miércoles, 2 de agosto de 2017

Paul Celan: personal

Caber en la Palabra





Tu decir. Exceso. Habla tú también. Carencia. No el último. El primero. ¿Dónde está tu ojo?

Pavoroso. Mirar ir a la muerte a los que se ha amado. Al tendero de la esquina. A la maestra del hijo. Al propio hijo.

Y si aun aquello no fuera poco, se cuenta, sobre cómo podía ser uno mismo, cualquiera, el músico que acompañara a los condenados a la cámara de gas.

Vecinos, amigos, familiares que hacían tocar sus instrumentos, que antes hubieron de sonar para el Klezmer. Formados ahora para que aquellos acordes “cavasen tumbas en el aire”.

Un tango, sí, un tango en medio de aquella demencia criminal. Precisamente aquel que a Hitler tanto le gustaba. 

Y cuyo autor lo había tocado para el Führer en Berlín, en 1939. ¿Su título?, Plegaria

Infinita la capacidad de lo macabro para desdoblarse en algo aun peor.

De semejante crueldad, da cuenta la inteligencia acuciosamente luminosa de José Ángel Valente, conocedor como pocos de quien es quizá el poeta mayor del siglo XX, Paul Celan.

“Bajo el cielo sombrío”, húmeda aún de lo oscuro, la Palabra de Celan, dice Valente, “se abandonan a la esperanza”, habiendo brotado, paradójicamente, de un tiempo sobre el que pareciera que todo decir resulta insuficiente, inútil, impronunciable.

Asesinados sus padres por los nazis, el joven poeta, llamado todavía Paul Antschel, publica en 1947, su primer poema bajo otro nombre. 

“…sonad con más tristeza sombríos violines y subiréis como humo en el aire/y tendréis una tumba en las nubes”, traduce Valente.

“Negra leche del alba te bebemos de noche/ al medio día y la mañana y al atardecer/ bebemos y bebemos”. El nombre. El que se nos da. El que elegimos.

El lugar, Bucarest. 1947. El título del poema, “Todesfuge”. En rumano aparecerá como “Tangoul Mortii”, (“Tango de muerte”, en español). 

Lo firma, ya no Paul Anstchel, sino un tal Paul Celan.  

A contraflujo del tiempo nuestro, reino de la verborrea, sobresale, inmenso, el rigor con que Celan atendía qué poemas eran publicables.

Desechaba mucho de lo escrito, cuenta José Ángel Valente, o bien porque le parecía inacabado, o por ser “excesivamente personales”.

Ahogado de estulticia, el presente torna lo “excesivamente personal” en atributo.

Narcisista festín del no tener nada (más) qué contar. Un desparramarse; cual si lo vacío pudiera ser vaciado.


Evidencia, trágica, de un no caber en la Palabra; mucho menos en sí. 

1 comentario:

  1. La audacia de la escritura concisa impacta, revela al lector asuntos se perderían en la palabrería. Gracias querido Toño.

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