Transformar todo en lenguaje
Un
tarareo. Una melodía constante. Al centro del barullo. Del alboroto y el ruido
insensato. Una fisura entre la que emergen, como volutas de humo, formas
musicales. Unos cuantos acordes. Básicos, o no, eso no importa. Interesa que
puedan repetirse. Que se fijen en el recuerdo. Tiempo que persista frente al
tiempo. Memoria. Aun siendo ésta, cual
lo advirtiera Borges, aquel “quimérico museo de formas inconstantes, un montón
de espejos rotos”.
Hay
una forma del pensamiento que es eminentemente musical, sostenía Carlos Chávez
en 1961, al acudir a Harvard a la Cátedra de Poética Charles Eliot Norton. “El
creador artístico es un transformador. Transforma todo en un leguaje, traduce
todo a su propio lenguaje artístico. Un compositor vuelve música todo aquello
que absorbe del exterior, y todo lo que él es congénitamente; describe
musicalmente su momento presente, de manera que, en realidad, toda la música es
autobiográfica”.
Autobiográfica
es toda música, dice Chávez. Quien la hace suya, sabe que sí. Pues si como
Borges figuraba, somos memoria, hemos de ser, entonces también, la memoria de
la música que perdura en cada cual. El rastro viviente de su significado. La
posibilidad de volver a uno mismo, volviendo a ella.
Ha
querido, así, António Lobo Antunes, ese otro Nobel que merece la lengua
portuguesa, figurar en un personaje la negación de la muerte de aquel que da a
cualquiera, en su música, una forma de decir(se) el mundo. “La muerte de Carlos
Gardel”, se llama la novela.
En
ella, Lobo Antunes fabula una buhardilla: “y en medio de violonchelos y pianos,
Carlos Gardel cantando…con una voz que hería como un cuchillo cavando un surco
entre tendones y músculos y cartílagos que chasqueaban, el limonero y las pilas
antiguas brillaban en la noche, el gallinero hervía de alas…”
Y
un día lo encuentra. O eso cree él. Lo confunde, claro. Pero su reconocimiento
es sincero. Se está reconociendo a sí. Lobo Antunes lo sabe y le hace decir: “Porque cuando usted canta Melodía de arrabal”, le dice el
personaje al Gardel que él cree vivo, “…comprendo finalmente el sentido de las
cosas, que uno entrevé con absoluta nitidez, preciso, perfecto, luminoso, un
segundo antes de despertar…”
Instante que toda vida es. Despertar. Para hallar,
entre formas inconstantes y fugacidades atroces, una melodía. Un tarareo que
permanece. La música que pervive. Un recuerdo que navega. Nosotros mismos. Ahí;
entonces.
antoniotenorio.com
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