Identidad y alteridad en El paciente inglés de Michael Ondaatje:
El cuerpo como una
geografía de la escritura o el lector como detective en el desierto de la
memoria
“Caí en el desierto envuelto en
llamas”. “¿Quién eres?”“No lo sé. No dejas de preguntármelo”, responde él.
“Dijiste que eras inglés”, le dice ella
(Ondaatje 12-13).[1]
***
Michael Ondaatje, cuyo origen, en
parte, es holandés, nació en Sri Lanka, luego estudió en Londres y desde hace
más de 20 años radica en Toronto, Canadá, donde escribió en 1992 una novela a
la que tituló The English Pacient.
Recientemente, la homónima versión fílmica lo ha lanzado a la fama mundial. No
deja de ser paradójico que uno de los autores que mayor atención reciben hoy
como parte de la narrativa canadiense, sea, precisamente, un canadiense que no
lo es del todo; aunque tampoco, está claro, se entederían cabalmente sus
preocupaciones y ocupaciones narrativas, sino lo fuera del todo.
La narrativa que Ondaatje propone en
textos previos como Running in the Family
o la novela que antecedió al Paciente
inglés, In the Skin of a Lion, en
la que presenta a personajes que luego reaparecerán, habían ya, desde algún tiempo atrás, ocupado
el interés de parte de la crítica. Esto se explica porque su literatura se
sitúa en el cruce de renovadas
estrategias narrativas, originales ubicamientos del lector y un horizonte de
codificaciones culturales en el que están presentes preocupaciones acerca de
procesos como la disolución de las identidades nacionales, la relación entre el
centro y la periferia, el yo y el Otro, la voz de los sin voz, el
descentramiento, etcétera.
En el marco de esta ponencia, me
interesa resaltar esta relación tripóide entre lo qué se cuenta, cómo se cuenta
y la refiguración de este proceso ficcional a partir de la problematización de
la escritura, la lectura, la memoria y el cuerpo como una geografía en la que
el yo y el Otro se entreveran, se constituyen y reconstituyen sobre un plano
dinámico y multidireccional en el tiempo.
***
Icaro prometeíco, un hombre cae en
el desierto envuelto en llamas. Desfigurado, o, para usar el término del que se
vale Ondaatje: defacement, este
hombre, piloto, explorador, cartógrafo, va a dar a las ruinas de un hospital en
el norte de Italia, donde será atendido por una enfermera. Son los últimos
meses de la Segunda guerra mundial.
Entercados en no abandonar la vieja
casona, excovento de San Girolamo, habilitada como refugio hospitalario, el
paciente y la enfermera se quedan solos. Para entretenerse ella lee, él
escucha. Poco a poco, él comenzará a intentar contar su historia, tratará de
leer en el agua anegada del pozo de sus recuerdos. Llegarán, al pasar el tiempo
y las hojas, otros dos personajes: Caravaggio, ladrón mutilado y conexión con In the Skin of a Lion, y Kim, un sij
especialista en la desactivación de bombas. Los cuatro formarán un mosaico en
el que el único que no tiene nombre es el inglés.
***
El, sin nombre, recuerda, reflexiona
y dice:
Cuando
somos jóvenes, no nos miramos en los espejos. Lo hacemos cuando somos viejos y
nos preocupa nuestro nombre, nuestra leyenda, lo que nuestras vidas
significarán en el futuro. Nos envanecemos con nuestro nombre, con nuestro
derecho a afirmar que nuestros ojos fueron los primeros en ver determinado
panorama... Al envejecer es cuando Narciso desea una imagen esculpida de sí
mismo (Ondaatje 143).
Ella,
es la enfermera, escucha y calla, pero tiene nombre; se llama Hana. “Hana se
inclinó hacia adelante, al sentir su desvarío, y lo contempló sin decir
palabra” (142).
