La condición del viento
Fagot.
Una nota. Viento. Madera. Doble condición. Versiones del origen, diversas. Con
más o menos credibilidad.
Cierta, en todo caso, lo que a todo que es instrumento le sucede. Ha de diferenciarse.
Aunque Platón apele lo contrario. No diferenciar, dice él. Que todo sonido sea virtud, y virtud sea todo lo que suene.
Cierta, en todo caso, lo que a todo que es instrumento le sucede. Ha de diferenciarse.
Aunque Platón apele lo contrario. No diferenciar, dice él. Que todo sonido sea virtud, y virtud sea todo lo que suene.
El
29 de mayo de 1913, Stravinsky estrenó en el Teatro de los Campos Elíseos, en
París, su “Consagración de la Primavera”.
Primeras notas. El sólo de fagot. No hay retorno.
El registro de lo agudo. La agudeza para registrar. Algo se ha partido. O ya
lo estaba. Lo nuevo sin que lo viejo se haya ido.
Un
año antes, lejos, cerca, 1912, Thomas Mann publica “Muerte en Venecia”. Su
propia consagración de la belleza, si se quiere. No por la ruptura. Antes por
el contrario. Sobriedad de la forma.
Mas, convergencia en la misma sospecha de
Stravinsky. Sobrevendrá la muerte. No hay belleza capaz de evitarla. Platón
erró.
La
fatalidad como epidemia. Ausencia de la extrañeza. Ese “algo interior”, que
parece lluvia, que parece bochorno, pero que es algo más, trasluce Mann, y que
orilla a Aschenbach “a partir sin saber muy adónde”.
Mann alcanzó a comprender que
el tema central de su novela, situada en el antiguo centro del esplendor
renacentista, era la irresoluble cuestión de saber qué llega primero si la
realidad o lo poético, dice Modris Eksteins, al escribir su documentado libro
sobre lo que llama “el nacimiento de los tiempos modernos”.
A
Stravinsky acompaña un temperamento fáustico convencido de la potencia del
porvenir, asegura Eksteins. Mann, por su parte, llama a su novela “una
cristalización”.
La fuerza del futuro, se torna guerra.
La fuerza del futuro, se torna guerra.
“La palabra sólo puede
celebrar la belleza, no reproducirla”, había advertido ya el alemán. Por
extensión, en el caso del ruso, la música, capaz de estremecer, augurio de
guerra, es incapaz, empero, de impedirla.
Poco
más de cien años después, vidas para todo olvidar rápidamente. Cual si frente a
la decadencia, la peste, baste la solícita y serena aceptación de Aschenbach.
Como
si fuera sólo lluvia, bochorno, lo que es algo más. Partir de cualquier lado.
Rápido. Así sea sin saber muy bien adónde. Es lo mejor. Se quiere creer.
A
contracorriente, mientras más extiende la fatalidad como epidemia, más amplio
el agudo registro que la anuncia.
Mayor es, debiera ser, del arte su agudeza.
la premonición de la tragedia plasmada en el arte, aviso infalible exclusivo de los creadores
ResponderEliminar