La era de la indolencia o el final de las ventanas
Patios. Ventanas. Fuentes de luz. Y de una discusión.
Si es que fueron los patios, llamados atrium,
por donde en la antigua Roma luz y aire entraban, se explicaría con ello que la
raíz fuese ventus, viento, o wind, para window.
Pero si como sostienen otros,
fenestra, la vieja nominación latina, fuese el punto de partida, habría forma
de relacionarla con la partícula de raíz indoeuropea: bha-pha-fa. Es decir,
brillar. Componente, además, de palabras como fantasía o fantasma.
Cautivado, y cómo no estarlo, por la figura del
fantasmal oficinista que a todo responde “preferiría no hacerlo”, de Melville,
el español Vila-Matas entreteje géneros y épocas para rastrear en “Bartleby y
Compañía”, a quienes pudiendo haber escrito más, renunciaron a seguirlo
haciendo.
El no hacer como forma extrema del hacer. Esos seres, dice Vila
Matas, en los que habita una profunda negación del mundo. Porque, dice, “sólo
de la pulsión negativa, sólo del laberinto del No puede surgir la escritura por
venir”.
De suerte tal que, de aceptarse una noción de
escritura como un abrirse al mundo y permitir que su aire y luz llenen la
habitación propia, su contrario, ese arte de la negativa del que habla Vila
Matas, vendría a ser el sitio del que por decisión propia ha decidido quedarse
encerrado en el adentro del adentro, luego de haber cerrado, para siempre, toda
ventana, todo intersticio.
De otro modo, Duchamp construyó la historia de su
propia ventana. La de 1920. A la que tituló “Fresh Widow”, en un juego de
palabras con la palabra “viuda” en inglés.
Una
miniatura que el artista encargó a un carpintero de Nueva York. Al recibirla,
cubrió los ocho paneles que simulan el lugar de los vidrios, con cuero negro
que, planteaba Duchamp, debían ser limpiados a diario para dar la impresión de
que la habitación al otro lado estaba a oscuras. Brillo evocativo.
Oscuridad brillante, mutismo expresivo, arrasados por
el viento de esta época. Ventanas con forma de redes. Inconmensurable atrium de un decir sin mesura.
La era
del vacío, la llamó Lipovetsky. Frenética experiencia de la escritura vacía. La
resistencia de Bartleby, suplida por el cotilleo infinito. Duchamp, imitado en
plastipiel. Hueca ventana sin nada al otro lado.
Ni un respiro. Parloteo ensordecedor. La voz íntima
desvaída, desvalida, sobre el vaho. Ni aire ni luz. Ventanas tapiadas con
espejos. En cada una, el rostro propio.
Ese fantasma.
(Este texto apareció originalmente en el Diario La Crónica, de la Ciudad de México)
@atenoriom
antoniotenorio.com
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