martes, 12 de septiembre de 2017

Clara Janés: desorden

La distancia que no es






Al predominio de la geometría euclidiana en tanto principio básico, Occidente debe, sostiene Robert Wald, todos los siglos en los que el problema del tiempo y el espacio se afincaron en los dominios de matemáticos y filósofos.

No es un asunto de campos, claro, sino de preconcepciones. 

El pensar en serio exige el entrecruzamiento de ámbitos supuestamente distantes, tal como lo consignara un colega de Wald en la misma Universidad de Chicago, el Nobel de Química Ilya Prigogine.  

Hay un orden que no deviene de un orden anterior. Un orden generado por un estado de no equilibrio, sostendrá Prigogine. 

En tal circunstancia, prometer el retorno, es alimentar lo ilusorio. Tanto como creer que el apego al reduccionismo, y no en la capacidad de las nuevas preguntas, podrá conducir la comprensión de lo complejo.

Prigogine decidió nombrar Estructuras disipativas a los estados que van del no equilibrio a un nuevo estado de orden. 

Categoría de la que echa mano Clara Janés, poeta de vasta indagación, para uno de sus poemarios más estimulantes.

Física y poesía convergen sobre el punto de encuentro en dos inteligencias reverberantes. 

Incómodas e inconformistas. 

Descreídas de redenciones instantáneas y vueltas a un “estado de orden y equilibrio”, revelado como construcción artificial.

Al otro costado, un presente ensombrecido. Vacío y ligereza, desafían al horizonte como límite. 

No hay, para la sandez, dimensión tangible; ni delimitación posible, parece.

La razón, ensalzada en otro tiempo, torna en “alta fantasía”. O algo aun peor,
perenne viaje la vida “desde la nada a la nada”, como escribiera Janés.

Decir y decir y decir, desde la nada a la nada. El que enuncia es pura resonancia
de sí mismo.

El punto sobre sí mismo. No la quietud, al modo de Janés, quien la descifra “como el punto microscópico del movimiento”.

No, lo de esta época es la auto fascinación de la condición no cambiante de la “fuente seca, recuerdo del agua”. 

Aquella a la que la poeta avisa, “hay manantiales ocultos, incluso en campo baldío”.

Mas ir de otra manera tras lo que no se ve, sería tanto como dejar de lado la ingeniosidad que sueña con librarse de la inteligencia, la impúdica intrascendencia; cuya fantasía es que, de lo dicho, nadie recordará nada mañana.

Universo y mar, son inmensos y cambiantes, disipativos, recuerdan poetas y físicos. Falsa libertad la del agua, que estancada, ingenua, se sueña serena. 

@atenoriom
antoniotenorio.com

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