Razón de vida
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por lo básico. El alfabeto. Y en él, el mundo entero. Un repertorio limitado
capaz de nombrar y describir, inconmensurable, el universo.
Cumple
50 años el Diccionario que casi como una proeza personal realizara María
Moliner, y que con toda justicia lleva su nombre. Creyente de la pragmática, Moliner
propuso un diccionario de uso, convencida de la utilidad de esta herramienta para
comprender a los otros.
María
Moliner murió en Madrid en 1981. Lejos de esta época en que reina el
improperio. La procaz fantasía de que el otro será fulminado por el rayo de un
adjetivo denigratorio. Una sola palabra. Una. No para descifrar el mundo y su
complejidad, sino para ridiculizar, ofender, amedrentar, aniquilar al otro.
La celebración de un diccionario, o de eso
que podríamos llamar su aliento mayor, una enciclopedia, es por tanto la
celebración de un acontecimiento cultural de la más alta relevancia. No es la
manía del orden por el orden mismo, ni el estrechamiento lexical de la realidad
lo que lo mueve, sino por el contrario, el testimonio de una vida vivida para
comprender ese universo. De la Encyclopédie
a Wikipedia, pasando por Moliner, una hazaña intelectual, personal y de época.
A
grado tal, que es justamente como el triunfo de la razón en tiempos
irracionales, como Philipp Blom decidió subtitular a su deslumbrante estudio
sobre el mundo en que emerge la Encyclopédie de Diderot y D´Alambert, “presagio
no sólo del triunfo de la Revolución francesa, sino de los valores de los dos
siglos venideros”, dice Blom. Desmesurado, cual utopía que era, el proyecto de
la Encyclopedié, termina vinculada al
ideal de vida de quienes participan en ella. “Lo que identificaba a los
enciclopedistas como grupo no era su posición social sino su compromiso con una
causa”, escribe Darton. Esa causa es el espíritu de la razón frente a la
decadencia.
Con
las palabras hacemos cosas, enseñó J.L. Austin. Al menos tres. El decir mismo; lo
que ese decir hace: intimidar, prometer…; y, lo que hacemos porque lo hemos
dicho. A la luz del menosprecio actual por la palabra, alecciona que Austin
terminara sus días como titular de la Cátedra de Filosofía moral de Cambridge.
Frente a la palabra dada, sí, lo que hay siempre es un dilema moral. Moliner
tenía razón: en la vida, la palabra es ante todo una cuestión de escrupulosidad.
@atenoriom
www.antoniotenorio.com
Este texto apareció originalmente publicado el 09 de marzo de 2016, en el Diario La Crónica de Hoy, que se edita en la Ciudad de México.
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