***
Incógnito, sin darse a conocer, sin
ser conocido, asumiendo en activo o pasivo el desciframiento negado de su
procedencia, un texto sin firma, podemos convenir, se torna en un rostro sin
nombre. Mas, y he aquí el mecanismo que aseguró a los textos míticos su eficacia
en cuanto interlocutores entre los dioses y los hombres, ese rostro incógnito
es todos los rostros. Al despojarse de sí, se apropia de un carácter universal
que lo trasciende.
De sobra se sabe que el vuelco que
significa la aparación de la firma del autor, sobrevino en la historia cultural
de occidente al arribo del Renacimiento. El autor, al darse nombre, firma, no
sólo vinculó su propio nombre-rostro al texto de modo imperecedero, sino además
se erigió como un refrente reconocido y ubicable para el lector. Este, el
lector, sin abandonar su rol de escucha incógnito se incorpora a un proceso de
reconocimiento en el que, a la luz del nombre que signa el texto, buscará las
pistas de su propia existencia. Como afirma el historiador Ilán Semo al
analizar este proceso: “El nombre del que habla y escribe se volvió la máscara
de la razón” (141). A su vez, el nombre del que escucha y lee, al vincularse al
rol de ser representado, se volvió la máscara del silencio.
Ese nombre, el de aquel que habla y
escribe, se mira a sí mismo bajo el arco de una responsabilidad y una certeza.
La primera, consiste en asumir que se escribe para el Otro y frente al Otro. Lo
que también se ha llamado el síndrome de los escritores de la Ilustración: “el
que habla y escribe por el otro, en nombre del otro y que asume (y se aporpia
de) su representación en el mundo de lo pensado” (144-145). En una dirección
concurrente se piensa que no nada más se debe apropiarse, representar al Otro,
sino que esto es posible. Esta es la certeza.
En esta nueva organización del
imaginario, el libro pasa de ser la puesta en signo y símbolo de la revelación,
a constituir una suerte de espejo de agua, de reflejo del reflejo, en el que el
lector acaricia un doble espejismo: el de él mismo y el que contiene lo que ha
quedado, en forma de vapor suspendido, halo de autoridad, del autor. El lector
repta, se escabulle entre los claroscuros de este limbo brumoso, y piensa, se
piensa, elabora, observa y ordena el mundo a través de los objetos previamente
pensados, observados y ordenados por otro: el autor(idad).
Si el texto sin firma es el rostro
sin nombre, que nos queda pensar: ¿Que, acaso, el rostro sin nombre sería, por
equivalencia, el rostro que es todos los rostros, el texto que es todos los
textos?
***
El
paciente inglés está configurada de tal modo que los
personajes continuamente se hallan frente al imperativo de reconstiuir su
identidad a partir de ese momento en el que “la única forma de sobrevivir es
excarvarlo todo” (Ondaatje 47) de “buscar entre las formas desaparecidas” (44)
de un pasado casi imaginario contemplando su propia lejanía, al final de una
guerra, cuando “apenas si quedaba un mundo a su alrededor y se veía obligados a
ensimismarse” (44).
Como si todo lo que quedase fuera
una grieta en la arena por la cual se asoman a su pasado, los personajes trazan
sus propios mapas sobre la piel de la memoria, del mismo modo que los
caminantes beduinos del desierto marcaban sus rutas. Mas, en el desierto, se
advierte, es fácil perder el sentido de la orientación.
Ondaatje, él mismo trashumante,
revela en el desierto la alegoría de lo distante y lo disperso. Por contraste,
se alza la relación privilegiada que Occidente ha tenido y tiene con el bosque.
Dice Deleuze al explicar su idea acerca de esa “otra manera de leer” (39) que
es el rizoma:
Es
curioso como el árbol ha dominado la realidad occidental y todo el pensamiento
occidental, de la botánica a la anatomía, pero también la ontología... y toda
la filosofía: el fundamento-raíz, Grund,
roots, fundations.[2]
Occidente tiene una relación privilegiada con el bosque y con la tala; los
campos conquistados al bosque se pueblan de cereales, objeto de una cultura de
razas de tipo arborescente... Oriente presenta otro rostro: la relación con la
estepa y el jardín (en otros casos, el desierto y el oasis) más bien que con el
bosque y el campo; una cultura de tubérculos que proceden por fragmentación de
los propios individuos... (29-30).
