El alma de los ciudadanos
Unos. Otros. Sin cabida. Los primeros. En el lugar
central, los segundos. Platón, se ha contado, pugnó por la expulsión de los
poetas.
Mas ideó el retrato de reyes-filósofos. No desguarecidos, entonces.
Mas ideó el retrato de reyes-filósofos. No desguarecidos, entonces.
Quedaban éstos, pues, en la República ideal, obligados
a “defender el alma de los ciudadanos”, enuncia el moralismo socrático en el
muy trabajado “Diálogo de Gorgias”.
Tiempo más tarde, en la Roma que se enfila a la decadencia, Tito Livio subraya que “era dar muy mal ejemplo abusar de las propias prerrogativas para satisfacer odios personales”.
Tiempo más tarde, en la Roma que se enfila a la decadencia, Tito Livio subraya que “era dar muy mal ejemplo abusar de las propias prerrogativas para satisfacer odios personales”.
Memoria, capacidad, perspicacia, habilidad. Y en el
centro, gravitando todo en su derredor: la virtud. Épica de la emulación
positiva.
Fuente única del reconocimiento auténtico. Reconocimiento que se torna, como acción pública, en las posibilidades amplias y múltiples de una sociedad para re-conocerse.
Es decir, en ese volver a conocerse como un conjunto, y como sujetos, que se enteran, ahora de quiénes son y lo que son capaces de ser y hacer.
Fuente única del reconocimiento auténtico. Reconocimiento que se torna, como acción pública, en las posibilidades amplias y múltiples de una sociedad para re-conocerse.
Es decir, en ese volver a conocerse como un conjunto, y como sujetos, que se enteran, ahora de quiénes son y lo que son capaces de ser y hacer.
Dibuja así John Berger a Garibaldi, el gran héroe de la
unificación italiana. Convencer a una nación de ser ella misma, fue la proeza,
dice.
“Cuando los hombres veían por fin a Garibaldi, se quedaban asombrados de ellos mismos: hasta ese momento no habían sabido quiénes eran. Era como si lo encontraran dentro de sí mismos”, cuenta Berger en G., la novela que le dio el Premio Booker, en 1972.
“Cuando los hombres veían por fin a Garibaldi, se quedaban asombrados de ellos mismos: hasta ese momento no habían sabido quiénes eran. Era como si lo encontraran dentro de sí mismos”, cuenta Berger en G., la novela que le dio el Premio Booker, en 1972.
Y a la vera de esa descripción imaginaria, una noción
del “Arte como una mentira que nos permite acercarnos a la verdad, o por lo
menos a la verdad que nos es dado alcanzar a nosotros”. Hay una verdad que debe
hacerse visible.
Y ha de corresponderle a alguien está tarea. Si Garibaldi consiguió derrotar al enemigo de su país, fue porque “alentó a la nación para que fuera ella misma, para que anticipara su propia identidad”.
Y ha de corresponderle a alguien está tarea. Si Garibaldi consiguió derrotar al enemigo de su país, fue porque “alentó a la nación para que fuera ella misma, para que anticipara su propia identidad”.
La virtud que el líder, el héroe, encarna, no es sólo
entonces, como creían los clásicos, de índole personal, sino deviene de un
hecho reservado para pocos.
El conductor de pueblos está ahí para volver visibles a los sujetos frente a sí mismos, y frente al tiempo que les ha tocado vivir. El tiempo y lo visible, convergen y se entrelazan.
El conductor de pueblos está ahí para volver visibles a los sujetos frente a sí mismos, y frente al tiempo que les ha tocado vivir. El tiempo y lo visible, convergen y se entrelazan.
Virtud entre virtudes, personificar lo que es digno de
reproducir. Hacer visible el tiempo, y en la anticipación de éste, tornar la
fatalidad, en construcción posible; común.
antonio.tenorio.com
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