La tragedia de la necedad
Una.
Otra vez. Cientos. Todas. Y otra más. Así. Otra. Y otra. Más. No hay retorno.
Pero todo lo es. Al mismo punto. Inicio. Sin final, no lo es. No puede.
La
repetición es el final. El principio. Sin final. La repetición, forma encarnada
del absurdo.
Como
lo disonante, la disonancia, nombraba Cicerón en su “De Oratoria”, aquello que
consideraba absurdo.
Nada extraño, si se toma en consideración que el origen
etimológico de absurdo es, justamente, “surdus”, sordera.
Mas el peligro vital
no es la sordera; habituarse al mudo ensordecimiento cotidiano, es el riesgo
verdadero.
Con
la lucidez típica de su pensamiento, lanza Edward Said en “Elaboraciones
musicales”, la idea que el arte, al ir más allá del suceso, pueda devenir en
una experiencia que no trate “de forma principal sobre el poder del autor y la
autoridad social, sino de un modo para meditar sobre y con la variedad integral
de las prácticas culturales humanas, de forma generosa, no coercitiva”
Perspectiva
de las bifurcaciones inacabables, Said atiende de este modo lo que él llama la
“experiencia pública musical” que el siglo XX trajo consigo.
El concierto como
ocasión por excelencia de uno de los fetiches preferidos del Occidente “culto”:
el virtuosismo del intérprete.
Para
llegar así a la figura legendaria de Glenn Gould. Entre la genialidad y la
extravagancia, dice, hemos de lamentar se siga pasando por alto el intento
vital de Gould de convertir la interpretación en algo más.
Celebérrimo por sus
variaciones de Bach, Gould tenía el talento para hacer una cosa con brillantez
y dejar entrever que estaba haciendo otra. “De ahí su predilección por las
formas variacionales, por el contrapunto”, afirma Said.
Gould
debería representar, pues, lo que es capaz de volver a ser, pero ya no serlo.
La repetición que es, salvándose de sí, trascendiéndose a sí misma.
La
capacidad del artista, del hombre de y con la cultura, para hacer del
acontecimiento algo más que eso. Una ocasión, dice convencido, convincente,
Said, “más extrema, más extraña, más distinta que la realidad vivida por el ser
humano”.
He
ahí, del arte y la cultura, la casta de utopía, si, como asevera Said, “por
utópico entendemos mundano, posible, alcanzable, conocible”. Arte y cultura no como
suceso, sino como (la) experiencia de ser en otro.
Réplica, repetición y respuesta, que es el
otro. Forma de la variación.
Acorde,
libre de sordera.
@atenoriom
antoniotenorio.com
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