Los
personajes de Ondaatje, son egos imaginarios de caligrafías pequeñas y retorcidas,
de rostro desfigurados (el paciente), de cuerpos mutilados, exiliados del mundo
legal (Caravaggio) o exiliados del mundo de las órdenes (Hana), de piel
carmelita, origen sij y profesión desactivador de bombas (Kim), de moretones
como huellas de pasiones, infidelidades y culpas (Katherine), ingleses
suicidas, lectores de Ana Karenina
(Madox), maridos cornudos, espías de los británicos (Clifton), y un húngaro
cartógrafo, erudito de la cultura del desierto, y cuya identificación se logra
gracias al ladrón y espía Caravaggio y a las pláticas que sobre explosivos y
armas tiene con Kim, el sij, el más diferente entre los diferentes. Su nombre,
Almásy, da rostro al paciente.
***
La interacción entre el mundo escrito y el
mundo no escrito, entre el mundo del que escribe y el que lee en El paciente inglés, queda subvertida por
una desfiguración. Al descentrar el cuerpo, al privarlo del rostro-centro,
Ondaatje pone el acento en el cuerpo humano como la significación de una
condición cultural particular.
El cuerpo quemado del piloto es la
alegoría de un mapa, chamuscado e intrasitable, en el que lo único que queda es
un archipiélago de pequeños trozos y trazos que deben ser conectados,
reordenados mediante una operación memorística simultánea: la del paciente y la
de Hana.
Ambas memorias intentan reconstituir
“el espacio entre” en este mundo lleno de islas en el que se ha convertido el
cuerpo del inglés. Una errancia en la que uno y otra van reconstituyendo su
propia identidad a través de la imaginación del Otro.
Esta “continua de identificación”,
para utilizar un término de Homi Bhabha (203), puede ser resumida en el poema
de Adrienne Rich al que el mismo Bhabha ha dedicado un ensayo:
Sola,
tú no puedes vivir en mí
tú
no puedes vivir sin mí
yo
no puedo ser restaurado ni armado
yo
no puedo ser todavía yo estoy aquí
en tu espejo apresado entre uno y otro costado tuyo
intrusivo,
inapropiado resplandor amargo (202).[3]
Amargo
sabor el del cuerpo renegrido del paciente, es la constatación de una memoria diaspórica
que halla en el desierto una textura de móvil infinitud que nos sitúa en la
alegoría de una hoja en blanco. Un territorio a la espera de ser “descubierto”.
Un espacio entre, una hoja
intermediaria, para articular la escritura y la lectura de la historia que
siempre ocurre por vez primera.
Porque nada, a final de cuentas,
puede ser reparado, restaurado, rehecho del todo: I can´t be restored or
framed. No puedo ser restaurado. Nada puede ser repegado y todo está condenado,
de antemano, a ese destino. Son los pedazos de una taza que se ha roto. Al
repararse, las líneas de pegamento, esas marcas que quedarán entre un trozo y
otro surgirán como la frontera que une y separa a la taza del pasado y la taza
reparada del presente, como la invocación del accidente.
Homi Bhabha propone una segunda
lectura en la que se incorpora parte de un verso anterior, para subrayar el poema de Rich desde la voz de la memoria:
La
memoria habla[4]:
Sola,
no puedes vivir en mí
tú
no puedes vivir sin mí...
yo
no puedo ser restaurado ni armado
yo
no puedo ser todavía yo estoy aquí
en
tu espejo apresado entre uno y otro
costado tuyo
intrusivo,
inapropiado resplandor amargo.
Cuando
la memoria habla aquí, dice Bhabha, lo importante de lo que hay no es la idea
de un yo de diversidad ilimitada, sino un yo que ocupa un espacio de
ambivalencia (205).
