sábado, 14 de febrero de 2015

Amor: El dios de la dualidad eterna

Comparto con gusto un par de cuartillas de un libro en preparación que borda a manera de ensayo la relación entre la literatura de Mario Vargas Llosa, el erotismo y la memoria. 
Nada como la lectura que suscita nuevas lecturas; nada como el encuentro que deviene en nuevos encuentros.
Gracias por leer.


Los antiguos griegos asociaban los asuntos del amor y el erotismo a Eros. Llamado por los romanos Cupido y por los griegos Eros, este dios de origen incierto es, quizá, el icono más (re)conocido en Occidente. Representación del amor, el enamoramiento y la pasión erótica, Eros, según quien lo cuente, tiene distinta procedencia en los relatos mitológicos. Hijo para algunos de Afrodita, diosa de la fertilidad y la belleza, a la que se designa por lo común como diosa del amor en un claro ejemplo de cómo las concepciones helénicas pueden distanciarse de nuestra idea cotidiana acerca de los alcances tanto de amor como de erotismo. Entre los diferentes mitos que se entrecruzan con el origen de Eros, encontramos que Hesíodo asegura apenas al comenzar su Teogonía que: “Antes que todas las cosas fue Caos: y después Gea la de amplio seno, asiento siempre sólido de todos los Inmortales que habitan las cumbres del nevado Olimpo y el Tártaro sombrío enclavado en las profundidades de la tierra espaciosa; y después Eros, el más hermoso entre los Dioses Inmortales, que rompe las fuerzas y de todos los hombres domeña la inteligencia u la sabiduría de sus pechos” (4), lo que haría a Eros descendiente directo de esa suerte de esencia, materia prima existente desde toda la eternidad bajo la cual estuvieron en un principio (con)fundidos todos los seres, que es el modo como suele concebirse a Caos en el pensamiento mitológico clásico.[i]

NOTAS

Entre los relatos más difundidos sobre este dios dual, se encuentra aquel que cuenta cómo, insisto en los apelativos romanos, desde que nació, habiendo descubierto Júpiter en su apariencia cuanto desorden de la naturaleza se podía concebir, intentó obligar a Venus a deshacerse de él. La diosa, a fin de protegerlo contra la cólera de aquél, lo escondió en un bosque donde Cupido se alimentó de la leche de las fieras. Al poco tiempo se hizo de un arco de fresno y su volvió un hábil arquero. Tomó el ciprés para hacer las flechas e hizo de los animales sus blancos de entrenamiento. Pasado el tiempo, el arco y las flechas se tornaron de oro.
Noël observa que
Se representa ordinariamente a Cupido desnudo, designando con esto que el amor no tiene nada suyo, y bajo la figura de un niño de siete u ocho años, con aire ocioso pero maligno; armado con un arco y aljaba llena de flechas ardientes, símbolo de su poder sobre el alma. Algunas veces con una antorcha encendida o con un casco y una lanza; coronado de rosas, emblema de los placeres deliciosos, pero rápidos que él procura; píntasele también ciego o vendado, porque el amor no ve los defectos en el objeto amado... (403)
 
Ambigüedad en la figura de un niño que, con inocencia, y no menos maldad esbozada, toma forma en el personaje que desencadena la tensión dramática, primero del conflicto, y luego de la reconciliación de Rigoberto y Lucrecia, es, por supuesto, Fonchito, pieza clave de Los cuadernos de don Rigoberto, no lejos, en su configuración como personaje de la propia descripción y formas de representación del dios del claroscuro, el “que tiene dominio sobre todo lo animado”: Eros.
Es interesante también resaltar que a los dioses a los que se asocia Eros son tan variados como las leyendas sobre su propio origen. Así, se le puede ver entre Hércules y Mercurio, simbolizando con esto su vinculación con el valor y la elocuencia. O bien, puede ser (re)presentado cerca de la Fortuna, para significar que detrás de lo que a los amantes les suceda estará esta diosa. Tiene alas para recordar que no hay nada más fugaz que la pasión que hacer nacer en los amantes, y por ello se le mira saltar, correr, volar, en perpetua huida. No tiene un lugar fijo de residencia, lo mismo en la tierra que el mar, que el aire o en el cielo. Juega, ya con su madre, Venus, ya a domar leones o delfines. Se le representa tañiendo la flauta de Pan, el dios de la naturaleza, o se le mira meditabundo, planeando alguna fechoría. Puede estar adormilado o sentado junto a un león o sobre los hombros de Hércules. Tiene dominio sobre todo lo animado.
Refiere Noël, por último, sólo para remarcar esta condición dual y esquiva en la (re)presentación del dios que persiste hasta nuestros días, que en una de las más antiguas imágenes de Eros, atribuida a Frigilo, el dios no está investido de la imagen de un niño, sino es un joven con las alas desplegadas. Personificación que se repetirá, a veces, con alas de buitre. Aun así, no faltan elementos para pensar en que este dios encarnó parte de lo más granado de los antiguos para construir alegorías sobre la ambigüedad de los hechos de la existencia. Un último ejemplo, de su piel, aunque se piensa en general que es blanca, el mundo de los relatos originales, el mundo del mito, prefería pensarlo color de fuego.


[i] Sin embargo, Simónides se acoge a la versión de que Eros es hijo de Marte, el Ares griego, y de Venus, llamada antes Afrodita. La multiplicidad de orígenes no para ahí. Siguiendo a Noël, quien prefiere los nombres romanos para las deidades, éste hace ver cómo Alceo afirma que Eros proviene de la unión entre Céfiro y Eris; mientras que Safo insiste en la maternidad de Venus, pero esta vez unida con Celo. Para Séneca, en cambio, el dios de las pasiones encontradas, Eros, es producto de los amoríos entre Venus y Vulcano. Otros se avienen a la idea de que la noche puso un huevo y, una vez empollado bajo sus negras alas, lo hizo nacer con la forma de Eros-Amor, quien de inmediato, a su vez, desplegó sus propias alas doradas y emprendió el vuelo a través del reciente mundo. Cicerón, por su parte, confirma una distinción que ya venía presentándose antes. Afirma que el Amor era hijo de Júpiter y de Venus, mientras que Cupido lo era de la noche y el Erebo. Ambos, Amor y Cupido, formaban parte de la corte de Venus y estuvieron a su lado tan luego ésta se incorporó a la corte de los dioses inmortales. Esto confirmaría, dice Noël, que los griegos suponían una diferencia entre Cupido y Amor. El primero sería designado como Imero, y el segundo como Eros. El primero estaría asociado a lo dulce y moderado, inspiración de sabios; el segundo, furioso y violento, hacía presa de los locos.

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