domingo, 31 de mayo de 2015

Borís Sávinkov: Caligrafía de la violencia


Un corazón cual abismo



Cuando oprima la piedra tu carne temblorosa,
y le robe a tus flancos su dulce rendimiento,
acallará por siempre tu corazón violento,
detendrá para siempre tu andanza vagarosa.
Baudelaire


¿Cómo funciona el vértigo de la violencia? ¿Qué clase de emoción construye lo que se destruye? El resorte físico y emocional que supone la planeación, la ejecución, la huida. La existencia como una forma del absoluto. Como tentación metafísica en la que todo, todo lo que se hace y se es, constituye la fusión insondable entre vida y muerte.
Se sueña con lo absoluto, como parte de él, cual si se fuera una pieza de esa maquinaria perfecta y circular: la muerte que da vida. La vida al servicio de la muerte que da vida que sirve a la muerte...

Borís Sávinkov, poeta, novelista, pero sobre todo, personaje de sí mismo, militar disidente de cuanto hubiera que disentir, agente del terror convencido de la necesidad de la violencia como motor de la historia, es el terrorista más legendario de principios del siglo XX.
Autor de innumerables atentados, entre ellos el que costó la vida a los personajes más notables del último periodo zarista en Rusia, Sávinkov nación en lo que hoy es Ucrania en 1879, y murió, según versiones oficiales, luego de lanzarse desde el último piso desde el edificio donde la policía política del gobierno bolchevique lo interrogaba en 1925.

Sávinkov es dirigente del ala más radical del Partido Socialrevolucionario, participa del gobierno de 1905, conspira en el fallido golpe de estado y tiempo después toma partido por el bando contrarrevolucionario que intentera sin éxito echar abajo del poder a Lenin.
En 1920 abandona Rusia, y desde el exterior, tras la mascara de más de 17 personalidades distintas, se esconde, recauda fondos, huye, redacta propaganda, recluta y organiza atentados contra el gobierno comunista de su país; todo a la vez.

En nombre de la Madre Rusia, esa figuración tan enraizada en el imaginario histórico de su pueblo y de su nación, Sávinkov escribe. En 1923 aparece en París, y al año siguiente en Moscú, su novela última: El caballo negro, nouvelle en la que se entrecruza la voz del implacable comandante de las fuerzas contrarrevolucionarias, que al mismo tiempo desliza su sentimiento de añoranza amorosa y deseo por retornar a los brazos de la mujer amada que le aguarda.
Se lee así en la estupenda Introducción a El caballo negro, firmada por Marta Rebón y Ferrán Mateo: Si para los pintores románticos el paisaje es el escenario donde está representada la tensión entre la naturaleza y el espíritu humano y es donde se constata la soledad existencial del hombre de la modernidad, Sávinkov desplaza esa tensión hacia el paisaje en medio de la batalla.

Disponible hoy en español gracias a Impedimenta Libros, El caballo negro, es de algún modo, la secuela de su obra anterior, El caballo amarillo, de 1909, aunque en ésta última predomina ya la clara noción de que la guerra es una máquina que termina por devorar al propio hombre.
“Sigo el camino de la vida como un caballo desbocado”, escribe Sávinkov, apocalíptico e iluminado, desbordado de sí, carcomido por una luz que lo ciega y lo hace ver más allá, la historia que supone le aguarda. La bomba y la pluma, la pericia técnica lo es poética; y en sentido inverso: todo verso, toda imagen, implosiona y hace recomenzar el mundo desde el estado oscuro y primigenio del caos.

Apasionante, resulta pues, esta mirada de la historia desde el pensar de estos hombres para los que, como Sávinkov, la guerra resultaba una necesidad histórica, y para quienes la actividad terrorista más que un arma de lucha política, constituía todo el mundo en el que vivían.
Sávinkov pudo haber tenido éxito cuando planeó el asesinato de Lenin. Solo que la bala, del arma que el proveyó, no fue mortal. El hombre que induce la violencia, que la controla, la imagina, la mira llevarse a cabo desde algún punto: la historia toda como posibilidad reunida en él. Puede que sea ahí, en esa sensación irresistible de encarnar la historia entera, en lo que descanse la fascinación por la violencia.
Escritura que rebela y se rebela en el mundo, como bien pretendía Albert Camus, quien por cierto, años despues del supuesto suicidio de terrorista, toma la figura de Sávinkov como inspiración para su deslumbrante obra de teatro Los justos, sobre los dilemas éticos de la violencia.
Escritura como que revela y se revela como el mundo. El mundo que no es otra cosa, en el caso paradigmático de Sávinkov, que el cruce exacto, la convergencia luminosa y oscura, del absoluto individual con la presencia del devenir de lo histórico y social. Una época en un hombre. El sentir y sentido de una éppoca en una emocionalidad. Contenida y expansiva.

“Estamos todos condenados”, sentencia Sávinkov. Y se lanza al vacío. Como dicen que fue su muerte. Aunque bien pudiera ser empujado, que es lo más probable. Escribe y se rebela y se revela. Rabia, tristeza, desolación. La caligrafía de la violencia. De su violento amor doble, dos mujeres, a cual más de distintas. También esa violencia cuenta.
De Sávinkov, Churchill, hipnotizado por su arrojo, su astucia, dijo “me pareció que llevaba impresa la marca del destino”. Ese solo hombre, ese hombre que termina solo, volando entre el piso del que se lanza o es lanzado, despide un perfume seductor, el de la violencia, el de la fuerza implosiva y explosiva, el que oferta el nuevo comienzo y lo infalible del caos.

Perfume difícil de resistir por su aroma doble. Perfume de flores, vivas en tanto su aroma se esparce y permanece, marchitas en tanto no hay perfume que no esté hecho de flores muertas, que hayan tenido que serlo, para que el aroma nazca. Veneno de la destrucción y obsesión del nuevo principio. Abjuración de los demonios, que antes se han desatado, de ello da cuenta, con violenta intensidad, la escritura, que parte de su estar absoluto en el mundo.   
Al fin podré descansar, dice Sávinkov, cuando es detenido. Al fin. Sometido al vértigo extenuante de la violencia, hay una cárcel peor que la cárcel misma: la vida.

El caballo negro, de Borís Sávinkov, Impedimenta Libros

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