Esa búsqueda se despliega sobre una
intensidad en la que la identidad se va construyendo y corrigiendo. Dibujando
un croquis en la memoria se busca al extraño, al Otro, para descubrir el
reflejo de nuestra elección, de nuestra ambigua condición de existencia. Ese es
el sitio donde ocurre lo que Laura di Michele llama la “conquista de la
identidad de la diferencia. Es el lugar
donde la pugna entre el yo y el Otro se enciende” (158).[5]
Se traza sobre una espejo oscuro sobre el cual se escribe y se lee, se lee y se
escribe. Un espejo oscuro, una piel renegrida, que es una metáfora abierta: ligthness or ligthing, levedad,
ligereza; relámpago, deslumbramiento.
Un hombre que cae envuelto en llamas
en medio de una hoja en blanco, la irrupción violenta sobre la tersura
abandonada del desierto: cae, tan leve como una pluma que destella, un trozo de
metal incandecente, como la cabina de un avión, como la punta de oro de una
pluma fuente; el hombre cae del cielo y se torna un relámpago humano, un
deslumbramiento.
***
Por
la noche, nunca estaba lo bastante cansado para dormir. Ella le leía pasajes de
cualquier libro que encontrara en la biblioteca del piso inferior. La vela
parpadeaba en la página y en el rostro de la joven enfermera y apenas dejaba
ver los árboles y el panorama que decoraba las paredes (13).
Ondaatje
coloca su novela como una historia para ser escrita y contada en un libro que
(también) trata sobre libros. La casona ha resguardado una biblioteca de la que
Hana va sacando libros al azar. No hay un propósito de acumulación de
conocimiento alguno, simplemente los toma y algunos los lee a solas, otros con
el paciente, y otros más le siven para reponer peldaños que la escalera ha perdido.
Así, se despliega una estrategia
narrativa en la que, por supuesto, se marcan conexiones e intertextualidades,
pero además, que es eso lo que interesa a las ideas que venimos siguiendo, el
libro ocupa su sitio como imagen del orden de las cosas que pueblan el mundo.
No sólo como receptáculo del proceso escritura-lectura,
acercamiento-distanciamiento, no sólo como objeto cultural que se configura de
acuerdo con un pre-texto, sino, fundamentalmente, como la postulación de una
figura del mundo en el que la noción de discontinuidad y fragmentación del orden ocupan un centro que
no termina de serlo en el sentido convencional del término.
Por medio de la intervención del
componente azarístico, se redefine la idea del mundo que subyace en la novela a
partir de subvertir tanto el proceso de escritura como el de lectura. Al llegar
a San Girolamo, al paciente lo acompaña un libro. Es Herodoto. Durante sus
trayectos en el desierto, entre las páginas del libro, el paciente fue
intercalando pedazos de mapas, dibujos, pensamientos y anotaciones cada vez que
comprobaba un hecho que el texto narra y que a él le había parecido una mentira.[6]
Por otro lado, en algún momento de
la historia, Katherine, quien luego será la amante del inglés, lee, al calor de
una fogata, y para nada más que pasar el tiempo en una noche en el desierto, un
pasaje, uno de los más conocidos, del libro de las Historias de Herodoto. Ella,
mucho antes del romance, elige leer el pasaje en el que se cuenta cómo Giges,
instigado por Candaulo, el rey, primero posa sus ojos sobre la desnudez de la
hermosa reina. Luego, descubierto por ella, ésta lo coloca en la disyuntiva de
matar al monarca o morir. Giges mata a Candaulo y se queda con la reina y el
reino por muchos años.
La lectura como escritura imaginaria
del futuro, como premonición del pasado. No es, como lo dicta la ordenación
dicotómica del mundo la tensión entre el pasado y el presente o entre el
presente y el futuro lo que determina la naturaleza de los hechos, sino una
permanente imbricación en la que predomina una estructura de continuidad y
ruptura, reconstitución y fragmentación, causalidad y casualidad, memoria y
deseo, fundidos, confundidos.
En la idea de Ondaatje, la relación que se
establece entre el lector y el texto se instala sobre una línea en la que,
paradójicamente, es la linealidad convencional del tiempo la que queda abolida,
y emerge una imbricación temporal en la cual el pasado corrige al presente
tanto como éste reemplaza a aquél. Es el presente el que modifica el pasado, el
que lo sanciona. Hay una ficción de la anterioridad y una adivinación del
presente en el futuro.
