La (imposible) cura de lo amorfo
Rescoldo. De calor. De
Vida. Quizá. Esperanza. Génesis. Rostro. Sudor. Pan ganado. Y la sentencia:
polvo eres y en polvo te convertirás; impertérrita.
Mas amarse tanto en vida,
que de ese amor se impregne la ceniza, el polvo, lo que resta y queda.
Ley de la afinidad, le
llamó Diderot. Y así se lo escribe a Sofía Volland. Su Sofía. A ella le dice: “Quienes
han amado en vida y piden ser enterrados uno al lado del otro…tal vez sus
cenizas se confundan, se mezclen y se unan…Tal vez sus cenizas no hayan perdido
del todo la sensibilidad, el recuerdo de su estado anterior…”
Si la teoría de Diderot es cierta, Danilo Kiš
recompone su nombre y el de otros, sus historias, las de otras, bajo el
principio esencial de que toda escritura es reescritura.
Sin importar que él
mismo, se hubiese hecho cómplice de la sorna con la que Nabokov aseguraba no
haber entendido jamás “para qué sirve inventar libros o transcribir cosas que
de un modo o de otro, no han ocurrido de verdad”.
Para quien guste del asidero biográfico,
dígase entonces que un libro como “La enciclopedia de los muertos”, es un
ajuste de cuentas entre Kiš y la muerte.
Ajuste que tendría su punto de partida
en la matanza de judíos y serbios, que, en 1942 teniendo 7 años de vida, Danilo
presenció horrorizado.
Y luego, en lo que significó apenas dos años después ver
a su padre partir para siempre a un campo de exterminio.
Pero
hay más que lo simplemente personal. Hay un horizonte de ideas y
representaciones que explorar, que reescribir.
No para salvarse de la muerte,
no para eludirla, sí para vivir y vivirla, en los otros, con los otros, siendo
los otros, multiplicándose.
Cierto,
frente a la muerte, todo es dolor y rabia. A veces, como odio que se consume en
su propia purulencia.
Otras, sin embargo, tornándose en esa rabia de amar, dicen
toma de Bataille en préstamo Danilo Kiš, que enfrenta a la muerte como una
rendija sobre el instante.
En
la antípoda, confinado a reescribir la nada, quedará quien no ha leído. Sin
sueños de los otros, menos aún los hay que puedan considerarse propios.
Sin
forma ni ceniza. Volverse una quimera.
No por tal, el anhelo. Sí ese ser amorfo
que, diciéndose incomprendido, es en realidad incapaz de comprender.
Incapaz de
vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario