El cerco del mal
Contagio.
Clemencia. Castigo. Plaga
entre plagas. Pus espesa, fétida. ¿Alguien
recuerda aquella calamidad? Mal entre males.
La peste. Sí, la peste. El sangrado de la nariz,
primero. Y las protuberancias, después. Inconfundibles. Bultos en las axilas y
en las ingles. Fiebre.
Viene de lejos. Dicen. Como tantas otras cosas. La
trajeron los barcos. Como tantas otras llevaron más allá.
Cuarenta mil muertos en apenas unos días. Es marzo. 1348.
Florencia. Fallece la tercera parte de su población.
85 millones de muertos en
total en Europa. Otoño de la Edad Media, apelativo que le dio Huizinga.
El dolor. La pestilencia. La muerte. El pavor. Sólo
así, quizá, podía haberse escrito algo tan apegado al deseo. La misericordia y
el ensueño como el Decamerón.
“Humana cosa es tener compasión de los
afligidos, y aunque a todos conviene sentirla, más propio es que la sientan
aquellos que ya han tenido menester de consuelo y lo han encontrado en otros”.
Claro, Bocaccio estaba en Florencia en aquellos días.
En plena epidemia, es la base de la obra de Bocaccio,
diez jóvenes se refugian en una Villa cercana a Florencia.
Ahí, encerrados,
creyéndose a resguardo del mal, se darán a la tarea de contar, cada uno,
cuentos que de su fantasía afloran.
En algún momento, piensan, quieren creer, el
ominoso flagelo que llena de muerte su ciudad cederá y todo volverá a ser como
antes.
No hay a donde huir; ningún sitio donde ponerse a salvo; ninguno, que no
sea el tiempo. El tiempo es su lugar y en él se refugian.
Punto de partida, éste, para que Vargas Llosa configure
una obra de teatro que recrea el texto original: Los cuentos de la peste.
He escrito, dice el Nobel, “una historia
hecha de historias que contrabandean en el mundo real una realidad ficticia
que, a la vez que suplanta las vidas reales de sus protagonistas, los redime
del infortunio mayor de la condición humana: el perecimiento o extinción”.
Certera intuición y sensibilidad anticipatoria,
atribuye no sin razón Vargas Llosa a Bocaccio. Todo arte tiene bien hundidas
sus raíces en lo vivido, dirá el peruano.
Mas su compromiso no acaba ahí.
Apenas comienza. Es la sospecha de lo que se viene, el avistamiento lo que le
hace perdurar.
Cierto, no hay a donde escapar del mal. Mas Bocaccio
anticipa, atina.
Frente al cerco del mal, es el arte el que libera; no el
encierro.
@atenoriom
antoniotenorio.com
Tiene sentido re visitar hoy la literatura q generó la peste en el siglo XIV , hoy nos infecta la peste del pensamiento racista.
ResponderEliminarGracias Toño