Mas, cuando Katherine muere y él no puede
salvar (la) (se), siguiendo la ruta que Derrida propone al relacionar la
memoria y el duelo, el paciente pareciera reconocer (es un decir) que, como la
propia novela postula: la muerte significa estar en tercera persona, y no tiene
más que
esa
otra alegoría, incluyendo todas las figuras de muerte con que poblamos el
‘presente’, las cuales inscribimos (entre nosotros, los supervivientes) en cada
huella (también llamadas ‘supervivencias’): esas figuras tendientes hacia el
futuro a través de un presente fabulado, figuras que inscribimos porque pueden
sobrevivirnos, más allá del presente de su inscripción: signos, palabras,
nombres, letras, todo este texto cuyo valor de herencia, tal como lo conocemos
‘en el presente’, prueba su suerte y avanza, de antemano ‘en memoria de...’(70)
Instalado
en el punto de mira que significa esa tercera persona, al recontar desde la memoria,
su memoria, su otro cuerpo, también necesitado de ser (re)constituido, al
paciente se le revela una senda en la que el primer paso suele ser el azar.
Herodoto, reza la cita, expone su historia para “que el tiempo no desdibuje las
creaciones de los hombres...” (Ondaatje 230). La memoria del paciente, empero,
trazadora de mapas, necesita desdibujar sobre la arena para volver a dibujar el
dibujo desdibujado, sólo que ahora, en la sobrevivencia del pasado, sólo puede
hacerlo desde el deseo.
Este deseo, promesa de la evocación
de un nombre que sobrevivirá al “nosotros” disuelto por la muerte, alegoría de
su no muerte al lado de Katherine, confirma su elección de nómada, de contador
de historias apócrifas, de tripulante de un viaje en el que, se nos explica,
“sólo al deseo se debía que la historia errara, vacilase como la aguja sin
brújula...Una mente viajando por el Este y el Oeste disfrazada de tormenta de
arena” (237).
En medio de ese trayecto frenético
sobre la pista de un tiempo desdibujado, el paciente, desesperado buscador de
lo que del otro queda en sí, de lo que de sí queda en la muerte del otro,
ofrece: “Dadme un mapa y te construiré una ciudad”, de la misma manera que
alguna vez Fausto suplicara a Mefistófeles: “Dadme tan sólo un nombre y te contaré
mil historias” (Semo 147).
***
Cuerpos insomnes, trozos de piel
llevados por el aire del desierto, las historias van entretejiéndose, pero no
en un diagrama vertical del cual es posible desprender la rama superior y la
raíz. La comprensión del pasado re(con)figurado a través de la
escritura-lectura, tanto del lector empírico como de los mismos personajes, se
perfila como esos garabatos que siempre aparecían en las bombas que Kim debía
desactivar.
Kim, el
lector-decifrador-adivinador, especialista en desactivar explosivos, el sij que
se enrollaba el turbante “afuera, en su
jardín,[7] al
tiempo que contemplaba el musgo sobre los árboles” (211), el que no tenía
espejo, es también el que puede leer entre el laberinto de cables que corren y
se conectan bajo la tierra.
Como esta multiplicidad de cables de
colores camuflados, trastocado su código de reconocimiento, irreconocibles, los
personajes de El paciente inglés
pueblan un mapa en el que se conectan las historias de lo propio con la del
Otro en un punto cualquiera en trazos que no remiten, necesariamente, a un
crecimiento arboreo del relato.
Sus voces se expanden, conquistan y
(re)constituyen su pasado y el del Otro sobre un plano siempre modificable de
temporalidad. De allí que la novela se interrumpa en el imaginario abrazo de
Hana y Kim, muchos años después de su encuentro en San Girolamo. El es médico y
vive en la India, ella ha regresado a Canadá. Una tarde, retornan “por el aire”
(288) hasta la colina italiana: la simultaneidad del recuerdo mutuo, al evocar
al Otro reconstituye al yo.
