar siendo una forma del aturdimiento, dijera la
incomparable escritora brasileña.
Juzgar
más allá de lo que se nos presenta. Ese límite que es su propia existencia. Y
la nuestra. Esa imposibilidad, ya cita Givone, de comprender las cosas frente a
las cosas mismas. Con nosotros ahí. Sin alcanzar ni remotamente a imaginar el
alcance absoluto del sistema que acoge a todas las cosas, y las hace ser lo que
son.
Ha
escrito Leonardo, a quien costaba mucho ya dejar de trabajar, ya dar por
terminado un trabajo. Foso de doble abertura. Incontable. Y en medio de
aquello, el genio enunciaba: “De las cosas grandes que entre nosotros se
encuentran, el ser de la nada es grandísimo”.
Grandísimo,
sí. Tal que, en nuestra pequeñez humana, nos quede, únicamente, no más que a
solas, tener una tarde la fortuna de alcanzar a sentir bajo el tibio halo de su
sombra, un hallazgo de libertad. Acaso (casi) nada.
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