domingo, 30 de agosto de 2015

El hombre que volvió personas a sus pacientes

A Oliver Sacks, con la gratitud de todos y todas los que hemos sido 

o seremos pacientes algún día




Circuló hace unos meses profusamente en redes el vínculo, o link como solemos llamarle, de un texto, ya en su versión original en inglés, ya en la traducción en español, en el que el muy reconocido neurólogo y escritor inglés Oliver Sacks, anunciaba que se hallaba en la etapa terminal de un cáncer y, en los hechos, se despide públicamente del mundo que se conmovió y maravilló de su práctica médica en torno al cerebro y sus enfermedades, pero sobre todo, que aprendió, a través de los relatos de sus casos más célebres, a mirar de un modo distinto la profesión médica, la relación con la enfermedad, la vida misma en tanto proceso permanente de acompañamiento de otros y de nosotros mismos en el común afán de luchar contra la muerte, de sobrevivir a la enfermedad.
Nacido en 1933, el nombre de Sacks, cuya reputación ya era sólida entre sus colegas neurólogos, comenzó a ser reconocido ampliamente a partir de la adaptación de uno de sus libros más conocidos, en la película Despertares, que protagonizada por Robin Williams y Robert de Niro. Cinta en la que se narra la historia del entonces joven médico enfretando un transtorno que dejaba en una suerte de estado de catatonia profunda a sus pacientes. A los cuales, logra hacer despertar, de ahí el título, aunque finalmente retornan a ese estado de honda ausencia y muerte en vida.
Sacks encontró en el antiguo género de las historias clínicas, fundado según el propio Sacks por el mismísimo Hipócrates, una forma no solo de propagar el sentido de compasión, en su ascepción más amplia y profundamente humana, sobre lo que representan las enfermedades del cerebro, sino una manera dice él de entender la neurología como una ciencia “personalista” e incluso, por qué no, reclama Sacks, hasta romática que se acerque al paciente desde el yo, que lo aleja de ser qué, y lo constituye como un quién.
Tarea nada menor en un mundo donde el abultado número de pacientes que se deben atender, en particular en la práctica pública, suele ahondar el abismo entre lo físico y psíquico, entre los procesos fisiológicos y la biografía, eso que hace a cada sujeto un sujeto irrepetible, una forma única de estar en el mundo, para decirlo con palabras tomadas a préstamo de la filosofía.
Por encima de todo, he sido un ser sintiente, un animal pensante en este bello planeta, afirma Sacks en la carta de despedida publicada ayer. Ese animal pensante, sobre el que ya en 1958, cuando escribió su famoso libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, reflexionaba diciendo que a diferencia de los demás animales, que también contraen enfermedades, el hombre es el único que cae radicalmente enfermo. Nuestra enfermedad radical e incurable es la conciencia de que moriremos, y los demás también. El dolor vuelto conciencia es lo que llamamos sufrimiento. 
Cierto que la gran mayoría de los pacientes que Sacks vio se hallaban ya en un estado donde la expansión de la enfermedad sobre las zonas del cerebro no les permitía darse cuenta de su propio padecimiento, pero quedaban las familias, los amigos, los seres amados que de pronto miran al otro deteriorarse, irse desmoronando y diluyendo como si fuese no más que una acuarela en medio de un río furioso e inclemente.

A acompañar ese sufrimiento producido por la conciencia de la enfermedad dedicó su escritura Oliver Sacks. 
Y lo hizo con la apasionada convicción de que transmitir la experiencia de una persona mientras afronta la enfermedad y lucha por sobrevivir a ella, que el relatar, que el narrar como quien cuenta vidas enteras, el padecer del paciente, contribuiría, lo cito: “a que otros puedan aprender y comprender y ser capaces, quizás un día, de curar”.

Leer enseña, mi comentario televisivo sobre la vida y la obra de Oliver Sacks

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