sábado, 25 de marzo de 2017

Beckett: desposesión

Exigid personajes





Malevolencia. Ingenuidad. Sumadas. Efecto multiplicante. Quintiliano y su definición de rumor. 

Nace de la malicia; toma cuerpo con la credulidad, asegura.

Institución oratoria, título dado al manual con el que Quintiliano cruzó hacia la posteridad. Pero sobre todo, legó una postura ética, una proyección “del hombre de bien”.

Ese mismo que, en la idea de quien formó al Adriano de Yourcenar, debería representar todo aquel que genuinamente aspirase a dominar la retórica, el arte de hablar correctamente.

El tiempo oceánico de Occidente torció, sin embargo, el rumbo del concepto. 

La noción de retórica se mantiene cargada de connotaciones peyorativas. La de perorata vacua, en especial. 

Mas, a pesar de todo, cual rastro del antiquísimo navío de Quintiliano, guardose a salvo la cuestión fundamental: el problema del decir.

“No querer decir, nos saber lo que se quiere decir, no poder decir lo que se cree que se quiere decir, y decirlo siempre, o casi…”, escribe Samuel Beckett. 

De un modo distinto, y convergente se encuentra con Quintiliano. 

Porque al igual que el antiguo, y de manera similar a Heidegger, Beckett asume que el asunto central del arte es la verdad, no la estética. La verdad y sus posibilidades de enunciación.

De suerte tal que así sea en sentido inverso al orador clásico, el decir de Beckett, a través de sus personajes, anhela una condición de verdad. 

Se sitúa en ese punto de desposesión en el que, cuando ya nada queda, refulge, pleno y discernible, el desorden. 

No el personal, aunque también, sino el del mundo. Beckett, dice Jenaro Talens, “busca sistemáticamente introducir el desorden no porque ello suponga un excelente recurso retórico, sino, para decirlo con sus propias palabras, ‘porque es la verdad’”.

Desde ese (des)orden de la (des)posesión del decir, Molloy, el errante personaje beckettiano, clama su desespero: “Dijera lo que dijese, nunca era suficiente o demasiado poco. Dijera lo que dijese, no me callaba, eso es, no me callaba”. 

Persona y personaje. Personae, concebía, fundiéndolos, la antigüedad.

Condición compleja, así, la vida en la que el personaje ocupa el sitio de la persona.

Desplazado de sí, el que habla y habla, nunca lo suficiente, nunca demasiado poco, se mira aflorar, por un instante, como él mismo. 

Dice lo que dice, como debe decirlo, dice lo que no debe, pero necesita decir.

Dice, por fin; y entonces, todos reclaman.

 Quieren al personaje. 

Pues personajes se quieren ellos; también.

@atenoriom
www.antoniotenorio.com

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