Metáforas de lo imprescindible
Sólidos. Útiles. Firmes. Una historia en sí mismos. De
un lado a otro. Leer los puentes, la bella expresión de Denison y Stewart en su
condensado recorrido histórico, es comprenderlos. Lo útil y lo bello. La función
y su emotividad. El comercio, la expansión de las ciudades, el desarrollo del
ferrocarril, la comunicación entre regiones. Tanto y más debe lo humano a los
puentes.
Madera, piedra, acero, hormigón, vidrio templado. Y
luego los materiales secundarios. Encargo nada menor el que tienen: unir,
asegurar, reforzar. El mortero de cal que une a las piedras entre sí. Los
clavos de acero que refuerzo de la madera. Las juntas de hierro y las
propiedades del hormigón armado, pre o postensado.
Estructuras de lo tangible, pero no menos metáforas de
lo necesario, todo cuenta en los puentes. Todo en ellos narra. Exactamente como
la inteligencia emotiva del nobel serbocroata Ivo Andric sigue haciéndonos ver
en su muy bella novela: “Un puente sobre el Drina”. Sensible pesquisa sobre el
alma del macizo de piedra cincelada, que desde la época medieval es orgullo de
la ciudad de Visegrad, en Bosnia.
Punto de encuentro, tal cual es todo puente, Andric se
vale de éste para reconstruir a su modo la crónica del encuentro y desencuentro
de dos civilizaciones, cuyo punto de convergencia se halla inicialmente en el
ensueño de un hombre que pertenece por igual a ambas. Un hombre, el primero,
cuenta Abdric al dar cuenta sobre el origen del puente de Visegard, que “entre
un instante tras sus párpados cerrados, vislumbró la silueta robusta y elegante
del gran puente de piedra que habría de ser levantado”.
Durante siglos, este puente vinculó al mundo cristiano
y el islámico. De modo simultáneo, resguardó leyendas e historias personales. Amalgamando
entre sus piedras “destinos que están tan entremezclados que no se les puede
imaginar ni contar por separado”, escribe Andric.
Y acaso porque al unir dos orillas, todo puente une
mucho más, en sociedades fracturadas se urge de modo metafórico y real “a tender
puentes”. Se apura a dar con quien sea capaz de idearlos y hacerlos posibles de
modo perdurable. Pues va en ello, a no dudarlo, buena parte del anhelo de que
las separaciones no se ahonden.
Impredecibles y sombríos, el pérfido torrente de la cólera.
Salvarlo, emplaza a la audacia y la capacidad para imaginar y erigir puentes.
Firmes. Duraderos. Sólo así.
(Texto publicado originalmente el Diario Crónica, de la Ciudad de México)
@atenoriom
antoniotenorio.com
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