Las historias que cuenta Ondaatje se
desmontan sobre sí mismas, se modifican, se corrigen continuamente en un juego
de entradas y salidas múltiples. Como la morfina que solía correr por el cuerpo
del paciente y que implosionaba “el tiempo y la geografía del mismo modo que un
mapa comprime el mundo en una hoja de papal de dos dimensiones” (159).
El mundo desplegado por el texto se
torna la escritura de lo que del Otro ha quedado en el yo que se reconoce en el
nosotros. Una escritura que, sin embargo, apenas sucede en su paso raudo, se
marcha como hace un soldado extranjero, luego de colocar una bomba: barriendo
tras de sí sus huellas con ayuda de una rama. ¿Qué nos queda de la huella sin
forma que el pie del hombre marca en la arena del desierto?
Aun más, qué queda cuando el
presente irrumpe con estruendo en forma de amor y todo lo anterior queda
destruido, desmembrado porque ahora se ve desde una nueva perspectiva. Porque
la novela de Ondaatje, a final de cuentas, lo que narra es una y todas las
historias de amor.
Escribe el paciente en su diario:
“Una historia de amor no versa sobre aquellos cuyos corazones se extravían,
sino sobre quienes tropiezan con ese hosco personaje interior y comprenden que
el cuerpo no puede engañar a nadie ni nada: ni la sabiduría del sueño ni el
hábito de la cortesía. Es un consumirse de uno mismo y del pasado”. Escribe
Almásy, el paciente, el nómada. Escribe sobre la arena del desierto, entre
divagaciones y navegaciones, como un deseo en un sueño, el pliegue en la
esquina de papel de un libro; escribe sobre la arena y, juntando las piezas de
un espejismo, traza un mapa-placenta; mas pronto se cerciora de que “el
desierto no (puede) reclamarse ni poseerse: (es) un trozo de tela arrastrado
por los vientos” (Ondaatje 140).
Quedarán entonces, sólo las
palabras, “porque así son las palabras...tienen poder”(224), se erigen como una grieta cicatriz por la que asoma un
mundo, como la marca de una segunda piel que sobrevive a la primera. Dentro de
ellas, un nombre inscrito en la sobrevivencia de una piedra blanca que, como
una novela, “es un espejo que se pasea
por un camino” (93).
Tlacopac, San Angel, octubre mil
novecientos noventa y siete
Bibliografía
citada
Bhabha,
Homi. “unpacking my library...again”. The
Postcolonial Question, Iani Chambers & Lidia Curti (Eds.), New York: Routlegde, 1996. 199-211.
Deleuze,
Gilles y Felix Guattari. Rizoma: Introducción. México: Premiá, 1978.
Derrida,
Jaques. Memorias para Paul de man.
Barcelona: Gedisa, 1989.
Ondaatje,
Michael. El paciente inglés. Carlos
Manzano (Trad.). Barcelona: Plaza y Janés, 1995.
Michele,
Laura Di. “Identity and alterity in J.M. Coetzee´s Foe. The Postcolinial Question...157-68.
Semo,
Ilán. “Historia y alteridad”. Fractal.
México. Octubre-Diciembre 1997:139-54.
[1] Todas las citas de El paciente inglés están tomadas de la
traducción que propone Carlos Manzano.
[2] Subrayado en el original.
[3] You cannot live on me alone/you cannot live without me.../I can´t
be restored or framed/I can´t be still
I´m here/in your mirror
pressed leg to leg beside you/intrusive inapropiate bitter flashing.
Traducción AT
[4] Memory speaks...
[5] “...the conquest of the identity of difference. It is a place where
the struggle between the I and the Other is ignited”. El artículo de Di Michele
propone una lectura desde la perspectiva de la identidad y la alteridad a una
de las novelas meas significativas para el estudio de lo poscolonial: Foe, del escritor sudafricano J.M.
Coetzee.
[6] El subrayado es mío.
[7] El subrayado es mío.
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