lunes, 2 de enero de 2017

John Berger: proeza

El alma de los ciudadanos





Unos. Otros. Sin cabida. Los primeros. En el lugar central, los segundos. Platón, se ha contado, pugnó por la expulsión de los poetas.

Mas ideó el retrato de reyes-filósofos. No desguarecidos, entonces.    

Quedaban éstos, pues, en la República ideal, obligados a “defender el alma de los ciudadanos”, enuncia el moralismo socrático en el muy trabajado “Diálogo de Gorgias”.

Tiempo más tarde, en la Roma que se enfila a la decadencia, Tito Livio subraya que “era dar muy mal ejemplo abusar de las propias prerrogativas para satisfacer odios personales”.

Memoria, capacidad, perspicacia, habilidad. Y en el centro, gravitando todo en su derredor: la virtud. Épica de la emulación positiva.

Fuente única del reconocimiento auténtico. Reconocimiento que se torna, como acción pública, en las posibilidades amplias y múltiples de una sociedad para re-conocerse.

Es decir, en ese volver a conocerse como un conjunto, y como sujetos, que se enteran, ahora de quiénes son y lo que son capaces de ser y hacer.

Dibuja así John Berger a Garibaldi, el gran héroe de la unificación italiana. Convencer a una nación de ser ella misma, fue la proeza, dice.

“Cuando los hombres veían por fin a Garibaldi, se quedaban asombrados de ellos mismos: hasta ese momento no habían sabido quiénes eran. Era como si lo encontraran dentro de sí mismos”, cuenta Berger en G., la novela que le dio el Premio Booker, en 1972.

Y a la vera de esa descripción imaginaria, una noción del “Arte como una mentira que nos permite acercarnos a la verdad, o por lo menos a la verdad que nos es dado alcanzar a nosotros”. Hay una verdad que debe hacerse visible.

Y ha de corresponderle a alguien está tarea. Si Garibaldi consiguió derrotar al enemigo de su país, fue porque “alentó a la nación para que fuera ella misma, para que anticipara su propia identidad”.

La virtud que el líder, el héroe, encarna, no es sólo entonces, como creían los clásicos, de índole personal, sino deviene de un hecho reservado para pocos.

El conductor de pueblos está ahí para volver visibles a los sujetos frente a sí mismos, y frente al tiempo que les ha tocado vivir. El tiempo y lo visible, convergen y se entrelazan.

Virtud entre virtudes, personificar lo que es digno de reproducir. Hacer visible el tiempo, y en la anticipación de éste, tornar la fatalidad, en construcción posible; común.
@atenoriom
antonio.tenorio.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario