domingo, 17 de mayo de 2015

Pintura y relato: Cuando mirar es escuchar


Al pintar, el cuerpo escribe


“Ver un cuadro es oírlo: comprender lo que dice. 
La pintura, que es música, 
también y sobre todo es lenguaje”
Octavio Paz

¿Cómo hace la pintura para hablar?, si sus palabras no son las palabras ni las letras de literatura, se pregunta en un verso el gran poeta francés Paúl Valery.
¿De dónde viene el halo de luz que acompaña a quien pinta? ¿Cómo logra quien pinta para que una red infinita de trazos, solo trazos, se abran al viaje infinito de la mirada interior de quien mira?
Escritores de todas las épocas se han rendido al arte supremo de la pintura, a su hechizo deslumbrante y su libertad ilimitada. 

Octavio Paz no escapa de esta pregunta y, como se sabe, a lo largo de su vida creativa desarrolla un muy amplio trabajo en torno al origen, desarrollo, vínculos y recepción de obras visuales que le interesaron. Ello bajo el punto convergente del proceso creador que rodea tanto a lo literario como a lo pictórico.
Paz incursiona en el laberinto del mirar y del abreva una sustancia que estimula su inteligencia y capacidad reflexiva. Dice el poeta: “El privilegio mayor es ver cosas nunca vistas: obra de arte. Desde muy joven sentí invencible atracción por las artes plásticas y muy pronto empecé a escribir sobre ellas, nunca como un crítico profesional, sino como un simple aficionado”.

A través de trazos, líneas, colores y sombras, desde siempre la pintura ha tendido su manto de misterio y fascinación sobre narradores y poetas. De ello, se ocupa justamente la antología Relatos célebres sobre la pintura, preparada por Daniel Aragó, y reeditada hace no mucho por Áltera ediciones.
Escritores tan distintos entre sí como Hoffmann, Balzac, Poe, Henry James, Chejov, Maupassant o Rilke, encuentran un punto que los une en el irrestible misterio que les despierta quién y cómo pinta lo que pinta.

La tela que nos hace mirar. La pintura. La tela que al mismo tiempo es una mirada, la mirada del artista sobre el mundo. Una, esa mirada que se escabulle y se adentra en nuestra mirada. Esa mirada, la del pintor, que de pronto, sin sentirlo, ya es nuestra mirada, ya es en nosotros una forma nueva de ver el mundo, de verlo como no lo habíamos visto nunca antes.
“Te aconsejo, dice un personaje del cuento de Hoffmann que aparece en esta antología, que te acostumbres a dibujar figuras para ordenar tus ideas y todo lo verás más claro”.
Los privilegios de la vista, llamó Octavio Paz a esta capacidad del que mira y pinta, del que pinta y nos hace mirar. Nuestra gran poeta, gustaba también de admirar en los pintores su tarea como un ejercicio de la libertad, incluso física.

Quien pinta camina, se acerca y se aleja, danza, incluso, mientras con todo el cuerpo va escribiendo a su propio modo sobre la tela.


Escribe a su modo. Libre, sensible, irradiando de su cuerpo las letras de su propio vocabulario. Para volverlo movimiento, vida. Para darle existencia y devolverlo al mundo de la vida. Como forma, como luz, como trazo y color; como sonido.

Leer enseña, comentario televisivo

@atenoriom

antoniotenorio.com

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