Íntima gratitud
A mi padre
El
contagio. La conspiración del aire. En sentido contrario al verso de Caballero
Bonald, todo allí, contagiado de idéntica muerte. Ver morir de respirar. Y
frente a ello, colocarse “en el lugar del otro”, haciendo propio el título del
libro en el que Michel de Certeau reinterpreta el actuar del santo de la Peste,
Carlos Borromeo.
Cuatro siglos más tarde del valor con el que el Arzobispo de Milán enfrentara la peste, escribe Salman Rushdie, hay momentos que son cruciales, que no son ni el principio ni el fin, momentos reveladores, puntos intermedios, “un tiempo donde todas las cosas, todos los futuros posibles” están todavía en la balanza.
Es 1986, el escritor ha viajado a la Nicaragua posrevolucionaria. La experiencia lo impresiona. Escribe un libro, La sonrisa del jaguar. Está a tres años de la sentencia del Ayatola Jomeini, pero ese futuro posible, no pasa ni de lejos por la mente del novelista.
A los nueve años que él y su familia pasaron
protegidos por la policía, Rushdie los ha llamado “los años de la peste”.
Durante ese tiempo, en múltiples artículos y conferencias, regresaría a la
premisa básica del ensayo “Sobre la libertad”, de Stuart Mill: “El mal peculiar
de silenciar una expresión es que están robando a la raza humana, la posteridad
y la generación existente”. Y ya desde entonces, el escritor advertía sobre el
grave error de pensar que su caso no se repetiría.
En pleno Siglo de la Peste fundamentalista, Rushdie ha publicado recientemente Dos años, ocho meses y veintiocho días. Justo el tiempo que el sabio Ibn Rushd fue desterrado por sus ideas liberales en la Sevilla del siglo XII, mientras el fanatismo se extendía como la peste por la España árabe.
Homenaje
literario a la libertad, cargado de erotismo. Acto de íntima gratitud a su
padre, también. Aquel quien por única herencia le dejara, cuenta el escritor en
sus memorias, justamente el nombre. El mismo que muchas años antes había
cambiado su apellido original por el de Rushdie, como signo de admiración por
la vida, la obra y el valor de Ibn Rushd. Aquel que significaría en ese nuevo
nombre no temer a esa otra peste, la del disenso frente a la decadencia, la
ruindad y la barbarie. A ese otro contagio, el de vida, el del lugar del otro. A
no temer.
antoniotenorio.com
@atenoriom
Este texto apareció publicado originalmente el 16 de marzo de 2016, en el Diario La Crónica de Hoy, que se edita en Ciudad de México
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