martes, 25 de julio de 2017

Michel Onfray: después


La festinada obligación del canto
A mi padre, en sus 81



Al llegar a los ochenta, Henry Miller escribió un breve y luminoso ensayo sobre ese hecho. Quizá porque pensaba, a la par de Withman, su respetado precursor, que los años se resumían en la festinada obligación de cantarse a sí mismo, de celebrarse a sí mismo.
Tal como hace ver Hernán Lara Zavala, quien prologa el ensayo, se trata de una melancólica a la vez que vital revisión de sus principios y el estado del mundo. Al que Miller reclama con enjundia el haber perdido “la grandeza, belleza, amor compasión y libertad”.
El diagnóstico de los males del mundo no es halagüeño. Cierto. Mas no falta en él, así sea de modo caustico, una sabia gratitud a la vida.
Dice Miller: “Si a los ochenta años…si las aves y las flores, si las montañas y el mar te siguen inspirando eres de lo más afortunado y deberías arrodillarte en la mañana y en la noche para darle gracias al Señor por mantenerte en forma”.
 Al igual que el célebre escritor norteamericano, un día el padre del filósofo francés Michel Onfray llegó a los ochenta años. Sano, fuerte, lúcido, él, que nunca en su vida había salido de su pueblo natal, recibió un regalo del vástago. Un viaje a la Tierra de Baffin, en lo alto de Canadá, más allá del Círculo polar.
El regalo es resultado de un entrañable recuerdo de infancia que Michel Onfray conserva. Su padre, un agricultor normando, siembra papas ayudado por el hijo de diez años. De pronto, éste le interpela: a dónde irías, si un genio te diera a escoger realizar un viaje. El padre del hoy filósofo no duda: al Polo Norte.
Ejercicio escritural y de pensamiento sobre el frío, el espacio, el lenguaje, las piedras, la supervivencia, el rito, y algunos de las calamidades de la civilización actual. El viaje acaba siendo plasmado en un libro.
“Antes del tiempo”, comienza por escribir Onfray en Estética del Polo Norte, “cuando no había referentes…la superioridad de la piedra era absoluta”. El Gran Norte es la tierra donde la historia se rinde sólo frente al lector atento, paciente.
Crítico implacable de la sociedad de consumo, postulante de lo insumiso, hacia el final de su relato, personal, filosófico, social, Onfray desliza: “el último que ama, sostiene los lazos de la eternidad”. La vida (de)cantada y vivida.
Entre la confusa prisa que la sobrevivencia impone en nuestra era: calma, certeza, serenidad.
Celebración. Canto al encuentro. En el después del tiempo. Continuo.


@atenoriom
antoniotenorio.com

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